La renta per cápita española se aleja de la europea
Alcanzar la media de la riqueza de la UE fue durante años el principal objetivo de nuestra política económica, pero la brecha, en lugar de reducirse se agranda. La caída de la productividad está detrás de este comportamiento
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Las cifras de la economía española tomadas de forma aislada pueden considerarse aceptables. España creció el año pasado en torno al 2,4%; la inflación se redujo hasta el 3,2%; la deuda, aunque muy elevada, ha comenzado a reducir su peso sobre el PIB... ... El problema es su comparativa con los países que nos rodean. Durante años, el objetivo de nuestra política económica era convenger con la UE. Sin embargo esta convergencia, que estuvo a punto de alcanzarse a finales de los noventa, está ahora cada vez más lejos. Si estrenamos el siglo XXI a solo 2,4 puntos de la renta per cápita europea, al cierre de 2022, último ejercicio del que hay datos, la distancia se ha agrandado hasta los 14,4 puntos. La causa fundamental hay que buscarla en la distinta evolución de la productividad en España, y en el conjunto de Europa y de los países desarrollados.
La escasa productividad es un problema endémico de la economía española que va pasando de un gobierno a otro y al que no se acaba de dar solución, pese a que su incremento es fundamental para garantizar el incremento de la renta de los ciudadanos y el estado de bienestar.
Un reciente informe de la Fundación BBVA y el IVIE pone de manifiesto que la evolución de este parámetro en nuestro país en las dos últimas décadas ha sido bastante deficiente ya que acumula un retroceso de más de siete puntos, que contrasta con los avances de otros países desarrollados como Estados Unidos, donde ha aumentado un 15,5%, o Alemania, un 11,8%. Por el lado positivo, los investigadores detectan un cambio de tendencia tras el estallido de la burbuja inmobilaria, que ha permitido acumular una mejora de este indicador del 1,2% entre 2013 y 2019, y tras el paréntesis del Covid (en 2020, la productividad cayó un 5,1%), en 2021 y 2022 aseguran que ha habido otro avance de 2,8 puntos. Las mejoras, no obstante, no son suficientes –advierten– para converger hasta los niveles medios europeos de productividad.
Entre 2000 y 2022 la productividad total de la economía española ha retrocedido un 7,3%, lo que contrasta con el 15% que ha crecido en este periodo en Estados Unidos, o el 11,8% de Alemania
Los investigadores ponen también de manifiesto la divergencia entre la productividad del trabajo, que se obtiene dividiendo el PIB por el número de horas trabajadas por los ocupados, que ha avanzado débilmente, en concreto un 0,7% de media anual en el periodo, frente al 1,1% de la UE o el 1,4% de Estados Unidos, y la productividad del capital, que ha caído de media un 1,2% cada año.
Para poder poner solución a este problema, lo primero que hay que hacer es buscar sus causas, y ahí los expertos coinciden en que la excesiva acumulación de activos inmobiliarios y la baja inversión en tecnologías de la información y la comunicación explican en buena parte esta situación. Durante el 'boom' inmobiliario se invirtió mucho en ladrillo, y se logró –en 2007– la tasa de paro más baja de la historia reciente. El PIB crecía mucho pero fundamentalmente basado en inversión inmobiliaria y en la contratación de mucho capital humano. Esa inversión inmobiliaria está lastrando la productividad hasta nuestro días.
Por el contrario, España ha sido la economía avanzada que menos ha invertido en intangibles (I+D, 'software', bases de datos... ) en este siglo, el 40,5% de la inversión total, una cifra veinte puntos inferior a la de países de nuestro entorno como Finlandia, Reino Unidos, EE.UU., Francia o Suecia.
La solución, por tanto, pasa por mirar a nuestro alrededor. Los fondos europeos han sido y pueden ser un impulso para invertir en esos intangibles que pueden ayudarnos a ser más productivos. Y solo con ese aumento de la productividad, España podrá volver a soñar con acercarse a la renta media europea y con mejorar su estado de bienestar. De nada sirve aprobar por decreto subidas del salario mínimo, o recortes en la jornada laboral, si no conseguimos aumentar la productividad y la riqueza.
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