Tenis
El Palmar, un viaje al epicentro del fenómeno Alcaraz
La pedanía murciana respira ilusión y alegría con los éxitos de su joven vecino, nueva estrella mundial del tenis
Suenan las campanas en la iglesia de El Palmar, parroquia de la Purísima Concepción. Ha terminado el turno de las comuniones y está a punto de empezar la misa de ocho, pero no hay ningún acto religioso que anunciar. La parroquia está en pleno movimiento ... y se escuchan murmullos. Sube al púlpito Andrés Marín , uno de los párrocos. Y pregunta: «¿Sabéis por quién voltean las campanas?». «Ahí se produjo ese grito unánime precioso: ¡Por Alcaraz!», cuenta con una sonrisa de oreja a oreja el sacerdote. «Se puso todo el mundo en pie y surgió un aplauso espontáneo maravilloso, hasta una mujer se puso a llorar. El pueblo entero vibró en ese momento. Fue mágico. Qué poder tiene una raqueta, Dios mío. Cómo se movieron los corazones».
Carlos Alcaraz había ganado a Novak Djokovic en Madrid . Pero, en realidad, había ganado todo el pueblo, envuelto estos días en un halo de ilusión por los éxitos de su paisano: cuatro títulos en 2022, derrotando a los mejores del mundo... Resulta fácil impregnarse de ese ambiente eufórico.
Pocos pasos más abajo de esta atípica iglesia de 400 años que da la espalda a la calle Mayor, la que vertebra la zona antigua de El Palmar, se encuentra la Junta de la pedanía. En su balcón, un cartel anima a Carlos Alcaraz . Es casi el único icono visible. Pero Carlitos, aunque no pasee por las calles a estas horas de la tarde, está presente. Solo con nombrarlo surgen la sonrisa, la admiración, el orgullo. «Lo que ha hecho el zagal se merece una calle grande y bonita, lo digo como lo siento», dice Antonio antes de volver a vender el cupón.
Alcaraz ya es bandera en esta pedanía murciana de 26.000 habitantes que ha vivido con épocas buenas y malas de las industrias alimenticias, y que ahora hincha el pecho: «Siempre se dice que El Palmar es una ciudad dormitorio de Murcia. Así es. Muchísima gente hace su vida en la capital y al pueblo solo va a dormir. Pero ahora es como si Carlitos nos hubiera despertado», prosigue Marín.
Suenan las ocho en esta calle que también recorre y vive Carlitos; donde visita a los abuelos, toma un café con los amigos en el bar La Replaceta o celebra un triunfo en la confitería Víctor. Una calle que termina, tras una carreterita estrecha flanqueada de pinos, en el Tiro Pichón, el club de campo donde todo empezó: cancha de fútbol, pista polideportiva, cafetería, piscina y, por unas escaleras, las pistas de tenis, trece de tierra batida y una estupenda de superficie rápida que se construyó para que el chico pudiera preparar el US Open júnior.
No olvida Alcaraz sus orígenes. Tras la final ante Alexander Zverev firmó la dedicatoria en la cámara: «Viva El Palmar y viva Murcia». Los pies, y la cabeza, siguen en esta tierra de cultivos y en la tierra batida de la pista 7 donde ahora tres niños golpean la pelota. No son Carlos Alcaraz, pero ya lo imitan. ¿Por qué no ellos? El hoy número seis del mundo salió de esta misma pista, su favorita. Y de este entrenador que sigue hoy dirigiendo los movimientos de los chavales, Kiko Navarro . «A los cuatro años, donde otros apenas tocan la pelota, Carlitos ya jugaba de campo a campo», explica el técnico. Acoge al crío con nueve años, lo acompañará hasta su eclosión en la adolescencia y lo llevará hasta la mano de Juan Carlos Ferrero , ya con quince. En el camino hay ejercicios, correcciones, alguna bronca… Y, sobre todo, una guía en la vida, cientos de trayectos desde la casa del chaval hasta la pista; ocho años de viajes por Europa, y más kilómetros recorridos en esos dos años ya con Ferrero: Villena, de lunes a miércoles para convertirse en Alcaraz; El Palmar, el resto de la semana para seguir siendo Carlitos.
![Kiko Navarro, dando clase a varios jóvenes en el Club de Tenis de El Palmar](https://s1.abcstatics.com/media/deportes/2022/05/15/1447720357-U30913080103I--510x349@abc.jpg)
«Dentro de la pista no había ningún problema. Era un encanto. Fuera… Lo que más me costó fue el tema de la organización: que se trajera agua, que se ordenara la mochila, que se pusiera bien las empuñaduras, era muy despistado con la hora», sonríe Navarro al recordarlo. El técnico ve en el Carlos de ahora al Carlitos que ganaba torneos contra rivales mayores y que sorprendía a todos. Misma técnica, mejorada, mismas dejadas, mejoradas. Lo que sí es distinto es esa cabeza que tanto ayudó a amueblar en aquellos viajes interminables en tren o en autobús. «He hecho de entrenador, de padre, me lo llevaba a comer, al cine, de todo. Antes de cada partido, lo que más me preocupaba era motivarlo. Si lo estaba, sabía que iba a jugar bien. Si pierde será en primeras rondas, nunca en partidos decisivos. Jugando al 60 %, aunque esté mal decirlo, gana a la mayoría. Pero hay torneos y torneos. Me acuerdo una vez en Italia; ni un español, el idioma regular, en un hotel medio amargadillo. Me tiró el partido, y le pegué una en el tren que si me oye el padre todavía estoy en la cárcel», recuerda entre risas. Después llegarían las broncas para que dejara el móvil.
A ese despiste natural del niño Alcaraz se une una competitividad desbordada. En cada partido, en cualquier deporte. «Jugaba al pádel y hasta los 15 años era su hobbie. Se picaba con el padre, jugaba con Joseda Sánchez, que está en el World Padel Tour. A todo quiere ser el mejor. Al golf también, donde tendrá cada vez mejor hándicap». Eso sí, las derrotas… «Se las tomaba fatal. Tenía mucho carácter. Pero eso es bueno. Prefiero eso a que el chaval pierda y le dé igual. Ha roto muchas raquetas de crío. Después, en lugar de romperlas, hacía el gesto, me miraba y, al final, no la tiraba. Pero también Federer o Djokovic lo hacían. Y se pegaba cada llorera... Dentro de un orden, había que dejarlo que tirara raquetas o gritara. Pero no solo era al tenis, era con todo. Hemos jugado al parchís mil veces y se enfadaba una barbaridad».
Pudor en la victoria
Lloros cuando perdía, pudor cuando ganaba. Ni un cartel anuncia en el club que Carlos Alcaraz es fruto de esa escuela. En el colegio siempre había fotos de Carlitos en la vitrina de los trofeos: campeón individual y por equipos en bádminton, subcampeón de cross. Pero nunca por el tenis. «Siempre le decíamos que trajera la copa o la medalla que le hubieran dado por ganar el torneo, pero decía que no, que le daba vergüenza», cuenta Carlos Bocanegra , su profesor de Educación Física en el colegio Ciudad de la Paz, donde también se construyó el campeón. «En cambio, si ganaba con el colegio era el primero que iba por las clases enseñando el trofeo y parándose para la foto», añade Loli Moreno , su tutora de quinto y sexto de primaria. «Humilde, pero ambicioso. Competitivo, pero sin pisar a nadie, no a cualquier precio», celebra.
Es un día normal de colegio, pero no es un colegio normal. Aquí estudió Carlos Alcaraz , presente en la valla de entrada y en un mural en el que se reflejan tanto sus éxitos en diferentes competiciones colegiales como en su faceta como tenista: con su grupo de bádminton y con Roger Federer; salpicado el mural con ‘post it’ con adjetivos y titulares que los éxitos de Alcaraz han suscitado en los chavales que pisan las mismas aulas.
La eclosión de Carlitos también ha revolucionado al personal, encantado con la relevancia de su alumno más ilustre, pero sin sorprenderse por los últimos acontecimientos. Aunque sí de su repercusión mediática. «Vinieron unos periodistas franceses y me preguntaron que cuántos medios habían venido ya. Yo les dije que ninguno, que eran los únicos. Y ellos me contestaron que serían los primeros, pero no los únicos», recuerda Moreno. Ya sabían que Carlitos llegaría lejos. Han seguido su evolución desde pequeño, también su forma de ser. «Es bueno en el tenis, pero si se hubiera dedicado a otro deporte, sería igual de bueno. Cualquier cosa que le plantearas, lo pillaba a la primera. Tenía las cualidades y sus padres también posibilitaron que participara en muchas actividades diferentes al tenis. Alguna vez han cambiado partidos para que el crío pudiera competir en el cross o en el bádminton. Siempre han favorecido que estuviera integrado», prosigue Bocanegra.
Colegio y tenis son dos caminos que convergen en lo mismo: en los títulos, en el palmarés, en esos gestos de proteger a la recogepelotas de la lluvia, de dar en mano una muñequera caída en el suelo. Caminos inseparables. Así lo querían los padres. Así lo respetó el tenista. «El tiempo que estaba aquí lo aprovechaba. Si participaba en un proyecto, estaba al cien por cien los días que estuviera, no le tenías que decir nada. Lo suyo era el tenis, pero en el resto mantenía el tipo: sietes y ochos. En todo», explica Moreno. No había despistes en el Alcaraz alumno, pero no siempre llegaba a todo. «Recuerdo darle la programación de las unidades. Y a la vuelta, le pregunté ‘¿qué has hecho?’. Bajó la cabeza y me dijo: ‘Nada…’. ‘¿Cómo que nada?’. ‘Seño, es que estaba muy cansado, no he visto ni los dibujos animados’», sonríe ahora Moreno. No siempre vio con buenos ojos que Carlitos perdiera tantas horas de colegio. Un día fue directa: ¿Te merece la pena? «‘Sí, esto es lo que me gusta’. Y no iba a ser yo la que pusiera obstáculos. Decidimos facilitarle el tiempo que estuviera aquí para que fuera feliz».
Se lo pasaba bien, le gustaba la fiesta, confiesa Moreno. No se perdió el viaje de fin de curso, pero el tenis era la prioridad. «Estaba preocupado porque quería estar en el torneo, pero no quería perderse tampoco el viaje. Lo vivía todo muy intensamente. Los padres hicieron encaje de bolillos, y cambiamos para que pudiera disfrutar el último día en el parque Warner. Llegaron el padre y el entrenador y se lo llevaron un rato antes al torneo».
Solo hay un aspecto en el que todos sienten que fracasaron con él. «Carlitos era un poco especialito con la comida. Yo también, pero comía fruta para que me viera. Pero él, nada», se ríe Navarro. «Los miércoles y viernes era ‘el día de la fruta’. Yo le decía ‘van a decirte que tienes que tomar plátanos o te darán calambres’. Y él, ‘que no, que no me gustan, que no los voy a comer. Si a mí no me dan calambres’», sonríe Moreno.
Es la hora del recreo y en el colegio suena la canción infantil ‘Fuerte, valiente, inteligente’. Tres palabras que se asocian de maravilla con Alcaraz. En el mural, un mensaje sobresale, el de Jaime, hermano de Carlitos, que también estudia en el Ciudad de la Paz. Su post it no tiene solo una palabra, tiene tres: Cabeza, Corazón, Cojones. Las otras tres palabras que definen al tenista.
No se entiende el trayecto vital de Carlitos sin la influencia de su entorno. El chico ha tenido la suerte de criarse en un ambiente tranquilo y familiar, empezando por lo que transmite su pueblo. «El tejido social es de gente trabajadora y humilde», explica a ABC José Antonio Serrano , alcalde de Murcia. «Gente que lucha todos los días por sacar adelante sus trabajos y a sus familias. Y Carlos, que se ha formado en sus colegios públicos y tenísticamente en sus instalaciones, se ha convertido en nuestro mejor embajador. Es importante para Murcia y para los chavales, pues les dice que con esfuerzo se puede llegar a metas importantes. Y además, con una sonrisa, lo que subraya que se divierte jugando y trabajando».
«Carlos es muy casero. También, porque no le gusta la fama», insiste su antiguo entrenador. «No querría vivir en Madrid o Barcelona, no le van los grandes lujos. Cuando volvimos de Miami estuvimos en un bar de aquí, de los más sencillos del mundo. Eso me alegra. Más allá del tenis, ahí es donde creo que he hecho bien mi trabajo». De momento, celebra sus victorias desde el balcón de la casa de sus padres, situada a las afueras de El Palmar, un barrio residencial y multicultural de calles anchas, bloques de ladrillo y numerosas zonas verdes, cuya superpoblación de colegios da pistas sobre el boom demográfico que vivió a principios de siglo.
Sacrificios extra
Cierra el círculo su familia, tan necesaria para que Carlitos no se haya desviado ni un grado del rumbo marcado. Con tres hermanos más en casa, Carlos Alcaraz padre y Verónica Garfia han tenido que multiplicarse para que todos tuvieran la misma atención, por más que la carrera del segundo obligara a sacrificios extra. Es el padre, extenista y ahora el director del club de tenis, quien más está pendiente de él, siempre a una distancia prudente. «Si por él fuera, querría estar incluso en la pista. Y sí que hubo un momento en el que a Carlitos le molestaba», cuenta Navarro. «Pero hasta eso ha venido bien. Si no supiera nada de tenis, tener un hijo como Carlos puede ser peligroso, se puede tomar una mala decisión».
La infancia de Alcaraz también son carros y carros de pelotas para que las dejadas, el revés y la derecha fueran lo que son hoy . Las expectativas ya eran altísimas cuando entra en escena Juan Carlos Ferrero. «Nos vino muy bien porque en Murcia ya no había gente que le hiciera de sparring y subiera de nivel», prosigue Navarro. «Estuvimos dos años bajando y subiendo a Villena. No vivía allí, pero se quedaba alguna noche; el padre no quería que estuviéramos todo el día en la carretera. Congenié muy bien con Ferrero, planificando todo mano a mano. Cuando Carlitos tiene 17 años, yo me desvinculo, me quedo aquí y él se instala en la Academia».
![De izquierda a derecha, Andrés Marín, párroco de El Palmar, Loli Moreno, su tutora en quinto y sexto de Primaria, y Fran España, su profesor de autoescuela](https://s3.abcstatics.com/media/deportes/2022/05/15/collage-palmar-kFqB--510x349@abc.jpg)
Al cumplir la mayoría de edad, Carlitos decide volar solo. En coche. Para tener más cerca su casa de su nuevo hogar en Villena. En diciembre se matricula en la autoescuela. «Había visto el temario por su cuenta, hizo los test que le dio tiempo y aprobó. Cero fallos», explica Olimpia Rodrigo , de la autoescuela El León, a solo unos minutos andando de la casa de Carlitos. Todo cerca. Todo familia.
En el intervalo entre otros dos torneos se apuntó a nueve clases prácticas. También aprobó a la primera. «Me dijo que no había cogido un coche en su vida y el primer día iba con muchos nervios, pero enseguida se le nota la disciplina. Le explicabas las cosas una vez y ya lo hacía. Preguntaba todo», cuenta Fran España , el profesor que lo acompañó en su primera experiencia al volante. «Alguna vez le intenté hacer alguna trampita metiéndole por una calle prohibida y cosas así, pero no lo pude pillar nunca».
El Palmar tiene su propia frase maldita. Si alguien decía ‘ojo, que te van a llevar a El Palmar’, se asociaba con el gran psiquiátrico de las afueras. También fue conocido por el brandy Constitución, la joya de la corona de la industria Bernal, donde trabajó el abuelo de Alcaraz. Se sirve en la Casa Real. «Y de ahí lo mandaban también al Vaticano, porque a Pablo VI le gustaba tomarse una copita después de comer», regala Marín. Ahora El Palmar es otra cosa. Lleva el nombre y el orgullo en alto, por todo el mundo, gracias a un zagal de 19 años que ha revolucionado el planeta tenis. Las campanas suenan por él.
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