EL QUINTO EN DISCORDIA
Se va de rositas
La inseguridad jurídica que deriva de la arbitrariedad que ahora defiende la señora Calviño es algo inaceptable en un responsable económico de uno de los principales países de la zona euro
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Con el ruido que hay en la cosa política no le estamos prestando suficiente atención al más que probable final de etapa en el Gobierno de la vicepresidenta económica. Quien llegara al Gobierno como contrapunto a los populistas y sus soluciones fáciles a problemas complejos ... con el mandato claro de poner algo de sentido a la política económica que permitiera dormir tranquilos a los de Bruselas ha sufrido una transformación que merece un breve análisis.
Ha pasado en pocos meses de apostillar las ocurrencias de los ministros podemitas quitándolas hierro e incluso obligando a rectificaciones muy sonadas, a soltarse la melena y ser ella misma la que protagonice las salidas de tono defendiendo, por ejemplo, sin el menor reparo la arbitrariedad fiscal o atacando directamente a empresas y empresarios haciendo suyo esa práctica tan de los populistas de buscar un enemigo. No se sabe bien si se trata de un ejemplo más de lo que popularmente se conoce como la fe del converso o que ahora ya de salida ha decidido quitarse la careta y decir lo que siempre ha pensado.
En cualquier caso se trata de un deshago que además de absolutamente irresponsable la retrata y que quizá esconda algo más. Ella, a diferencia de algunos con los que comporte mesa en el Consejo de Ministros, sabe de lo que habla. Y entiende la gravedad de sus palabras –algo que con total seguridad a la otra vicepresidenta se le escapa–. La inseguridad jurídica que deriva de la arbitrariedad que ahora defiende la señora Calviño es algo inaceptable en un responsable económico de uno de los principales países de la zona euro.
Y vuelvo a insistir, ella lo sabe. Al igual que en su momento Pedro Solbes también lo sabía. Probablemente era de los pocos que en ese gobierno de tuercebotas que lideraba el renacido Zapatero podía intuir la que se nos venía encima y lejos de hacer algo prefirió irse sin decir una palabra más alta que otra. Hoy, la vicepresidenta en su (accidentada) despedida ha preferido tirar por la calle del medio desahogándose cada vez que tiene ocasión. Está enfadada. No se sabe si es porque somos unos desagradecidos –no le hemos reconocido todo lo que ha hecho– o por alguna otra razón que ahora se nos escapa.
Y a riesgo de que nos eche la bronca no podemos dejarla que se vaya de rositas como se fue Solbes. Y menos aún con las cosas que dice últimamente. Lo mejor que se puede decir de su política económica es que ha desaprovechado una magnifica ocasión para acometer reformas estructurales de calado como han hecho otros países muy cercanos. Y lo peor es sin duda la deriva populista de los últimos tiempos en los que ha abrazado no solo en el fondo sino también en las formas los postulados populistas que antes aparentemente abominaba.
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