El futuro no es lo que era
«Empieza a recordar, más bien, al pasado. Desde la Transición no se enfrentaba España a una situación tan peligrosa»

El famoso documento bruselense, secreto hasta ahora y objeto de especulaciones sin cuento, ha salido por fin a la luz. Se compone, nada más y menos, que de trescientas y pico disposiciones. Las relativas a la reforma laboral aparecen presididas por el mismo 'leitmotiv': debe ... contarse con el visto bueno de los agentes sociales, o, para quien sepa leer entre líneas, la CEOE. Las medidas que finalmente anuncie el Gobierno español en Bruselas solo serán aceptables para la Comisión tras el aval del Congreso y la aparición de lo acordado en el BOE . A ello se añade una precisión muy importante: las medidas deben ser irrevocables. La Comisión suspenderá sus ayudas, o incluso podrá reclamar el dinero ya transferido, si no se cumple lo prometido.
Es virtualmente descartable que los empresarios acepten el índice de temporalidad (15%) defendido por Yolanda Díaz. Y es difícil que vayan a dar su asentimiento a la prevalencia de los convenios sectoriales si el derecho al descuelgue de las empresas está condicionado a la aprobación de los sindicatos, como sucedía en tiempos de Cuevas. Se han tenido más noticias. Se establece una ampliación del periodo de cálculo de las pensiones, lo que en la práctica significa que estas sufrirán una rebaja. El documento no constituye un primer tanteo de la Comisión, sino que ha sido suscrito por Sánchez, es de temer que sin una consulta exhaustiva con Unidas Podemos. Cómo vaya a reaccionar el ala comunista del Gobierno, integra todavía una incógnita. Todo esto es potencialmente explosivo. Pero no es lo principal.
Dos hechos han venido a alterar sustancialmente la percepción de nuestro futuro económico. Primero, la inflación lleva visos de durar un tiempo indeterminado. En segundo lugar, vamos a crecer, según Bruselas (y casi todos los institutos autorizados de análisis y previsión) muchos menos de lo esperado. Nos situamos, en lo que toca a la recuperación, en el decimoséptimo puesto de los países de la Unión.
El cuadro se completa con un tercer dato: en marzo de 2022 toca a su fin el plan de adquisición de deuda por el Banco Central Europeo. Dos son las vías a través de las cuales el Banco rescata la deuda. La primera, vigente desde la Gran Recesión, se ha traducido en una compra mensual de 20.000 millones de euros, adjudicada en proporción a la participación que cada país posee en el capital social del Banco. La segunda, de unos 60.000 millones de euros al mes, se abrió para hacer frente a la pandemia y obedece al mismo criterio de reparto. En marzo desaparecerá la partida gorda. La otra se mantiene, pero está prevista una subida leve aunque sostenida de los tipos de interés. Es muy difícil que la mala situación de España retrase o rectifique esta dinámica, por motivos políticos y legales a la vez. Por un lado, es misión estatutaria del Banco proteger la estabilidad de la moneda. Además, no se puede comprar deuda española sin comprar también, con arreglo a los criterios mencionados, la deuda de los demás países. Y muchas naciones, empezando por Alemania, no están por la labor. Lo que nos conviene a nosotros, no les conviene a ellos. La solidaridad europea está sujeta a límites y también a la presión de los respectivos electorados.
El resultado previsible es que tendremos que colocar deuda en el mercado internacional, que ello elevará los tipos , y que aumentará peligrosamente el diferencial entre nuestros bonos y los alemanes, holandeses o franceses (el nuestro, ahora, supera incluso al portugués). El futuro, en fin, no es el que era a comienzos del verano. El futuro empieza a recordar, más bien, al pasado. Tras la calamitosa gestión de Zapatero, logramos eludir una intervención por el canto de un duro. Draghi y la suerte nos salvaron de acabar como Grecia. Lo que entonces valió, no va a repetirse. Desde la Transición, no se enfrentaba España a una situación tan peligrosa.
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