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Tenis

Caída y auge de Coco Gauff, a la sombra de Serena

La joven sufrió para convertir en realidad la exigencia de llegar a la cima que la perseguía desde la adolescencia

Coco Gauff se corona ante Sabalenka en el Abierto de EE.UU.

Coco Gauff, con la copa de campeona del US Open AFP
Javier Ansorena

Javier Ansorena

Corresponsal en Nueva york

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Apenas han pasado dos meses desde que Coco Gauff cayera en primera ronda en Wimbledon ante Sofia Kenin. Este sábado por la noche, madrugada en España, Gauff lo recordaba como el momento en el que su sueño de llegar a ser una grande del tenis se le podía escapar: «La gente decía 'ya llegó a su pico y ahora está acabada, era todo bombo'». A su lado, el objeto con el que ha callado esas voces: la copa de campeona del US Open, con su nombre inscrito en ella.

Gauff ha convivido mucho tiempo con la etiqueta de promesa. Para quienes no vivían en los círculos tenísticos de Florida -donde vive, se ha criado y formado, en una familia de deportistas, con padre entrenador de tenis- surgió de la nada, a los quince años, en Wimbledon de 2019. Batió a Venus Williams y asombró al mundo. Al instante, le colocaron la mochila de sucesora de la hermana menor, Serena: adolescente, estadounidense y negra.

«La gente me metía mucha presión para que ganara. Sentía que con 15 años ya tenía que ganar un 'grande'», explicaba tras conseguirlo por fin, tras cinco temporadas disputando los grandes torneos. «Me acuerdo de que perdí en un torneo con 17 años y la gente miraba las estadísticas y decía: 'Oh, no va a ganar un 'grande' antes que Serena'. Era como si tuviese un límite de tiempo para ganar uno y si lo conseguía después a cierta edad no sería un logro».

La sombra de Serena y de esa presión le afectaron. Hasta Roland Garros del año pasado, no había conseguido pasar de cuartos de final en un Grand Slam. Se citó en aquel torneo en la final con Iga Swiatek, que no le dio opción, pero sí le inspiró para lo conseguido ahora: «No sé si lo captaron las cámaras, pero miré a Iga y al trofeo todo el tiempo. Me dije 'no voy a quitar los ojos de ella, porque quiero sentir lo que siente'».

No logró cambiar la dinámica hasta este verano. Con la derrota dolorosa en Wimbledon, decidió cambiar su equipo técnico. Su padre, Corey, ya no sería su entrenador principal. Contrató al español Pere Riba, al que sumó a Brad Gilbert, una leyenda en los palcos, que impulsó la carrera de André Agassi.

Su verano en pista dura ha sido glorioso. Ganó en Washington, su primer título de un torneo superior al nivel ATP 250. Aún más importante, se impuso después en Cincinnati, WTA 1.000, la gran prueba previa al US Open. «Ahora juego para mí y no para otra gente», dijo. Con la copa en la mano, confesó que sigue de cerca el torrente de comentarios de las redes sociales. Si antes la apesadumbraban, ahora son su combustible: «Gracias a la gente que no creyó en mí», dijo en la ceremonia final. «Quienes trataban de echar agua a mi fuego en realidad echaban gasolina».

Leyó comentarios hasta justo antes de entrar en la final contra Aryna Sabalenka, confesó. «Tengo hambre de más», prometió ya como campeona.

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