enfoque
El presidente Hollande rectifica
En esa rueda de prensa, en la que Hollande cortó en seco cualquier intento de hablar de su vida privada, lo que sí hizo fue reconocer el fracaso total de su política económica, una política que ha llevado a Francia al borde de la quiebra
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EL actual presidente de la República Francesa no se prodiga en conferencias de prensa. De hecho, en los 21 meses que lleva en el Elíseo sólo ha dado tres. De manera que, como esas citas con los periodistas son muy escasas, se anuncian con bastante tiempo y suscitan enorme expectación. La última conferencia de prensa del pasado día 14 de enero, no fue una excepción: la opinión pública estaba pendiente de lo que ese día pudiera decir Monsieur le Président, sobre todo porque la caída de su popularidad y la declinante marcha de la economía francesa hacían presagiar algún anuncio importante o, incluso, un radical cambio de rumbo en la política socialista que con tanto entusiasmo preconizó durante la campaña que le llevó a la Presidencia en mayo de 2012.
Con lo que no contaba François Hollande era con que un semanario desvelara, pocos días antes de su anunciada cita con la prensa, sus encuentros secretos con una actriz. Tampoco contaba con que su compañera oficial, al enterarse de estos encuentros, tuviera una crisis nerviosa tan seria que obligó a su hospitalización. Con bombazos informativos de ese calibre se comprende que la mayoría de los ciudadanos haya prestado muy poca atención al contenido de la intervención presidencial del día 14. Y en España, poquísima.
Sin embargo, esa rueda de prensa estuvo llena de enseñanzas que podrían ser muy provechosas para los españoles y, en especial, para los progres españoles y para todos los que aún creen que las recetas de Robin Hood («quitarles el dinero a los ricos para repartirlo entre los pobres») sirven para crear riqueza y prosperidad para todos.
En esa rueda de prensa, en la que, por cierto, Hollande cortó en seco cualquier intento de hablar de su vida privada, lo que sí hizo fue reconocer el fracaso total de su política económica, una política que ha llevado a Francia a una situación bastante parecida a la que Zapatero condujo a España: al borde de la quiebra. Y por unas razones parecidas.
Zapatero se cayó del caballo el 10 de mayo de 2010, cuando le llamaron los líderes del mundo y le conminaron a cambiar radicalmente de política económica.
Es lo que le ha pasado a Hollande. Él llegó al poder con la subida de impuestos como bandera. Y como buque insignia de esa subida de impuestos, el 75% de impuesto sobre la renta para todos los que ganaran un millón de euros o más al año. Así, creía él, iba a aumentar la recaudación y podría mantener el inmenso e intervencionista Estado francés.
Lo que ha pasado es que algunos de los pocos que ganan esa cantidad han inventado todo tipo de trucos para librarse de esa voracidad recaudatoria. Y a la cabeza de todos ellos, el primer actor de Francia, Gérard Dépardieu -apoyado, por cierto, por la gran Catherine Deneuve-, que se ha hecho ciudadano ruso para huir del socialismo francés. Sin contar con el efecto desincentivador de ese tipo de medidas. El resultado es que la recaudación no ha aumentado y la situación económica de Francia ha empezado a deslizarse hacia las profundidades de la crisis.
Al final, Hollande se ha encontrado con el mismo dilema al que tienen que enfrentarse todos los gobernantes en estos tiempos de crisis, y es que no salen las cuentas, es que el Estado gasta mucho más de lo que ingresa. Los socialistas y los demagogos predican que las subidas de impuestos son la solución, y siempre fracasan. Y entonces tienen que reconocer que la solución no viene del aumento de los ingresos a través de subidas de impuestos, sino de la reducción del gasto, de limitar el tamaño del Estado y de incentivar la responsabilidad de los ciudadanos.
Por eso, el pasado día 14, el Jefe del Estado francés tuvo que declarar «soy un social-demócrata», con lo que venía a aceptar que ya no es el socialista ortodoxo que presumía de ser antes. En la misma rueda de prensa anunció su propósito de aligerar las cargas a las empresas, y tuvo que reconocer que el estatismo redistribuidor no funciona. Para acabar por anunciar que el objetivo más importante para el Gobierno francés hoy es el de reducir, al menos en 50.000 millones de euros anuales, el hipertrofiado aparato de su Estado.
No es de extrañar que algunos comentaristas hayan certificado que François Hollande, el 14 de enero de 2014, ha enterrado el socialismo.
Los más viejos podemos acordarnos de una situación muy parecida, la que se dio en Francia cuando Mitterrand fue elegido primer presidente socialista de la República en 1981, y colocó como primer ministro al también socialista Pierre Mauroy. El afán por hacer una política «auténticamente de izquierdas» en dos años llevó a Francia al borde de la ruina. Mitterrand tuvo que destituir al pobre Mauroy. Aquel fracaso en política económica llevó al Partido Socialista francés a perder las siguientes elecciones legislativas, y Mitterrand tuvo que gobernar con Chirac de primer ministro, en el primer caso de cohabitación de la V República.
Por cierto, que el desastroso balance del binomio Mitterrand-Mauroy tuvo una influencia relativamente beneficiosa en España porque Felipe González, que llegó al poder año y medio después que los socialistas franceses, aprendió en cabeza ajena y su primer gobierno -probablemente, el mejor de los suyos, al menos en economía- se olvidó de izquierdismos y no cayó en los errores en los que había caído su mentor Mitterrand.
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