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Tenis

Rafa Nadal: el día del adiós de un campeón inexplicable

Después de veinte años de carrera, el balear se despedirá del tenis profesional peleando por un último título, en equipo, en la Copa Davis, por su país

Rafa Nadal anuncia su retirada: «Me ha llevado tiempo tomar esta decisión»

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El 10 de octubre de 2024 queda para el recuerdo como el día que Rafa Nadal anunció su retirada EP
Laura Marta

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Rafael Nadal baja el telón. Cuando salga del escenario del pabellón Martín Carpena de Málaga en noviembre, cuando disputará la Copa Davis con España, su último baile, será Rafael, Rafel. Al otro lado queda Nadal: sonrisas, mordiscos, competitividad, pasión y un ¡vamos! universal, y el jugador que ha dejado el tenis en otro nivel; uno que, por momentos, casi parecía inalcanzable, irreal, ilógico. Solo plausible porque era Nadal quien lo desplegaba.

«Me retiro del tenis profesional. Mil gracias a todos», anunciaba el balear con un vídeo en el que desgrana la dificultad de este último golpe. «Los dos últimos años han sido difíciles y no he sido capaz de jugar sin limitaciones. Es una decisión difícil, que me ha llevado tiempo, pero en esta vida todo tiene un principio y un final. Creo que es el momento adecuado para poner punto final a lo que ha sido una carrera larga y mucho más exitosa de lo que jamás hubiera podido imaginar», describía. Nadal obedece a los constantes latigazos que el cuerpo le ha deparado en los últimos tiempos, consciente a su pesar de que no ha podido recuperar el físico para lo que la cabeza quería. Y no porque no lo haya intentado. No se entendería de otra manera este Nadal que se ha levantado de mil y una para regalarse y regalar otra soberbia puesta en escena.

Nadal se marcha del tenis, de ese tenis que él mismo ayudó a construir. Uno especial, estratégico, táctico, infatigable, preciso, quirúrgico, letal, imposible, mental, también explosivo, efectivo, demoledor, arrasador. Un deporte en el que puso el músculo, el sudor y el oficio, pero introdujo en otra dimensión por la cabeza. La parte en la que más huérfano se queda este otro tenis que continúa ya sin él.

Son más de veinte años para 92 títulos, 22 Grand Slams, 1.080 victorias; 36 Masters 1.000; dos oros olímpicos, que no se presagiaban cuando empezó; atenazado ya de primeras con ese pie que amenazaba su carrera antes de empezar. Por suerte para el tenis, Nadal fue construyendo sobre aquellas plantillas a medida un tenista inverosímil con esa capacidad tan única como irrepetible de desafiar la lógica en cada salida a la pista. De expandir el tenis a otra realidad, que se escapaba del propio deporte porque aglutinó en las pistas y frente al televisor a aficionados de la raqueta y a sus valores, constancia, superación, pasión, competición, trabajo, derrotas y victorias.

Un tenista con mil aristas y virtudes, que frenó a Roger Federer, que humanizó a Novak Djokovic, que fue maestro de varias generaciones. De la humildad y el respeto por el rival que le gana surge la aceptación de la inferioridad y la determinación para que no vuelva a ocurrir, para superarse, encontrar soluciones y crear otros problemas, para superarlo. De la fortaleza mental para triunfar en un tie break también rescató la entereza para levantarse de cada caída. De esa derecha que rompía el aire, las alturas y el pecho de sus rivales con revés a una mano construyó su propio revés igual de letal en su resolución, más vertiginoso en su ejecución. De las debilidades, un fortín para defenderlas y una marcha más para atacar las ajenas. Del análisis concienzudo de cada uno de sus golpes, puntos y partidos, la lectura ágil de las inquietudes y grietas del rival. De los músculos superdesarrollados de juventud, a la confianza y el autoconocimiento superactivado de la madurez. Del Nadal de los anuncios de Cola Cao, al Nadal de las clases magistrales.

Se ha ido despidiendo poco a poco. Abrió una herida este pasado 2023, con golpes morales desde aquel 18 de enero, encogido sobre sí mismo, apoyado en la valla. Desde ahí, sus ausencias en Acapulco, Indian Wells, Miami, Montecarlo, Barcelona, Madrid, Roland Garros... y un punto y aparte con brisa de esperanza porque era Nadal quien la lanzaba al aire. «Quiero volver en 2024 y darme una última oportunidad». Nadal siendo Nadal. Pero la realidad fue tozuda: lo que su mente deseaba y se empeñó en levantar, su cuerpo lo postergó, lo alteró y acabó limitando aquella despedida planificada. Sin embargo, ahí está el balear, describiéndose a sí mismo porque bajará el telón compitiendo, en equipo, en la Copa Davis, por su país.

Se observa el vacío y se intuye ya el legado, ese intangible que trasciende todo lo demás, incluidos los magníficos retazos de su historial: el gen competitivo, la creencia en el punto a punto, el empeño por mejorar, la confianza para hacer suyo el partido cuando lo tenía ganado y cuando lo tenía perdido. Sobre todo cuando lo tenía perdido. Nunca un deportista había impuesto en el imaginario colectivo una fe tan inquebrantable. Ahí, en ese 2-6, 6-7 (5), 3-2 y 0-40 ante Medvedev en la final de Australia 2022, por ejemplo, el nadalismo creía. Una fe que acababa en mordiscos de realidad y que no se explica con cifras.

Dentro de unos años, a muchos les entrará la duda. ¿Esto que vimos, que vivimos, era real? Esos 14 Roland Garros, esa final de Wimbledon 2008, esa Copa Davis contra todo y todos. No eran los resultados, era también el cómo. Sí, el drive con el que apuntilló a Federer, a Djokovic, a Alcaraz, a Tsitsipas, a Del Potro, a Burgsmuller, a Almagro, a Thiem, a Roddick, a Soderling, a Puerta, a Zverev, a Medvedev, a Ferrer, a Wawrinka, a Ruud y tantos otros… era real. Guardado en el armario de lo increíble y lo extraordinario que se pensaba eterno. Como lo es ya Nadal. Sí, estarán para siempre los títulos, pero la leyenda sobre todo cobra vida desde ya en la emoción que puso y levantó a su paso. Eso define un poco más al balear. Y todavía muy lejos del todo. Queda la última función para explicarlo.

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