Pequeño gran hombre

Porque hoy se va de casa, se emancipa para siempre, ese niño al que Pablo Blanco, siempre escéptico con los chivatazos que recibía, esperaba ver en Los Palacios chapoteando feliz en los charcos y no regateándolos sin que una salpicadura le mojara las botas. No será la polvarea de su cuna futbolística la que recorra por última vez, sino una alfombra roja como una estrella de Hollywood la que lo deje en la calidez del vestuario, esa sala de estar de su segundo hogar.

En lo más alto de un podio canterano que comparte con Sergio Ramos y José Antonio Reyes, más que amigos, hermanos, Jesús se despide de los suyos con 39 años. Sólo una cadera maltrecha ha podido con él. En la carretera de Utrera, el estadio que lleva su nombre seguirá siendo el faro que advierta a los más jóvenes de los peligros de la travesía hacia el profesionalismo. Su privilegiado físico, su asombroso control del balón, la seguridad de sus pases, su capacidad de desborde y regate, la potencia de sus disparos, su capacidad de sacrificio, su amor por el escudo, su humildad, lo convierten ya, antes de su adiós, en una leyenda del sevillismo. Pequeño gran hombre, enorme.