Luz verde al desembarco masivo saudí tras la vía abierta en Telefónica
El capital riesgo se traslada desde España a Italia para desarrollar sus inversiones en los sectores de energía, infraestructuras y defensa. La inseguridad jurídica que provoca la ausencia de una hoja de ruta estratégica deja a nuestro país al albur de otros regímenes, como el saudí, que ven el terreno expedito para entrar en Europa y blanquear su imagen por cuatro perras
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En los años noventa un magnífico thriller llamado «Sospechosos habituales» nos mostró que en la vida, tantas veces, las cosas son lo que parecen. Allí estaba el genial Keyser Soze para enseñarnos que la mente es manipulable y que a veces nos empeñamos en ... buscar verdades alternativas a la única verdad. Algo parecido sucede con la inversión de Saudi Telecom Company (STC, propiedad de Public Investment Fund (PIF), el fondo soberano que controla la familia real de Arabia Saudí), en España, por la gatera de Telefónica. Es lo que es. Ni una inversión para obtener 'know how' ni un gol al Gobierno.
Es, 'per se', el primer paso de una larga caminata de fondos saudíes que se irá completando en los próximos meses con mayor presencia en compañías estratégicas, y otras no tanto, necesitadas de petrodólares para suplir lo que la gestión o ausencia de la misma han provocado. La enorme diferencia a partir de ahora es que los movimientos venideros no se realizarán con esa parsimonia casi vaticana con la que han entrado en la compañía de teléfonos, sin derivados ni productos híbridos de esos que gustan tanto a la banca de inversiones.
Las nuevas compras se realizarán de manera abierta y consentida por el Gobierno de Pedro Sánchez, toda vez que gracias a lo ocurrido en Telefónica ya no tienen que ocultarse ni pedir permiso –perdón, no lo han pedido nunca– para sentarse en los consejos de administración representando a sistemas autoritarios y donde el respeto a los derechos humanos vale casi tanto como una llamada telefónica; o sea, nada.
Reuniones con el ministro de Inversiones de Arabia Saudí, Khalid Al-Falihl, ha habido sin duda. Antes del verano, fijo. Mientras estaba latente el OK del Ejecutivo a STC y su ampliación de participacion en Telefónica. Con varios importantes representantes españoles, de la empresa y la política, y en Madrid. Con el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, por ejemplo, primero, como con la entonces ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, después. El sector energético les pirra a los árabes, no es un secreto. Pero es que además, el ministro en cuestión aprovechaba los viajes para citarse con grandes empresas de más sectores estratégicos, para ellos y para España, claro. Ahí estaban Acciona, Airbus, FCC, Iberdrola, Navantia, Repsol...
Pero es que centran su atención en la Energía y en las Infraestructuras tanto como en la Defensa, sector clave en los tiempos que corren. Despistados no están, no. Los ministros de Industria y de Defensa de Arabia Saudí también se vieron con la titular española de dicha cartera, Margarita Delgado, para tantear inversiones sobre el terreno. Al final, vienen con proyectos de futuro por valor de cerca de 18.000 millones de euros. Los árabes no solo quieren ser receptores de inversión española, prefieren dar el salto definitivo a España, que la cosa del petróleo que viene es incierta.
Al final, vienen con proyectos de futuro por valor de cerca de 18.000 millones de euros. Los árabes no solo quieren ser receptores de inversión española, prefieren dar el salto definitivo a España, que la cosa del petróleo que viene es incierta.
De momento, de manera casi obscena y sin cortarse un pelo, el Gobierno español ha firmado la compra de tres nuevas corbetas con los mismos señores del dinero a los que ha concedido, al menos aún a día de hoy –intención de ampliar haberla la hubo– un 10% de Telefónica, y todo ello mientras seguimos sin saber la letra pequeña de esa autorización leída de carrerilla en Consejo de Ministros hace varias semanas y sin que haya todavía rastro ni en el BOE ni en las referencias del órgano colegiado del Ejecutivo.
Lo mismo, y tal vez, están esperando al 28 de diciembre para darnos la inocentada y sea entonces cuando nos enteremos de lo mollar de dicho permiso, en lo relativo a derechos de voto y limitaciones para asociarse y condicionar el rumbo de la compañía. La CNMV, por supuesto, tampoco dice nada, pese a su naturaleza de órgano encomendado a velar por la transparencia de los mercados y proteger los derechos de los inversores. Ni lo uno ni lo otro.
Mientras, a finales de esta semana otra de las compañías con más protagonismo de los últimos tiempos ha formado parte de ese oscurantismo que rodea los vínculos empresariales con el Gobierno. Indra, digo. La compañía con aspiraciones espaciales se debate hoy entre lo que es y lo que podría llegar a ser. El problema es que los intereses de sus accionistas no convergen en los puntos capitales y mientras unos lo ven como una pista de despegue hacia sus ambiciones, otros lo perciben como la fuente donde abrevar para saciarse de las pérdidas en otros sectores menos agradecidos y más políticamente dependientes.
Sobre la mesa está la compra de Hispasat para crear de una vez por todas ese proyecto de área espacial que en un entorno de conflicto bélico global sería un 'game changer' para la compañía. El problema es que donde unos ven inversión a largo plazo otros perciben gasto inmediato y una piedra en el zapato de los dividendos extraordinarios.
Habrá que ver qué voz se escucha más y quien da su brazo a torcer en un Consejo donde aún está casi todo por pasar y donde su principal arma defensiva es la boyante cuenta de resultados que sigue ofreciendo su filial de consultoría y transformación digital, Minsait, y su sólida gestión sobre los cantos de sirena de otros negocios, que todavía no son tal y veremos a ver si lo llegan a ser.
Al final, y cuidado que viene un espóiler, verán que tanto con Indra como con los fondos saudíes la película termina como se maliciaban desde el principio. Con estos guionistas rara vez ganan los buenos.