Tenis
Rafael Nadal, el campeón de todos con los pies en la tierra
Competitivo en la pista, se ha ganado el corazón de los aficionados también con los valores que trascienden su carrera deportiva
Las mil y una batallas de Nadal contra su cuerpo
Nadal se retira
![Nadal, en Manacor](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2024/10/10/nadal-manacor-afp-RLbBq2RJpFgcpCkjO11MGWN-1200x840@diario_abc.jpg)
Son más de veinte años de éxitos que se entienden por una sola palabra: humildad. Es la que ha desarrollado Rafael Nadal durante toda su vida, más allá de la tenística, pero que ha explotado sobre todo en esta faceta. Solo así se entiende ... la evolución de un campeón en otro, y en otro, y en otro, sin apenas parones más allá a los que lo obligó su propio cuerpo. Y también ante ellas, la humildad de encomendarse a la paciencia para levantarse una vez y otra y otra y otra.
Aquel chaval de Manacor (3 de junio de 1986) se empapó de una doctrina firme, también segura, y convencida de que los éxitos se empiezan a labrar en el día a día. Desde las pistas de casa, con su tío Toni, el balear mostró talento, genio, perseverancia, capacidad de escucha, de atención y de aprendizaje, esfuerzo, constancia y carácter para conseguir ser un poquito mejor cada vez.
Despuntó pronto, campeón nacional con chicos más mayores que él y muy buenas sensaciones cuando atacó el templo de los mayores. Doblegó a sus propios referentes, como a Carlos Moyà, y se empeñó en conquistar todas las plazas, del color que fueran, y ante todos los rivales, de la edad y el estilo que tuvieran. Y aprendió de todo ello.
Solo con unas cualidades innatas trabajadas en el día a día puede llegar a intuirse, que no a entenderse, cómo fue capaz de doblegar a varias generaciones. De erigirse como único y exclusivo emperador de la tierra batida. De protagonizar las remontadas más inverosímiles y que iba dibujando de realidad ante los atónitos ojos de los aficionados, que solo podían soñarlo. De aquella melena, camiseta sin mangas y pantalón pirata con los que desafió al orden establecido que imponía Roger Federer, a ser él el mayor de los retos para todos los demás, con cuya presencia el oponente podía palidecer, consciente de que ganar a Nadal era mucho más que ganar un partido. Todo, gracias a una constante evolución de su juego y de sus movimientos para adaptarse a los rivales, a las nuevas tendencias, a sí mismo conforme pasaban las velas en la tarta.
El tenista incombustible, de músculos desarrollados, de puño al aire y rodilla derecha levantada con cada punto ganado, fue transmutando en lo que requería cada partido. En el camino, miles de emociones que desplegaba y recogía el aficionado, cada vez más entregado a la causa porque era el balear capaz de ser humano e inhumano a la vez. De llorar por la victoria, de rendir tributo al rival con la derrota, de ofrecerse siempre, en todo su esplendor, para homenajear a ese tenis que ha ayudado a construir y a elevar hacia otra dimensión.
Era hijo de la tierra batida, como la mayoría de jugadores españoles, pero soñaba con ganar en Wimbledon. Dominó la superficie rojiza con absoluta precisión, inabordable el de Manacor cuando asomaba la primavera tenística y los calcetines se teñían de rojo. Ahí fue impenitente, desde el principio, desde aquel 2005 en el que lo ganó todo en la arcilla incluyendo su primer Roland Garros. Del debut a la gloria. Y los que quedaban por llegar.
Pero sufría en la hierba. Por eso, y porque al otro lado reinaba un Roger Federer poderoso, se empeñó todavía más el español en hacer suya la superficie verde. No era la más cómoda para su cuerpo, castigado desde el inicio con el problema en el pie, que devino en el problema en las rodillas, pero era un objetivo y un camino para ser mejor. Lloró tras aquella final de 2007, perdida ante Federer, porque pensó que nunca tendría otra oportunidad. Lloró tras aquella final de 2008, ganada ante Federer, porque Wimbledon era suyo por fin. Definitivo en su avance para hacerse con todas las superficies.
Pero fue un ejercicio de tenacidad nacido en el día a día. Recompuso sus estrategias y también sus golpes. Asumida su superioridad en la tierra batida, entendió que solo podría encadenar títulos en Australia y US Open si potenciaba las virtudes que ya poseían sus rivales: la velocidad, los puntos cortos, la subidas a la red, el ataque por delante de la defensa. Y se empeñó hasta el punto de morder cuatro veces en Estados Unidos, dos en Melbourne y sentarse a la mesa de unos pocos elegidos que han conquistado grandes de todos los colores: Novak Djokovic, Roger Federer, Andre Agassi, Rod Laver, Roy Emerson, Fred Perry, Don Budge.
En constante vuelo hacia las alturas, ha tenido siempre los pies muy bien asentados en la tierra. Gracias a una familia que ha arropado al Rafael hijo, hermano, sobrino, amigo, por encima del Nadal campeón. El hombre y el tenista, el tímido y miedoso en casa; el superlativo y aguerrido en la pista. El marido y padre que disfruta de salidas en el mar y la paz que le ofrecen la isla y el golf, y el rival temible y competidor que reta a quien tenga delante para imponer siempre la suya, en el circuito y ante cualquier juego al que se apunte. Incluso si delante del tablero hay amigos como Marc López o Carlos Moyà. Así entiende Nadal el respeto por el prójimo: dando de sí lo mejor, así en la pista como en el parchís.
Receloso de su intimidad, con su faceta más famosa ha creado una academia a la altura de su leyenda y ha llegado a negocios de todo tipo: restauración, hostelería, pádel, nutrición. Y también otros que le han granjeado alguna crítica como su incursión como embajador del tenis en Arabia Saudí. También es el que se arremangó, cepillo el ristre, para ayudar a sus vecinos tras las riadas de 2018.
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