China, la potencia subdesarrollada
La «fabrica global» ha superado a Japón en PIB total, pero su PIB per cápita está a la altura de Albania
Destartaladas casas de ladrillo gris y mercadillos callejeros a la sombra de imponentes rascacielos de cristal y acero plagados de galerías comerciales. Deportivos de lujo adelantando a toda velocidad a triciclos cargados de fardos y plásticos para reciclar. Restaurantes de diseño donde el menú vale el sueldo de un mes junto a pringosos y humeantes puestos ambulantes en los que se come por un euro. Albañiles con los dientes cariados y escuálidos «mingong» («currantes») que han emigrado del campo mirando de reojo a las jovencitas «fashion» de la gran ciudad, que lucen muslamen a base de raquíticas minifaldas y tacones de vértigo. Con toda la crudeza de sus contrastes, así es el progreso asimétrico de China, paradigma del ascenso de los países en vías de desarrollo… para lo bueno y para lo malo.
Convertida en la «fábrica global» gracias a su abundante y baratísima mano de obra y en un potencial mercado de más de 1.330 millones de consumidores por su imparable crecimiento de dos dígitos, China acaba de superar a Japón como segunda economía mundial. En términos totales, su PIB es ya superior y, tras rebasar en los últimos años al Reino Unido, Francia y Alemania, se sitúa sólo por detrás de Estados Unidos. Pero su PIB per cápita, de sólo 3.700 dólares (2.869 euros) anuales, es propio de un país en vías de desarrollo y, en una lista de 185 Estados, anda en el puesto número 100 a la altura de Jordania, Albania, Angola o El Salvador.
Su fuerza, que es su desorbitado número de habitantes, supone al mismo tiempo la debilidad de este gigante con pies de barro amenazado por tremendos problemas de superpoblación y sostenibilidad medioambiental. Aunque, a la vista de los logros obtenidos durante las tres últimas décadas —en las que más de 400 millones de personas han salido de la pobreza—, al desarrollo chino aún le queda un buen trecho por delante.
Según escribe Li Peilin en el Libro Azul de la Academia de Ciencias Sociales, «desde 1978, cuando empezaron las políticas de apertura y reforma, a 2000, el PIB per cápita creció de 400 a 800 dólares (de 310 a 620 euros), lo que llevó 20 años». En 2003 superó los 1.000 dólares (775 euros). El objetivo para 2020 era alcanzar los 3.000 dólares, pero se consiguió en 2008 y a finales de este ejercicio se llegará a los 4.000 dólares (3.101 euros).
En términos de PIB por paridad de compra, una variante que tiene en cuenta el coste de la vida, los chinos se verían beneficiados porque dicho índice subiría hasta los 6.000 dólares (4.652 euros), según las estadísticas del Banco Mundial.
En una de las transformaciones económicas y sociales más meteóricas de la Historia, China se ha convertido ya en un país de ingresos medios y se ha formado una clase media urbana cada vez más numerosa. Pero las diferencias son apabullantes a todos los niveles. Para empezar, entre ricos y pobres, ya que los 875.000 millonarios contabilizados por la revista económica «Hurun» atesoran la mitad del patrimonio del país.
Éxodo rural
En las zonas urbanas, los ingresos medios anuales ascienden a 17.175 yuanes (1.958 euros), mientras que en el mundo rural son sólo de 5.153 yuanes (587 euros), por lo que 200 millones de campesinos han emigrado a futuristas megalópolis como Shenzhen, que hace treinta años era solamente un humilde pueblo de pescadores.
Los expertos han vaticinado que el coloso oriental desbancará a Estados Unidos en los próximos años, pero el primer ministro, Wen Jiabao, calculó al final de la última Asamblea Nacional que «todavía hace falta un siglo o más para poder modernizar China».
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