En la muerte de Adolfo Suárez: Epitafios para la posteridad
El primer presidente de la democracia reposa en la Catedral de Ávila bajo la inscripción «La concordia fue posible». Otros políticos también han dejado palabras para su recuerdo

En la muerte de Adolfo Suárez: Epitafios para la posteridad
En el claustro gótico anexo a la histórica Catedral de San Salvador en Ávila reposan ya los restos del expresidente del Gobierno Adolfo Suárez, una «privilegiada» sepultura que el propio impulsor de la Transición solicitó al Cabildo Catedralicio y al obispo de Ávila tras la muerte de su mujer Amparo Illana. Sobre la lápida se lee «La concordia fue posible», una frase que acompañará para siempre al recuerdo del primer presidente de la democracia que buscó la reconciliación y el acuerdo.
El epitafio de Suárez se suma a una tradición extendida por todo el mundo que se remonta a hace más de 2.000 años, pero poco habitual entre los políticos. Llamó la atención la inscrita en la lápida de Manuel Fraga, tras su fallecimiento en 2012. La familia del veterano político gallego quiso que se le recordara como «Bo e xeneroso» (Bueno y generoso).
Nicolás Salmerón, expresidente de la I República enterrado en el cementerio civil de Madrid, es otro de los políticos que cuenta con epitafio: «Dejó el poder para no firmar una sentencia de muerte».
«Con los políticos se tiene especial cuidado para no provocar a nadie», según Nieves Concostrina, redactora jefe de la revista «Adiós», que ha recogido frases de políticos que sus seguidores han labrado después en piedra, como la frase de Marcelino Camacho que se lee en la tumba del exdirigente de Comisiones Obreras: «Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar». O la inscrita en la placa del expresidente de la Segunda República Manuel Azaña y que reproduce sus últimas palabras a sus compatriotas: «Paz, piedad, perdón».
«Vivió para la patria. Murió por ella», reza el epitafio a Eduardo Dato en el Panteón de Hombres Ilustres en Madrid.
Tampoco fuera de España se prodigan en los mausoleos de los políticos. El largo epitafio de Ronald Reagan comienza con: «En mi corazón sé que el hombre es bueno...». Más breve es la que quiso que pusieran en su tumba el excanciller alemán Willy Brandt: «Lo he intentado».
A Karl Marx le escribieron posteriormente en su tumba en Londres su frase «Trabajadores del mundo, uníos» y a Salvador Allende, los seguidores del expresidente chileno acompañaron su lápida con las últimas palabras del discurso que retransmitió por radio el 11 de septiembre de 1973: «Tengo fe en Chile y su destino».
También en el cementerio de Atlanta, donde está enterrado Martin Luther King, se conserva la parte final de su célebre discurso «He tenido un sueño» en el que decía: «Libre al fin. Dios todopoderoso, al fin soy libre».
En Internet circula un epitafio atribuido a la sepultura de Winston Churchill -«Estoy listo para encontrarme con mi Creador. Si mi Creador está listo para encontrarse conmigo es otra cosa»-, pero lo cierto es que en la tumba que comparte con su mujer solo aparece el nombre del político británico acompañado por la fecha de su nacimiento y defunción.
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