Crónica negra
El padre de Asunta, panadero en prisión
Basterra y Porto esperan entre rejas: ella, de nuevo deprimida, apenas sale de la celda; él se ha apuntado a un curso de panadería

Un teniente, un cabo y un inspector de policía se presentaron hace justo un año en la casa de Rosario Porto y le comunicaron a ella y a su exmarido, Alfonso Basterra, que su hija había aparecido muerta en una cuneta cerca de Santiago. Eran las 4.45 de la madrugada. Habían denunciado la desaparición de Asunta a las 22.30 de la noche. A esa hora, eran unos padres supuestamente desesperados por la desaparición de su niña adolescente. A los cuatro días, los dos dormían en los calabozos de la Guardia Civil de La Coruña como presuntos autores del crimen, y una semana después en sendas celdas de la prisión de Teixeiro.
Allí siguen a la espera de juicio. Se enfrentan hasta veinte años de prisión cada uno por un delito de asesinato con agravante de parentesco. Ella en el único módulo de mujeres, ahora sin apenas salir de su celda compartida , con bajas cada dos días por la depresión que padece y él, en el módulo 14, tratando de pasar desapercibido y planeando ajustar cuentas cuando vuelva a la calle.
Un año después, con la instrucción concluida la pregunta de por qué la mataron sigue en el aire. No hubo un móvil económico, comprobado el importante patrimonio que la madre atesora y del que es única heredera (no es el caso de él); no hubo agresión sexual (descartado que una tercera persona participara en el crimen) y las hipótesis de si Asunta conocía algún secreto inconfesable no han podido probarse.
Dominación
Porto, licenciada en Derecho que colgó la toga y no volvió a vestirla hasta que este enero decidió ayudar a su defensa, se proclama inocente . Se negó a declarar contra su marido, al que acusó ante los psiquiatras de maltratarla. El juez José Antonio Vázquez Taín, instructor del caso, sostiene en su auto final que Alfonso Basterra «había adquirido sobre Rosario una dominación sobre todo psicológica, de tal modo que ésta llegaba a consentir el maltrato físico».
Según el magistrado, la mujer nunca abandonó la relación sentimental que tenía con otro hombre. «Alfonso era conocedor de ello y se sentía humillado . La desaparición de Asunta de forma violenta y por un plan conjunto colocaría a Rosario en sus manos definitivamente, y le aseguraría el sustento económico del que carece».
Es lo más parecido a un móvil a lo que se ha llegado a lo largo de un año furibundo en cuanto a pruebas y atención mediática . Alfonso Basterra, periodista, con una inconstante y poco prometedora carrera, no solo se declara inocente sino que en su escrito final de defensa descarga toda la responsabilidad del crimen en su exmujer. Nueva estrategia.
Una testigo
Asunta Yong Fang, adoptada en China en julio de 2001, a punto de cumplir 13 años, comió el sábado 21 de septiembre con suspadres divorciados, en la casa de él. En esa comida, según la investigación, la intoxicaron con Orfidal . Poco antes de las 17.30 estaba viva. Luego una cámara la grabó en el coche con su madre en dirección a la finca familiar de Teo, cerca de Santiago. Es la última vez que se la ve con vida. Pasadas las seis una testigo asegura que caminaba por la calle junto a su padre, pero Basterra insiste en que no salió en toda la tarde y los investigadores mantienen que trató de evitar dejar indicios. Eludió las cámaras y apagó el teléfono.
«El Sr. Basterra jamás administró Orfidal, o cualquier otro medicamento que contuviera Lorazepam a su hija. Tampoco tuvo conocimiento de que ésta lo tomase o alguien se lo hubiese suministrado hasta después de su muerte», alega su defensa.
De común acuerdo
La Fiscalía y la acusación popular los considera autores a ambos: «Puestos de común acuerdo y con la intención de acabar con la vida de la niña, le suministraron una cantidad del medicamento indicado, necesariamente tóxica para posteriormente, cuando hiciera efecto, asfixiarla », recoge el fiscal en su escrito de acusación.
La autopsia no deja muchas dudas: «La muerte se produjo por el efecto de una compresión sostenida sobre la boca y los orificios nasales con los efectos fisiopatológicos que ello comporta: asfixia. La presión ejercida se llevó a cabo muy probablemente mediante un objeto blando y deformable». Antes de asfixiarla, le habían dado Orfidal y la habían atado de pies y manos. Desde tres meses antes, a la pequeña le habían estado suministrando esas pastillas, tal y como revelaron los análisis de su cabello. Los padres niegan haberle dado orfidal y solo reconocen que la medicaron para una supuesta alergia que ningún médico le había diagnosticado.
Taín indica en sus consideraciones finales que Asunta estaba «tirada» sin que nadie le hiciese caso en sus últimos meses de vida. «Las comunicaciones entre las partes así lo indican, pues la pequeña pasaba días e incluso noches sola». El juez habla de «abandono palmario» y añade más motivaciones inquietantes respecto del padre. «El contenido del ordenador» (desaparecido dos meses y encontrado donde antes no estaba) «es bastante comprometedor, y en base al mismo, cobran relevancia otros indicios que se trataron discretamente».
El magistrado se pregunta cómo es posible que si en casa de su padre, donde la niña dormía esporádicamente, Asunta solo tenía un cepillo de dientes y unas zapatillas, aparecieran sobre la mesilla y no colgados del armario sus trajes de ballet. Y añade: «¿Por qué su ADN estaba en la braga de la menor?».
Quizá sea esta pregunta, unida a la difusion de fotos de la niña en poses inadecuadas o con las pupilas en apariencia dilatadas, lo que ha disparado la reacción de Basterra. Hace unas semanas desde prisión envió dos cartas: una al juez Taín y otra, una copia de la anterior, al presidente de la Audiencia. Según fuentes jurídicas, el preso se despachó contra el instructor y amenazó con querellarse contra él.
Una carta al juez
Basterra no ha protagonizado incidentes en la cárcel de Teixeiro más allá de la entrevista no autorizada que concedió a un periodista amigo suyo y que le costó una sanción. Sí amenazó al fiscal con actitud chulesca en dos de las excarcelaciones, en presencia de varios agentes. Se ha negado a declarar y colaborar , más allá de su primera comparecencia y pasa los días, a la espera del juicio, entre el gimnasio y algunos cursos. El último al que se ha apuntado es uno de panadería, en sintonía con su afición a la cocina. Este verano siguió otro, organizado entre rejas por la Universidad Menéndez Pelayo. Al finalizar las sesiones escribía preguntas en un papel para que las formulara otro reo. Los funcionarios no han percibido en él el menor síntoma de baja forma anímica. Todo lo contrario que su exmujer , cuyas oscilaciones son continuas.
En las últimas semanas, la ha visitado tres veces un psiquiatra particular, según su abogado José Luis Gutiérrez Aranguren. Su diagnóstico es que sufre una depresión severa, un trastorno que Porto lleva padeciendo de forma intermitente desde los 17 años. El letrado está a la espera de que la reconozca un forense y si persiste su estado, dice, pedirá la suspensión del juicio.
En prisión ha ayudado ya a varias presas. Pidió a su abogado que asistiera a una rumana preventiva, que ha sido absuelta. Se supone que ella corre con los gastos. Pero la cárcel es un territorio hostil y la mujer que disfrutaba de un estatus social y económico privilegiado no se adapta. Convive con el miedo, acentuado porque ya no sale al exterior como ha venido haciendo (acupuntor, ginecológa, dentista...) El juicio previsiblemente se celebrará este otoño. Un jurado decidirá si los padres ideales son los asesinos.
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