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«¿Para qué penas de 2.000 años si no cumplen ni 30?»

La hermana de Antonio Lancharro alerta de que el etarra tiene la oportunidad de huir hasta que la Justicia se decida a actuar

«¿Para qué penas de 2.000 años si no cumplen ni 30?» VÍCTOR LERENA

CRUZ MORCILLO

«La noche antes del atentado (14 de julio de 1986) mi hermano Antonio y yo fuimos con unos amigos a las fiestas de Cabeza la Vaca, al lado de nuestro pueblo, Monesterio (Badajoz). A la vuelta en coche una amiga le dijo: «Antonio, tienes que tener mucho cuidado, que no paran de matar a guardias civiles». Mi hermano la miró con calma y le respondió: «Tú tranquila, que bicho malo nunca muere». Cuando veía a Juan Ignacio de Juana Chaos o ahora a Antonio Troitiño pienso que él tenía razón: bicho malo nunca muere. Las víctimas solo pedimos justicia; si nos la quitan, qué nos queda».

Manuela arrastra 24 horas de rabia y de rumiar recuerdos de espanto. Desde la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) en la que es secretaria general y tesorera convive a diario con el dolor propio y con muchos ajenos. Antonio Troitiño , miembro del «comando Madrid», fue el encargado de apretar el botón que hizo saltar por los aires el coche bomba al paso del autobús de la Guardia Civil. «No puedo olvidar una frase suya. En el juicio dijo que iba a detonar el coche aunque estuviera en él su padre y que tenía claro que no fallaría».

El día en que todo pasó ella tenía 17 años; Antonio, 21. Eran los dos pequeños de la casa; los que salían juntos, confidentes, más que hermanos. Ahora Manuela tiene casi un club de «hermanos» mayores, los que se apretaban en aquel autobús de la muerte junto a Antonio. Un puñado de casi niños que querían ser motoristas de Tráfico de la Guardia Civil. «Cuando estoy con ellos me siento arropada y consigo mitigar parte de este sufrimiento».

Su discurso es el de otras víctimas. «Yo lucho por que las penas se cumplan íntegramente. Para qué una condena de 2.000 años si no llegan a cumplir ni 30. La doctrina Parot suponía una cierta tranquilidad , un pequeño bálsamo para las víctimas; ya no. Esto que ha pasado, no sé ni cómo definirlo, nos causa, me causa, frustración y una sensación de impunidad demoledora. Es como si a mi hermano lo mataran de nuevo» y abre la senda de una posible fuga antes de que la Justicia se decida a actuar.

El destino se basa en pasillos caprichosos. Nadie, absolutamente nadie imaginaba que el carnicero Troitiño estaría hoy tomando café en un bar. Le quedaban seis años para salir y era impensable otra posibilidad hace menos de dos semanas, el pasado 2 de abril. Ese día la 88 promoción de la Guardia Civil, la que tiene más uniformes verdes ensangrentados en un solo atentado, celebró sus bodas de plata. Un sencillo acto en la Academia de Baeza que sirvió para homenajear a aquellas víctimas. Acudieron padres y hermanos de toda España, gentes unidas por el lacerante dolor de la pérdida y también por el orgullo de seguir siendo una piña. «La Guardia Civil tiene un derecho preferente a morir o eso es al menos lo que piensan los terroristas», sostuvo hace poco en un seminario de víctimas el capitán Andrés Rubio. «Lo que tenemos es una dignidad intacta», replica Manuela Lancharro.

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