con permiso
Sánchez encara la Presidencia de la UE entre la compra de votos y el asalto de empresas
El Día D ha llegado en medio de compra de votos, delincuentes sexuales con rebaja de penas, etarras con delitos de sangre en las listas electorales y hasta la extravagancia de un secuestro. Y el asalto de las empresas continúa. Todo en el haber del PSOE. ¿Se imaginan si todo esto fuera cosa del PP?
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![Sánchez y su amigo Serrano, presidente de Correos](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/economia/2023/05/27/dos-R8ccGUKnVEyUO5TWikKNDyH-1200x840@abc.jpg)
España se acerca a la Presidencia de la UE con la reputación por los suelos. Lo único que nos faltaba es que fuera de nuestras fronteras se perciba a nuestro país como una nación racista y con un sistema electoral podrido. Ambas cosas precipitadas en ... la misma semana. El caso es que la marca España se está quedando a la altura del betún por obra y gracia de una corriente de inmorales para los que el fin justifica los medios y ahí, al fin, nos conducen. Es tal la correlación de sucesos estremecedores acontecidos en los últimos días que una dobla hoy el cabo de Hornos electoral con la sensación de encontrarse en las letrinas de una república bolivariana, comandada por el Grupo de Puebla. ¿Alguien se imagina qué habría sucedido en las calles de haber sido cosa del PP –no digo ya de Vox– escándalos como detenciones por compra de votos, raptos para tapar escándalos electorales o el propio cuestionamiento de nuestro sistema electoral? Mejor no pensarlo mucho. Es la forma de entender el mundo pasándolo por la túrmix de la desvergüenza.
Sobre esa idea maestra han escrito el sanchismo y sus secuaces las normas de Buen Gobierno de su España diversa y neuroasténica. Si con tres líneas de una sentencia interesada montaron toda una moción de censura para tumbar un gobierno, desarrollen la gravedad del momento y calculen qué estaría diciendo ahora Pedro Sánchez y su corifeo de tente mientras cobro. Y mientras se deconstruía la reputación de España y la policía judicial no daba abasto a hacer su trabajo, a la chita callando proseguía –con prisa y sin pausa– el asalto de las empresas. Mojácar –siempre Mojácar– era el dedo que apuntaba a la Luna: Indra ha caído en el saco esta misma semana al mismo tiempo que su último mohicano independiente alertaba a la CNMV de las presiones para nombrar al nuevo CEO, y el consejo de administración cambiaba también a toda prisa los estatutos sociales de la compañía estratégica para aumentar el número de consejeros en una suerte de 'una para ti y otra para mí'.
Pues... lo que necesitaba España no era un plan Marshall para recuperar los niveles preCovid, sino un 'Plan de Estabilización moral' para reconstruir una forma de conducta vital basada en el cinismo, la hipocresía y el no hagas lo que yo hago sino lo que yo te diga. Porque resulta también que para que la CNMV de Rodrigo Buenaventura siga comulgando con ruedas de molino y dar por bueno el 'gobierno decorativo' en Indra se ha procedido a retorcer la gobernanza de la compañía aumentando el número de administradores hasta alcanzar el equilibrio interno deseado. Y así, con aproximaciones indirectas que habrían hecho las delicias del historiador y periodista británico Basil Liddell Hart, se intentan compensar las pérdidas en unas empresas con las ganancias en otras. Todo tan cristalino como el proceso que se avecina sobre la hipotética escisión de Indra. Lo de menos es si resulta conveniente o no para el accionista. Lo de más es que sobre su inversión cautiva se compensen intereses vicarios y poco declarables. Al final, el sanchismo puede que sea solo eso, un gran teatrillo donde mientras los escándalos se amontonan y se da de sí la capacidad de tolerancia de la audiencia, unos cuantos aprovechados te guindan la cartera y te okupan el sentido común sin despeinarse.
Por un lado, el movimiento sanchista ataca a todo gran empresario que se precie, a los que tacha con sus medidas y comentarios indirectamente (bueno, algunas veces más directamente que indirecta) de capitalistas desorejados que van a la suya –recuerden las palabras contra Ana Botín, Ignacio Galán, Juan Roig, Amancio Ortega, Rafael del Pino...–, y por otro interviene todos los sectores productivos de la economía como una mancha de aceite tras haber inoculado, paralelamente, el virus del PSC en las empresas del cinturón semipúblico con el gambito de dama de los consejeros 'independientes' y 'otros externos'. Anoten, o recuerden, Aena, Correos, Renfe, la manida Indra... hasta la propia Sepi de la que cuelgan algunas de ellas. En una semana ahora en la que las denuncias por fraude en el voto por correo han enfangado el final de la campaña electoral tanto como a la propia compañía pública de servicio postal, a la que Competencia no ha dudado exigir que cambie su contabilidad y corrija sus cuentas desde 2016... ¿Y de quién depende Correos? Pues eso.
En definitiva, lo que Sánchez necesita ahora –y busca, no lo duden, eso de la autocrítica ni sabe lo que es ni se espera que lo sepa en su vida– es una víctima propiciatoria para encalomarle la compra de votos. Ya no funciona ni la pandemia, ni la guerra, ni el volcán, ni Putin, ni el parón del núcleo de la tierra. Se le está complicando la cosa a él y a los suyos. Y por tormentoso que parezca con las elecciones autonómicas y municipales en el plazo de unas horas, será solo un aperitivo comparado con la violenta DANA que se nos viene encima para las generales, porque la oposición debe terminar de entender que enfrente tiene un rival con siete caras, que nunca se conforma con lo que hay y que va a la desesperada, con casi nada que perder y todo por asaltar. Luego si se ha de marchar, al que venga no le bastará con ganar sino que deberá recuperar lo que se han llevado por anticipado. Y eso, créanme, es harina de otro costal. Todos a votar. Con v o con b. Allá cada cual.
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