El elevado precio de la vivienda crea extraños compañeros... de piso
El 3% de los mayores de 18 años busca una habitación para vivir. El problema es que más del 51% lo hace porque no puede pagar un alquiler en solitario. La juventud ya no tiene la exclusiva de eso de compartir cocina: cada vez más mujeres y mayores de 35 años se suman a esta tendencia
El precio del alquiler llega a su máximo histórico tras la intervención del mercado y no tocará techo en 2023
![Micaela y Nina, naturales de Rumanía, llevan décadas en España. Viven juntas desde hace dos años, así no están solas y ahorran](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/economia/2023/04/08/en-la-cocina-R6AP6OzLgNeyPfR8mEBzgqN-1200x840@abc.jpg)
Los pisos de alquiler cada vez se parecen menos a 'Friends'. Los protagonistas de la serie -Chandler, Phoebe, Monica, Ross, Rachel y Joey- eran amigos arrancando sus vidas en Manhattan pero, ante todo, eran jóvenes que compartían cocina. La 'sitcom' fue durante décadas ... la representación en televisión de una realidad que ha empezado a cambiar, también en España. La juventud ya no tiene la exclusiva en eso de compartir piso.
Cerca del 3% de la población mayor de edad busca una habitación compartida, según datos del informe anual de Fotocasa. Pero lo alarmante es que más de la mitad de las personas (el 51%) lo hacen por obligación, incapaces de pagar un alquiler en solitario.
También el elevado precio de la vivienda se ha convertido en un problema que no deja de crecer cada año (en 2022 conseguir un techo compartido era un inconveniente para el 72% de los inquilinos). Así, las casas de alquiler son cada vez más heterogéneas, y aunque los veinteañeros siguen siendo los más proclives a colgar el cartel de «Se busca compañero de habitación» (un 51% de los que comparten tienen entre 18-25 años, tal y como recoge el informe anual que elabora Pisos.com), cada año el porcentaje es menor.
Por el contrario, la tendencia es que se incremente el número de ciudadanos de más 35 años que no disponen de vivienda propia y viven en compañía. También hay cada vez más mujeres que tienen que conformarse con una habitación de alquiler.
«Estamos buscando a alguien entre 18 y 99 años, preferiblemente con trabajo. La estancia mínima es de tres meses», reza un anuncio en la web de Idealista. Ya no es extraño que varias generaciones convivan bajo el mismo techo. Aunque no sólo. Hay casos de parejas de divorciados que siguen compartiendo cama, jubilados que empiezan a cohabitar en el último tramo de sus vidas, familias con hijos que conviven con otras personas, inmigrantes recién llegados que unen sus culturas bajo el mismo techo y nómadas digitales trabajando en países de todo el mundo pero con la misma clave del wi-fi.
Según el INE, 2021 registra el peor dato de emancipación desde hace más de dos décadas
Según el Observatorio de Vivienda Asequible, que recoge datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), 2021 registra el peor dato de emancipación desde hace más de dos décadas.
Problemas en las capitales
La cifra no sorprende si se tiene en cuenta que el precio medio de una vivienda de alquiler en España es de 900 euros, según el Índice Inmobiliario de Fotocasa. Compartir una vivienda costaba una media de 440 euros al mes en diciembre de 2022. Un 15,8% más que hace 5 años (desde 2017) y un 66% más respecto a hace 7 años (2015). Es el mayor incremento del alquiler por habitaciones desde que hay registros, subrayan los expertos de Fotocasa.
«La razón es clara: en 2022 el precio del alquiler ha alcanzado máximos históricos por encontrarse en una situación muy crítica de escasez de oferta. Esto implica que la dificultad de acceso a la vivienda se acrecienta todavía más». No olvidemos que el SMI (Salario Mínimo Interprofesional) está fijado en 1.080 euros. Para que el sueldo no se agote en el alquiler, no queda otra que dividir el gasto.
Con esa idea llegó a Barcelona hace un par de meses Celia, de 22 años. Había conseguido un primer empleo en una firma de moda, pero no lograba encontrar una habitación. Cataluña y Madrid son, según Fotocasa, las comunidades donde más se han incrementado los precios en los últimos años: un 73,8% (hasta los 545 euros al mes) y un 68,7% (hasta los 503), respectivamente.
Así, aunque Celia estuvo semanas buscando a través de páginas de alquileres, no supo dónde iba a dormir hasta 24 horas antes de su primer día de trabajo. «Estaba agotada de presentarme y hacer entrevistas. Y para colmo, la convivencia con aquellos compañeros fue un horror».
![Celia, con 22 años, vive a gusto con Marta, de 65, que «respeta su independencia»](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/economia/2023/04/08/celia-marta-terraza-bcn-U22318012470zzA-624x350@abc.jpg)
Entonces tuvo que buscar una segunda opción y dio con Marta, una mujer jubilada de 65 años con la que actualmente convive. «Cuando yo empecé a trabajar pude irme de alquiler a una buhardilla en frente del Parc Güell. Sin compañeros. Pero para los jóvenes como Celia hoy es impensable. Vivimos muy tranquilas juntas. Yo tengo mis normas, pero si las cumples todo va bien», cuenta Marta.
Celia reconoce que llegó a la ciudad condal con unas ganas tremendas de hacer amigos y conocer a gente de su edad. Y aunque su piso no sea el de la música a tope un viernes por la noche, eso -dice- también tiene sus ventajas. «Marta es de otra generación, pero respeta mi independencia y también es comprensiva si necesito hablar». Por cómo hablan la una de la otra, la convivencia funciona. Aunque les separen 40 años de edad.
Marta pertenece, como Conchi y Pepa, a ese 2,08% creciente de mayores de 60 años que, tal y como refleja el estudio anual de Pisos.com, cohabita con otros. Las dos últimas llegaron a vivir bajo el mismo techo en Valencia tras un «tropiezo» vital que les hizo perder su hogar. Afortunadamente, encontraron la ayuda de Hogares Compartidos, que ofrece una solución habitacional a estos pensionistas.
![Conchi y Pepa comparten piso en Valencia. Vivir en compañía les da seguridad](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/economia/2023/04/08/conchi-pepa-mikel-ponce-U84736735678SFp-624x350@abc.jpg)
A sus 72 años, Pepa confiesa que llegó a esta casa compartida «muy confiada», decidida a sumar una experiencia más, pese a que al principio no conocía ni a Conchi ni a Tirso, el tercer inquilino del piso.
Aunque tienen un salón, cocina y un par de baños comunes (ellas se quedan el de la ducha y él, algo más joven, el de la bañera), cada uno tiene su habitación con su televisor, así que pueden hacer su vida. Y su compra, claro. «Compartimos mesa para comer y luego cada una hace su ruta», admite Conchi (71 años), que prefiere vivir acompañada por seguridad: «A mí las piernas no me van bien. Y si me caigo, pues al menos aquí me levantan», reconoce. Echa de menos la agilidad de su juventud, cuando tenía la energía suficiente para tabajar como limpiadora de casas. Pero ahora vive tranquila, y pasa los ratos entre el televisor, los paseos (con su muletilla) y algunas labores de costura.
Conchi, más activa, celebra que sigan manteniendo «independencia total». «Para mí es una vida muy alegre. Hago lo que quiero, salgo, entro... tenemos independencia total y los ratos que compartimos juntos son muy agradables. Además viene una asistente dos veces por semana para limpiar y ayudarnos en lo que podamos necesitar», dice con alegría. Cuando pueden -con el permiso de los compañeros, para no empañar la buena convivencia-, reciben a sus familiares.
A esta valenciana, que trabajaba como peluquera, sólo se le ensombrece la voz al hablar de la pandemia, cuando perdió a su anterior compañera de piso. «Me costó recuperarme, porque vivíamos las dos solas. Pero bueno, nunca nos abandonaron. Desde Hogares compartidos nos llamaban cada día y nos traían lo que necesitábamos», apunta.
A punto de jubilarse está también Micaela, que desde que enviudó hace dos años convive con Nina y su hija quinceañera. Ambas, naturales de Rumanía, se conocían ya hace años. «No tenemos un piso muy lujoso, pero yo llevo veinte años en él. Ahora que mi marido no está, el alquiler se hace cuesta arriba y echaba en falta hablar con alguien», confiesa Micaela.
![Micaela y Nina, naturales de Rumanía](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/economia/2023/04/08/en-el-salon-U01636034545pDI-624x350@abc.jpg)
Ellas forman parte de ese 23% de personas que comparte porque el piso se adapta a sus necesidades y, también, del 10% que señala que así pueden ahorrar algo más. De hecho, Micaela ha logrado, tras veinte años de trabajo, comprarse una casita en su país, donde residen sus hijos y nietos, y a donde planea mudarse en un par de años.
Desde que llegó a España no ha conocido otro piso más que este, de dos habitaciones, situado en San Fernando de Henares. Hasta ahora, además, ha logrado librarse de las subidas del precio alquiler que se han vivido en los últimos años. Como tanto ella como Nina trabajan como asistentas en otros hogares, apenas pasan juntas los fines de semana. Micaela, generosa, confiesa que su compañera ayuda más en las tareas domésticas, porque a su edad «los años no perdonan», dice resignada.
En su cocina se preparan especialidades rumanas, pero también hay hueco para los productos Hacendado que le gustan a la pequeña de la casa, la hija de Nina, nacida en España.
Encrucijada inmobiliaria
Ambas son conscientes de la suerte que tienen, porque no siempre es fácil para los inmigrantes ganarse la confianza de los caseros. De hecho, no es tan extraño encontrar en algunos pisos personas que subarrendan habitaciones a extranjeros sin papeles. El problema de la vivienda, relatan las ONG, está muy generalizado entre los inmigrantes más vulnerables, que ni se atreven a relatar su calvario a la prensa. «Por lo que oigo, ahora es más complicado todavía alquilar, porque te piden más nóminas, quieren más seguridad, y todo ha subido», resume Nina.
Ellas comparten más: representan el 54,8% de los demandantes de piso
También los padres solteros o divorciados con hijos a su cargo se encuentran en una encrucijada inmobiliaria que les lleva a compartir vivienda. De hecho, los demandantes de casa compartida de entre 36 y 45 años también han crecido en la última década, de un 8,92% han pasado a un 10,96%. Las mujeres, refleja el estudio de Pisos.com, son más vulnerables: ellas representan el 54,8% de los demandantes de piso. Aunque también algunos hombres divorciados, cuando tienen que mantener el antiguo hogar conyugal y un nuevo hogar propio, se ven abocados a recurrir a esa solución. Desde Fotocasa advierten que esta coyuntura influye en la baja natalidad y el invierno demográfico que sufre el país.
Érika vive uno de esos casos que, a priori, cuesta creer. Su historia es la de una madre de un niño de 9 años que comparte vivienda con una pareja de recién casados. Esta colombiana, que tiene una pequeña discapacidad física, llegó a España para trabajar hace unos años y está orgullosa de haber encontrado a sus nuevos compañeros de piso. «A pesar de que nuestras circunstancias son distintas. Cada uno va a lo suyo. Ojalá no fuera así pero, con mi sueldo, mi hijo Santiago y yo no podemos permitirnos alquilar una casa para nosotros», relata con emoción contenida.
En general, según ha experimentado, no es habitual que la gente quiera compartir con niños pequeños. «Estuve viviendo con una chica que no respetaba a mi hijo. No nos permitía hacer ningún ruido y se metía mucho con él. Un día mi niño vomitó en una zona común porque estaba enfermo y se agarró un enfado horrible». De momento, lleva un mes con la pareja de recién casados y están felices.
De piso en piso
Laura y Gisel, de momento, no han logrado esa ansiada independencia. Por el momento, ambas viven en un recurso temporal de la Comunidad de Madrid que les permite contar con un pequeño apartamento a cambio de un alquiler simbólico. Aunque ambas son madres trabajadoras, su nómina no llega a los 1.000 euros, y con las condiciones que les piden los caseros (trabajo estable, varias nóminas por adelantado…) les es imposible encontrar siquiera una habitación digna. Muchos anuncios, denuncian, piden directamente «estudiantes» o «inquilinos sin hijos».
![Laura y Gisel, madres solteras y trabajadoras, viven en un recurso de la CAM. Las condiciones de los caseros son innacesibles para ellas](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/economia/2023/04/08/recurso-cam-U24211525084TtG-624x350@abc.jpg)
Laura vivía en un piso compartido en Madrid, pero el casero lo reclamó y le tocó volver temporalmente con su niño a su Toledo natal. El menor, cuenta, tiene TEA (trastorno del espectro autista) «y es muy inquieto». «En Madrid era imposible encontrar habitaciones, y con mi sueldo no me puedo permitir un piso sola, me pedían cuatro meses de fianza, tres meses de nómina… Así que la trabajadora social me encontró el apartamento donde vivimos ahora. El inconveniente es que no podemos recibir visitas y mi prima, por ejemplo, me ayudaba mucho con el peque».
Aunque ahora está de baja, esta camarera de piso está estudiando la ESO por las mañanas para seguir buscando un futuro mejor. «Podría compartir con mi prima, pero no encontramos nada que baje de 600».
«Con un niño, convivir con desconocidos es imposible, me echaron de tres habitaciones distintas. Te chantajean, te suben el alquiler…»
En la misma espiral de dificultades se vio Gisel, separada y con un niño de 3 años. Ella volvería a León, la ciudad en la que nació, pero la custodia compartida la obliga a quedarse en Madrid. Pero al menos ahora tengo un lugar seguro para mi hijo», dice. «Lo peor es tener que ir agachando la cabeza cuando trabajo como teleoperadora y tengo un sueldo. La conciliación debería ser un derecho. Cualquiera podría acabar así».
Aunque no poder dar a sus hijos un hogar estable les genera cierto sentimiento de culpa, les quedan ganas de seguir peleando. De momento, como les ocurre a tantas otras generaciones en España, la solución pasa por compartir cocina y wi-fi con gente que, de otra forma, nunca se habría cruzado en sus caminos.
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