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tribuna

Nuestro destino chino

La futura China debería convertirse en una economía más normal en un régimen político perennemente anormal

Nuestro destino chino

guy sorman

La economía europea está atrapada entre dos gigantes, Estados Unidos y China; el dinamismo de uno y otro determina en parte el de Europa. Por tanto, las elecciones internas de los dirigentes económicos públicos y de los empresarios privados estadounidenses y chinos se convierten también en las elecciones internas europeas sobre las que los europeos -debido a su propia desorganización- ejercen poca influencia. En cuanto a EE.UU., sabemos que el que haya elegido la sobreabundancia del dólar quizás ha sacado a la economía mundial de la recesión tras la crisis de 2008, o quizás no, ya que, en la ciencia económica, las experiencias no se pueden reproducir y, por tanto, ignoramos qué habría generado una política distinta.

Esta semana, a partir del 9 de noviembre, le corresponde a China iniciar un giro que podría ser espectacular , aunque se anuncie con circunspección y tenga que ser descifrado por los sinólogos, tras el denominado Tercer Pleno del XVIII Congreso. El desafío es el siguiente: la mitad de los chinos, es decir 700 millones de personas, siguen siendo campesinos unidos a su tierra por una especie de servidumbre que, en la práctica, hace que el éxodo rural sea difícil y aventurado. Las explotaciones difícilmente pueden venderse y a los campesinos les está prohibido contratar un crédito hipotecario.

Los que se marchan a trabajar a la ciudad y a las grandes obras de construcción siguen siendo legalmente residentes de su pueblo de origen y no tienen acceso a los servicios públicos (viviendas sociales, colegios, dispensarios) urbanos reservados a los ciudadanos originarios de las ciudades. El paso legal del estatus rural al estatus urbano es complejo (el matrimonio no basta, un título universitario ayuda), y ello garantiza a la industria china una mano de obra barata de campesinos explotados. Como consecuencia de ello, las empresas chinas exportan a bajos precios al resto del mundo, y el consumo interno sigue siendo anémico porque la mitad de la población es demasiado pobre para comprar algo.

Por otra parte, como las instituciones de solidaridad colectiva de salud y de jubilación están en estado embrionario, el ahorro de los hogares es elevado, y no porque los chinos lleven el ahorro en la sangre, sino porque no disponen de ningún otro medio para protegerse frente a los avatares de la existencia. Y, por último, como la moneda china no es convertible, este ahorro se invierte masivamente en el sector inmobiliario cuyos precios no guardan ninguna relación con el valor real. Pues bien, es de este extraño edificio económico, en el que hacen su fortuna algunos chinos bien situados en la estructura económica que inundan el mercado mundial de productos baratos (de los que se benefician los consumidores occidentales), de lo que hoy en día se habla en este Pleno, un cónclave tan secreto como un cónclave en el Vaticano. Este Pleno debería, en un futuro y por etapas, normalizar China y otorgar a todos los chinos una ciudadanía única y la libertad de circular y de instalarse donde quieran . China se convertiría entonces en una auténtica economía de mercado y dejaría de ser lo que es actualmente: un capitalismo de Estado. Las consecuencias para China y para el resto del mundo serían considerables y, en mi opinión, totalmente beneficiosas. El consumo interior chino aumentaría significativamente y las exportaciones a precios bajos disminuirían. Para los occidentales, el mercado chino sería entonces un mercado gigantesco en todos los ámbitos y no sólo para los proveedores de equipamientos pesados y las grandes infraestructuras. Por consiguiente, la balanza de los intercambios entre Occidente y China debería equilibrarse, con la ventaja adicional de que obligaría a EE.UU. a reducir las emisiones de dólares que el Tesoro chino adquiere en la actualidad.

¿Darán los dirigentes chinos este giro, tan significativo como el abandono del colectivismo por parte de Deng Xiaoping en 1978? Probablemente sí, tras unas luchas internas de las que no sabremos nada hasta dentro de mucho tiempo y, sobre todo, porque a estos dirigentes no les queda otra elección. La coexistencia de dos categorías de ciudadanos dentro de un mismo país amenaza la perennidad del poder. La inversión masiva en el sector inmobiliario puede degenerar en cualquier momento en una burbuja especulativa que arruinaría a la nueva clase media. La continuidad del crecimiento chino exige un éxodo rural intensificado, desde las lejanas parcelas improductivas hacia unos trabajos modernos y más rentables. El resto del mundo no podrá absorber indefinidamente los productos chinos baratos y poco creativos.

Si nos atenemos a estos 30 últimos años, los dirigentes chinos son racionales desde un punto de vista económico y están dispuestos a realizar cualquier renuncia ideológica con la condición de conservar para el Partido Comunista, y sólo para él, toda la autoridad política, sin compartirla. Por lo tanto, la futura China debería convertirse en una economía más normal en un régimen político perennemente anormal. ¿Cuánto tiempo se mantendrá la coexistencia de los dos? Un día, un siglo, nadie sabe -ni debe- predecirlo.

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