La final del Mundial 2030 se jugará en el templo

El Nuevo Chamartín se inauguró en 1947, aún faltaban 42 años para que naciera Taylor Swift. Y se levantó a pulso, gracias al esfuerzo de sus socios y no como el Camp Nou. El estadio culé contó con el beneplácito del general Franco, condecorado por Montal. Don Santiago era más rebelde. Un día llamó al Generalísimo desde el aeropuerto de Barajas: «Excelencia, me voy a París. El Real Madrid va a estar en la fundación de la Copa de Europa». Y colgó. Franco no quería, Bernabéu sí. Fin.

Yo estuve en aquella final del Mundial de 1982 entre Italia y Alemania, la de los saltitos de Pertini en el palco. Y se celebró, por supuesto, en el estadio Santiago Bernabéu. No había color ni tampoco dudas. Tampoco las tengo a propósito de que, confirmada la organización del campeonato del 30, el antimadridismo hará todo lo que esté en sus manos para que la final se dispute en cualquier lugar que no sea el templo del fútbol mundial. En Fez o en Do Dragao antes que en el mejor estadio deportivo del mundo. Y, naturalmente, habrá quien alborote con el Camp Nou. Brazadas de ahogado. Sólo hay un modo de que a ese campeonato le den un 10 en ridiculez y es no concediéndole la finalísima al nuevo y reluciente estadio Santiago Bernabéu, la joya de la corona de España.

Y allí estaremos, si Dios quiere, casi medio siglo después, en otra final mundialista y en otro Bernabéu, uno mejor, la envidia del antimadridismo. Patalearán, conspirarán, moverán sus hilos y, al final, se volverán a rendir ante lo inevitable. Será un honor para la capital del Reino al que pertenezco, que es el Real Madrid, albergar un partido tan importante y, ya de paso, regalarle prestigio al resto de España. 'Gratis et amore' y por el simple hecho de hacer el bien. Como viene ocurriendo desde 1902.