Tenemos que hablar de Antonio

Nada más lejos de la realidad. Ajeno a las dudas y los prejuicios, Antonio Rüdiger se ha convertido en la principal certeza del Real Madrid de un tiempo a esta parte. Es el chaleco antibalas de Ancelotti cuando decide asumir ciertos riesgos. Sus dos últimas temporadas de blanco son espléndidas, rozando casi la perfección. Serio, fiable, contundente y echándose el equipo a la espalda justo cuando más sufría por su eterna plaga de lesiones. Pero no se ha limitado a ser solo un defensa sobrio y útil: ha conseguido marcar goles importantes de cabeza y hasta incorporarse al ataque con sorprendente éxito (recordemos ese pase con la zurda a Joselu, haciendo las veces casi de extremo en la remontada ante el Bayern). En el doblete conseguido el año pasado se suele citar de carrerilla como sus principales artífices a Bellingham, a Vinicius, a Kroos, a Joselu, a Lunin y a Courtois, pero no tanto a un Rüdiger que desde la retaguardia fue quien sostuvo al equipo de manera consistente todo el año.

Se le ha tildado siempre de ser un jugador excéntrico y alocado, pero no se le recuerda apenas una salida de tono o una entrada desmedida (aparta de las collejas a sus propios compañeros). Es sobrio y limpio cuando toca, pero también sabe intimidar y mantener a raya a los delanteros más agresivos (como sus ya famosos duelos a cara de perro con Haaland). Hay método en su locura.

En Montilivi, el Madrid logró mantener la portería a cero. Aunque, para variar, salió con más jugadores lesionados que goles encajados. Sin embargo, Rüdiger sigue ahí de pie. El último boy scout. Lo juega todo, ayuda a sus compañeros y corre hasta el último minuto. Aunque no se lleve los titulares ni los trofeos de MVP, Antonio es el gran nombre propio de este Madrid.