El vecino del segundo que encontró al presunto asesino: «¿Qué haces con ese niño?»
«Me lo ha traído una amiga y se me ha desmayado», le contestó el detenido por el crimen de La Rioja, mientras sostenía al pequeño Álex en brazos

«¿Habéis visto a un niño, habéis visto a un niño?». Una mujer entra corriendo desesperada en el bar Chester de Lardero (La Rioja) poco antes de las 20:30 de la noche del jueves. Todos los parroquianos del local, situado en una ... esquina del parque Entrerríos salen corriendo a buscar al pequeño. No le conocen. Álex, de nueve años, vive en Logroño. Su familia celebra un cumpleaños a menos de 100 metros en un bajo, un local al que llaman ‘el Merendero’ propiedad de unos amigos.
Unos minutos antes Álex , disfrazado de la niña del exorcista, y su hermano de seis años, vestido de payaso, corretean con decenas de críos por la inmensa explanada a la que asoman más de sesenta ventanas, abierta a la urbanización y a escasos 200 metros del número 5 de la calle Río Linares. Casi nadie sabe que en ese bloque vive un monstruo: Francisco Javier Almeida López de Castro, de 54 años. Almeida ha elegido ese refugio, un moderno apartamento de alquiler en el que la mayoría está de paso y nadie pregunta, para esconder su pasado de violador y asesino.
«Ven que te voy a enseñar un cachorrito», le dice al niño que cansado de jugar y embromar se ha sentado en un banco con su amiga mientras llega la hora de la cena. Los otros niños se han marchado ya a su casa. El parque entero empieza a correr y a movilizarse, la madre avisa al 112 en cuanto la amiga de Álex le dice que se ha ido con el hombre que vive al otro lado de la calle, tan cerca que casi se puede tocar.
Llaman a otro niño, el hijo de Rebeca, de 12 años, que ya está en su casa y este a todos los que estaban con él. Otra cría amiga del barrio les da la pista: se ha ido con el hombre que las llama a veces y les dice que les va a enseñar sus pájaros.
La Guardia Civil y la Policía local tardan menos de 15 minutos en aporrear todos los timbres del bloque 5, mientras decenas de personas revisan los pasillos del bloque 7. En el segundo piso contesta un vecino. «Baje a abrirnos, inmediatamente». El hombre corre escaleras abajo, pero los agentes ya han entrado. «Métase en su piso», le ordenan. Vuelve a subir escaleras arriba y en el segundo se encuentra con Patxi, como llaman al monstruo .
«¿Qué haces con ese niño?»
«¿Qué haces con ese niño?», le pregunta al verlo llamando al ascensor compulsivamente un piso más abajo del suyo. «Me lo ha traído una amiga y se me ha desmayado» , le suelta el individuo sin inmutarse. «Mi marido vio que tenía la cabeza colgando y había una peluca de mujer, de colores tirada en el suelo. No le dio tiempo a más porque ya los guardias se abalanzaron sobre él», cuenta Yamiliana, que tuvo que bloquear a Almeida hace unas semanas cuando empezó a insinuarle que quedaran a solas.
Ni ella ni su marido (a ambos los había invitado a comer a su casa) tenían idea de quién era ese hombre «simpático, educado» con el que a veces compartían ratos. «Uno no sabe con quién vive. Estamos aterrados. Me podía haber pasado a mí», cuenta Yamiliana. Jamás lo vio con nadie. Les contó que trabajaba en una empresa de limpieza en la que están empleados discapacitados y ella le pidió ayuda para ver si podía entrar en ese trabajo.
«Se acercaba para hablarte porque está sordo o eso me dijo », cuenta Joanna, camarera del bar en el que Patxi se surtía de botellines de cerveza. «Lleva un audífono, de hecho, pero yo nunca noté una mirada extraña. Sí se veía que no había tenido una buena vida». En un desliz, cuentan, el monstruo le confesó a algún parroquiano que había estado la cárcel por matar a una mujer, pero que de eso hacía mucho tiempo (salió en libertad condicional hace 18 meses tras cumplir 22 años de prisión).
Entre flores y velas, del altar improvisado que han erigido los vecinos junto al pequeño parque infantil del centro de la plaza, las madres tuercen el gesto y aseguran que la muerte de Álex se podía haber evitado . «Los niños de aquí no se acercaban a él porque sabían que llamaba a las niñas y se quedaba en el túnel mirándolas mucho rato», dice Michelle, tras la barra del Chester desde la que se divisa toda la plazoleta. «Pero ese pequeño no debía de saberlo».
La hija de Carlota, de siete años, vivió cómo se le acercó un merodeador. No hay acuerdo en si era Almeida u otro joven con discapacidad que frecuenta la zona y que, al parecer, también había molestado a niñas pequeñas. Hay una denuncia del pasado día 25 pero la descripción física no coincide. La Guardia Civil no tenía constancia de que el monstruo vivía ahí. Consta un domicilio de Logroño. Y aunque hubieran tenido esa dirección, más allá de intensificar la vigilancia, no podrían haber hecho mucho más. No había ninguna medida de seguimiento contra él, a quien le quedan tres años de condena por delante.
Fueron los propios niños los que sospecharon
Son las seis de la tarde y los niños han abandonado el parque Entrerríos. Ninguno quiere acercarse al lugar maldito en el que Almeida cazó a su víctima. Solo lo hacen los adultos, enrabietados y con la imagen de los padres de Álex en la cabeza.
Al otro lado de la puerta en el tercero D se oye a los pájaros cantar. El reclamo del monstruo. Él está en un calabozo, frío, impertérrito, según quienes lo han visto. Ha pasado más de la mitad de su vida entre rejas y su horizonte es pasar el resto. Fueron los propios niños los que sospecharon. Dos crías se hicieron un selfie bajo su balcón. Un lugar feo e impersonal. No querían un recuerdo. Querían tener la imagen del individuo que las miraba mientras jugaban asomado a su ventana.
«Toma, he dejado de fumar», le dijo a Joanna, la camarera hace dos semanas mientras depositaba ocho o diez mecheros sobre la barra. «Voy a ahorrar que tengo una deuda y algunos problemas». En el garaje del número 5 hay un coche flamante aparcado que dicen que es suyo. La sospecha es que llamaba al ascensor para bajar a la planta menos uno y meter el cuerpo de Álex en el maletero. Los investigadores creen que descubrió que el pequeño no era una niña cuando ya lo había metido en su piso con engaños . Nadie lo entiende porque dicen que al niño le daban miedo los perros. Y los monstruos.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete