copa del rey
La eterna fuerza revulsiva del Madrid
cuartos de final
El Atlético se adelantó en una gran primera parte, pero Ancelotti volvió a encontrar revulsivos que dieron la vuelta al partido

Al final de la primera parte, el Atlético dominaba en el Bernabéu como no se recordaba desde los primeros días del Zidane entrenador. Eso podía hacer pensar en una oscilación del ciclo, pero entonces sucedió algo: una lesión, un cambio, y luego la necesidad de que Ancelotti mirara al banquillo: Camavinga repotenciado, Ceballos, Rodrygo... y ahí el Madrid encontró su bálsamo, entró en su flujo legendario. El Atlético, otra vez, cuando parecía mejorar, volvió al eterno retorno del tropiezo, a ese día de la marmota en que sale de casa y el vecino sonríe más feliz, con dientes más blancos, con una felicidad que siendo siempre la misma parece aun mayor, más irritante. Simeone, como hiciera Cúper con aquel gran Valencia, lleva al Atlético una y otra vez al trauma freudiano con el Madrid. Cuanto más se libera, más se postra; cuanto mayor es su rebelión (ángeles caídos capitalinos), más segura la derrota.
El fútbol, sin embargo, nace siempre nuevo, y el partido empezó con minutos de tanteo, de prudencia mutua. Lo contradecía la exhalación vertical de Vinicius, rompiendo como una ola contra pechos rojiblancos. El Madrid quería estar bien, trataba de salir sensatamente, de una forma solidaria entre Kroos, Militao, Camavinga (entonces de cinco) y hasta Benzema, pero aunque al principio pudo llegar a imponer, si no su juego, sí al menos cierto tono, el Atlético sacudió el partido con una jugada de tiralíneas (expresión que tenía otro prestigio antes de conocer el tirar-líneas del VAR): triangularon varios, Koke, desde lo alto del área, envió con tanta claridad como soledad a Nahuel, que solo también y como una flecha, pasó a Morata, mortífero al remate como nueve-nueve.
Era un gol rapidísimo, demasiado colectivo y demasiado pleno de soledades rojiblancas para no pensar que había también una falla madridista. Algo que se acrecentó en los minutos siguientes. El Madrid volvió al estado mental titubeante, medroso, y el Atlético comenzó a imponerse en la zona media y central. Era una organización acorazada, una gran roca, un macizo de hombres. ¿Es el Atlético el equipo del mundo al que mejor ha sentado el Mundial? Parece algo nuevo. Bien mirado, un all star mundialista: argentinos campeones y un Griezmann ampliado, que es a la vez tres posiciones y va por el campo con el pelo rosa como un cursor inteligente (como cuando los técnicos informáticos lo dirigen por control remoto).
El Madrid estaba a su merced, con una única ocasión a balón parado (Kroos). Vinicius arrancaba, algo que se viene observando, más desde un carril interior que desde el lugar del extremo, como si anduviera fuera de sitio algo no solo suyo.
El Atlético estuvo a punto de repetir la jugada del gol por el lado de Lemar, sorprendiendo a los laterales del Madrid, cuyas espaldas ganaban una nueva ingenuidad. Un equipo empieza a debilitarse por la defensa, y esa debilidad se percibe antes que nada, como un frío o un presentimiento, con un estremecimiento por la espalda de los laterales, seres sin mucha literatura hasta que llegó Vinicius.
El Atlético mandaba, un Atlético distinto. El Griezmann francés, 'deschampsizado' le ganaba el duelo a Benzema enriqueciendo el juego colchonero, haciéndolo más complejo, mutante, como un duende entre líneas que sube y baja de posición por una escalera suya e invisible. Era un Atlético menos plano, más sofisticado, con los jugadores juntos de otra manera. Menos un equipo de futbolín. Como si un geniecillo los animara a una nueva picardía táctica.
El Madrid entonces parecía impotente, como ante el Barça: incapaz de ir a por la presión, incapaz de salir bien desde atrás. En el abrigo de Carletto había reflexión y también cierto luto.
¿Qué estaría pensando? El azar se impuso a sus cogitaciones. Mendy se lesionó antes del descanso y eso mandó a Camavinga al lateral, Kroos al cinco y Ceballos al interior.
La realización de ese cambio fue elocuente. Tardó en producirse varios minutos, que fueron los necesarios para que el Madrid consiguiera interrumpir el juego rival.
Pero ese cambio y la descarga psicológica del descanso renovaron al Madrid. Benzema activó a los interiores, sobre todo a Ceballos, que buscaba una y otra vez a Valverde como para espabilarlo. Y Militao y Camavinga empujaban al conjunto desde muy atrás, como riñones del juego, un central siendo lateral, un lateral siendo medio, en juicioso desorden muy grato al Madrid. Llegaron las faltas tácticas rojiblancas, las ocasiones blancas (gran Oblak contra Benzema) y el retoque cholista repoblando la media con Witsel.
El Madrid dominó el juego el primer cuarto de hora, pero la altura del 70, la contra Atlética asomaba revelando un precipicio. Como resultado, Courtois hizo una parada salvadora a Griezmann.
El Madrid recibió ahí el oxígeno de Rodrygo: empezó a mover al equipo junto a Camavinga (Ceballos, listo y director, buscaba ya la izquierda de Vinicius) y marcó un gol que pasa a la historia del derbi: regateó a tres rivales en turnos sucesivos y al final, con serenidad pasmosa, batió a Oblak con la derecha, con una puntera 'atrivelada' de futbito (romariesca). Tres rojiblancos le miraban como miraron a Benzema aquella noche en el Calderón.
Camavinga, Vinicius y Rodrygo tenían la capacidad de armar el taco y se juntaban cada vez más, como si fueran a crear un fuego. El Atleti, acorazado y más previsible, lanzaba la amenaza de Depay, aunque con todos los demás pensaba en la prórroga.
Militao aun lo intentó subiendo, Rocha fino, menos loco, pero las estadísticas presagiaban prórroga y prórroga hubo y en ella el Madrid se sintió en su pleno ser. Con Vinicius renacido, igual que los del wrestling cuando les entraba al final el arrebato. Su activación, quién lo iba a pensar, excitó a Savic, autoexpulsado con dos amarillas consecutivas.
El Atlético, que tan bien empezó, se estaba llevando solo a un rincón recurrente de pesadilla, como la rubia en una película de terror. En el 103, arrinconado, con diez, ante un Madrid de tono intemporal, recibió el 2-1, la remontada otra vez: Nacho para Benzema y gol, con semifallo feliz de Vinicius, por si alguno aun se quiere agarrar a eso.
Con Camavinga alterando el partido desde el lateral sentimos lo que ante la Francia de los últimos minutos del Mundial: es como si exigiera replantear las posiciones, algunas ortodoxias del fútbol. ¿De qué juega? ¿De cuántas cosas a la vez? No es que sea desordenado, es que habla de un orden por llegar.
Ancelotti siempre encuentra sus revulsivos. Ceballos pisa como titular, y Vinicius, Rodrygo y Camavinga caminan las prórrogas del Bernabéu como leyendas recién llegadas.
El 3-1 de Vinicius, en el 121, ya no importaba, pero queda para los registros, para las conciencias y para los psiquiatras.
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