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Sevillista será hasta la muerte

El beso de Navas al redondo corazón de hierba con el jipío en sus manos y la rendición en la zona en la que cayó Antonio es quizá una de las cosas más emocionantes que ningún periodista pueda contar

Ignacio Liaño Bernal

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La vida seguirá pero la orilla diestra del río blanco y rojo de Nervión ya no tendrá la luz que imantaba Jesús Navas, el último gran héroe de nuestro amantísimo fútbol sevillano. El penúltimo caballero andaluz al que sé de un tiempo en el que ... le quedó grande el balón, pero nunca el juego. La medida. No digamos ya la competición. Jamás manchó ese, tu escudo, al que enamoró con besos y oles. Un estandarte español que hizo del derbi su bandera y del Sevilla Fútbol Club su primera viga maestra y su última patria, porque sevillista nació y sevillista será hasta la muerte. Aquel «Jesusito» al que fichó hace ya muchas generaciones Pablo Blanco en compañía de Wilfred de la UD Los Palacios y por quien el sevillismo se santigua cada noche como si fuera la última vez que puede escuchar su palabra desde el púlpito de su diestra, verbo consagrado que ha propagado por las bandas de toda Europa en compañía de quienes se contaron discípulos. Él es un santo con todas las de la ley. Lo labrado y lo sudado en su frente en tomatera tan sevillana se ha convertido en fresca agua resbaladiza por cada poro de su piel —lágrimas, llanto, desconsuelo— porque con él hemos asistido a la sublimación y la extenuación de un profesional excepcional que ha puesto en riesgo cuerpo y alma por encima de lo que en el fondo tampoco es tan importante si lo comparamos con lo que supondrá su legado. Su verdadera herencia. Valores por encima de cualquier reto y desafío individual y colectivo, justo como nos demostró en su día Rafael Nadal o Andrés Iniesta, dignísimos modelos a los que recurrir en colegios y facultades, a los que coloco a la misma altura de este duende que en su memoria y en la mía propia siempre regateará charcos y defensas de cualquier altura.

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