¿Qué pasó con... Eli Cabello?
Nacida en Alcalá de Guadaíra, Eli Cabello se marchó con doce años en Madrid, en pleno franquismo, en busca de un sueño: convertirse en gimnasta y participar en unos Juegos, un hito que lograría en 1976 y pondría punto final a su trayectoria antes de cumplir su deseo de ser entrenadora y trabajar para la Federación Española en cuatro ciclos olímpicos

Fue la tercera olímpica andaluza y la primera en gimnasia, meta alcanzada en Montreal en 1976 tras ocho años en Madrid de mucha exigencia. Todo por el amor a la gimnasia artística, el deporte que la ha hecho reír, llorar, disfrutar, ganar, viajar, descubrir mundo ... y, por ende, la vida. En 1989 se despidió, emprendió el camino de la docencia y treinta años después publicó un libro ( Hijas del sueño olímpico ) que rendía tributo a las gimnastas españolas.
¿Como se inició?
Mi hermana mayor fue la primera que empezó en gimnasia deportiva y le comentó a su entrenadora, Ana María Cano, que si yo podía ir. Le dijo que sí. En los Juegos de Otoño, de la Federación vinieron a vernos y me seleccionaron. Hicimos una serie de ejercicios en el Club Náutico y la entrenadora búlgara Tsvetana Stancheva eligió a cinco sevillanas: Pilar, Fabiola, Merche, Amalia y yo. A partir de ahí, la Sección Femenina habló con nuestros padres. Los míos querían que, si yo tenía condiciones, las aprovechara. Me dieron todo su apoyo. Eso fue en octubre del 68 y en noviembre ya estábamos en Madrid. Al principio fue muy, muy difícil.
Aumentó mucho su responsabilidad.
En Sevilla íbamos al estadio de la Macarena tres veces a la semana hora y media o dos horas. Y al llegar a Madrid, era todos los días de seis a nueve de la noche menos el domingo. Lloramos muchísimo. Es que teníamos doce años... Yo me vine a Madrid con mis muñecas.
¿Dónde se entrenaban?
En el 68 estuvimos en la escuela de educación física de la Sección Femenina. De ahí, al gimnasio del colegio Nuestra Señora de las Maravillas. Allí había mejores condiciones porque se entrenaba el equipo masculino, que estaba en la Blume. Nosotras dimos tumbos de un lado para otro.
Habría entonces mucha desigualdad entre el deporte masculino y el femenino.
Por supuesto. Ellos nos sacaban diez años y nuestro nivel era muy bajo, pero empezamos a mejorar. La primera vez que llegamos a Madrid estuvimos en una residencia de la calle Barquillo. Al año siguiente nos enviaron a un internado en Collado Villalba, a cincuenta kilómetros de Madrid. Llegábamos a la sierra de entrenar a las diez de la noche. Era un colegio interno y dormíamos en una habitación enorme con unas sesenta camas. Luego, tras la protesta de los padres, fuimos a una residencia universitaria. Y de ahí, al colegio Mater Salvatoris.
¿Qué recuerdos tiene de Montreal?
Maravillosos. Tuvimos la suerte de que la delegación española estaba muy cerca del pebetero. Cuando se encendió, me puse a llorar recordando todo lo malo y todo lo bueno. Unos Juegos Olímpicos no se pueden contar; hay que vivirlos. Fue una experiencia muy bonita.
¿Por qué deja de ser entrenadora en 1989?
Tuve a mi hija en el 85, mi marido es de Jaén y en Madrid no teníamos familia. Yo tenía que viajar muchísimo y antes cogía el Talgo hasta Sevilla para dejar a mi hija con mis padres. Viajaba y regresaba por ella, ése era el ritmo... No se puede imaginar lo que trabajé para el ciclo de Barcelona'92. Y tenía que atender a mi hija, que aprendió a andar en la barra de equilibrio. En el 89 me planteé que mi niña era lo primero, dejé la Federación y comencé a trabajar en el colegio de mi hija. Me saqué Magisterio, luego la licenciatura, el doctorado... todo ello trabajando.
¿Qué le ha aportado el deporte de élite a su vida?
Todo: voluntad, fijarte una meta e ir a por ella, trabajar con ilusión, los valores, el trabajo en equipo, la empatía y la solidaridad.
¿Se siente más sevillana o madrileña?
Sevilla es Sevilla. De mis 64 años, seis años viví en Alcalá, seis en Sevilla y con doce me vine a Madrid. Cuando me jubile, si Dios quiere, quiero irme al sur. Madrid me gusta mucho, pero no la disfruto como disfruto Sevilla. Tengo muchas ganas de volver.
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