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«Escapé descalza, pisando charcos de sangre»

Esperanza Aguirre narró ayer el infierno de bombay. En primera persona. Otra noche que no podrá olvidar

«Escapé descalza, pisando charcos de sangre»

El próximo lunes hará tres años que Esperanza Aguirre salvara la vida al sufrir un accidente de helicóptero en Móstoles. El miércoles por la noche, ya de madrugada en Bombay, la presidenta de la Comunidad de Madrid y su jefe de Gabinete, Regino García-Badell, se sentaban en un avión dirección a Zúrich. Acababan de sortear otra vez a la muerte. «Presidenta -le dijo Regino-, yo creo que a partir de ahora, cuando se acerquen estas fechas, tienes que encerrarte en tu casa, y encima poner antideslizante en la ducha». Ambos, en compañía de Jesús Sainz, presidente de Promomadrid, y Bárbara Cabrera, asesora de la Consejería de Economía, habían logrado sortear la cadena de atentados que asoló la ciudad india.

Desde primera hora de la mañana de ayer, todos sus consejeros le esperaban en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol. Había aterrizado a las 9.45 horas, procedente de Zúrich. Después de llevar casi dos días despierta, con la misma ropa y sin haber pegado ojo, se presentó en la sede de la Comunidad de Madrid. Antes había sido recibida en la zona de autoridades del aeropuerto por su marido y sus dos hijos.

Nada más bajar del coche oficial, a las puertas de la sede del Gobierno regional, le estaba esperando una vecina suya. «Esperanza, te has salvado, te has salvado», le dijo. Con el rostro calmado, aunque sin poder esconder la tensión vivida en el último día, Esperanza Aguirre fue subiendo la escalinata de la sede de la Puerta del Sol mientras sus consejeros la recibían con un aplauso. Hasta allí también habían acudido Soraya Saénz de Santamaría y Jorge Moragas.

Con un jersey verde enrollado por el cuello fue saludando uno por uno a todos los presentes. En ese momento, tuvo tiempo de bromear con más de uno. «Jesús, que sepas que sospecho de ti», le soltó al portavoz del PP en Leganés. Y es que Jesús Gómez se había caído en el último momento de la expedición que viajó a la India. La verdad, no le apetecía mucho ir.

Con el mismo atuendo con el que fue recibida por el presidente del estado de Karnataka, Shri B. Yeddyurappa, el miércoles por la mañana, se presentó ante los medios de comunicación. Poco después comenzó a narrar su testimonio.

Antes de empezar, Aguirre quiso agradecer las muestras de apoyo recibidas en las últimas horas. Destacó las llamadas de los Reyes y el Príncipe, así como la del presidente del Gobierno. Además, confirmó que el resto de la delegación que todavía se encontraba en Bombay «estaba a salvo en la casa del cónsul».

La odisea comenzó cuando el grupo arribó al hotel Oberoy, en el suroeste de Bombay. La presidenta de la Comunidad de Madrid se encontró en el hall con el alcalde de Majadahonda, Narciso de Foxá. El regidor le contó que se encontraba en la ciudad porque había ido a recoger los restos de su hermano, que había fallecido pocos días antes. «La conversación -recuerda la presidenta Aguirre- fue de un dramatismo enorme».

Ruidos de cristales...

Por eso no se dieron cuenta de que los ruidos de los cristales que caían en realidad eran disparos. «No nos enteramos de que toda la delegación había salido del hotel. Yo estaba concentrada en la conversación con el alcalde porque su historia tenía una grandísima profundidad». Aguirre sólo se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo cuando vio cómo el personal del hotel los arrollaba hacia un lugar protegido. «Vi las caras desencajadas y de pánico de los empleados, que nos empujaban hacia dentro».

La presidenta de la Comunidad de Madrid y el alcalde de Majadahonda encontraron un refugio detrás del mostrador de recepción. «En la carrera -narra la presidenta- se me soltó una de las sandalias que llevaba atadas a los tobillos. Para sentirme más ligera decidí descalzarme. Los tiros pasaban por encima nuestro». Tras permanecer allí unos minutos agazapados, empleados del Oberoi los trasladan hasta la cocina del hotel.

La comitiva realizó después un periplo por la lavandería, un despacho y un salón de bodas. En plena fuga, la dirigente madrileña recibió una llamada telefónica de su directora general de Medios, Isabel Gallego: «Presidenta, el hall del hotel está en llamas». «En ese momento -comentó Esperanza Aguirre-, nos dimos cuenta de que no podíamos permanecer allí dentro por más tiempo. Así se lo hicimos ver al personal del hotel».

El grupo quiso salir por una puerta trasera del hotel. Los empleados, entonces, les hicieron regresar a la cocina, que tenía una puerta a la calle. Aguirre no pudo ser más descriptiva en su narración. «Escapé descalza pisando varios charcos de sangre». La presidenta completó sin zapatos la huida. No pudo calzarse nada, hasta que le dieron unos calcetines cuando se subió al avión en dirección a Zúrich.

Nada más atravesar la puerta trasera del hotel, Aguirre y los suyos tuvieron el gran golpe de suerte. Ahí delante, junto al Oberoi, se dieron de bruces con el coche de la agencia de viajes que los había recogido antes en el aeropuerto. El conductor consiguió alcanzar la carretera en dirección al aeródromo porque la policía todavía no había acordonado la zona.

Pero fue camino del aeropuerto cuando Aguirre y los suyos pasaron el peor momento: «Una bomba acababa de estallar en la terminal de vuelos domésticos de Bombay, lo que provocó un enorme atasco. Ahí, en mitad del embudo, nos vimos atrapados. Me entró miedo porque pensé que al estar retenidos podríamos ser víctimas de otro atentado».

El chófer decidió que ahí no se quedaba. «Se metió por unos vericuetos. Dimos vueltas y al final conseguimos llegar al aeropuerto en poco tiempo». Una vez en la terminal, la expedición canceló los vuelos reservados para regresar a Madrid al día siguiente. El alcalde de Majadahonda deja a Aguirre y su equipo y en el aeropuerto, pero regresa a Bombay con el coche; había venido a recoger los restos de su hermano y no podía regresar a la capital sin ellos. La presidenta y los suyos compran cuatro billetes. El embarque es rápido. Ya sentados en el avión respiran tranquilos. En ese momento, Regino García-Badell recibe una llamada de ABC: «Estamos ya salvo. Volamos hacia Zúrich».

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