El Tercer Tiempo: Getafe - Sevilla
Nada se transforma
El sevillismo esperaba algún tipo de metamorfosis con la llegada del nuevo delantero. Vanas esperanzas

«Quillo, eres más malo que un Getafe-Sevilla a las dos de la tarde»: creo que voy a empezar a utilizar esa expresión cuando tenga que reprochar a alguien su falta de corazón. Aunque igual, si hubiera sido a las 4, el reproche ganaría ... en contundencia. Lo bueno de los partidos de las cuatro es que, si toca enfrentarse a una pestiñada soporífera como la de ayer, uno siempre encuentra el auxilio de Morfeo. Con el partido a las dos, en cambio, solo hay dos opciones: o indigestión o que se te corte radicalmente el apetito.
Los choques contra el Getafe nunca son bonitos. Uno de los grandes alicientes es conocer hasta dónde escalará la cifra total de tarjetas amarillas (jugó a última hora Kike Salas, pero no haremos el chiste fácil) y qué equipo de los dos acabará jugando con uno o dos futbolistas menos. A falta de fútbol, ahí el aficionado de ayer encontró algo de divertimento: pitaba De Burgos Bengoetxea, el árbitro menos tarjetero de primera, con un promedio de tres tarjetas por partido. Ayer reventó su media, con diez tarjetas, seis de ellas para el Sevilla.
Bordalás recibió al comienzo del encuentro su trofeo como mejor entrenador del mes de enero. Se lo merece, sin ninguna duda, porque tiene mucho mérito estar haciendo lo que hace con lo que tiene. Si hay un fútbol con personalidad, ese es sin duda el que propone el alicantino. Otra cosa es que esa personalidad nos genere simpatía: Bordalás es el típico vecino desagradable al que no saludas cuando coincides con él en el ascensor. Sesenta añazos, por cierto, tiene el técnico. Parece mentira, viendo su saludable aspecto, con esa estética de intelectual izquierdista sesentero francés que gasta. Ahora parece Foucault, en lugar del entrenador polideportivo de chándal y barba sucia que fue en otro tiempo.
Nada se crea ni se destruye, todo se transforma. La Ley de Lavoisier también vale para el fútbol. Hasta hace dos días, sin ir más lejos, Juanmi defendía los colores del Betis. Ayer saltó al campo de titular defendiendo los del Getafe. En el minuto 43 falló una ocasión clarísima, que maldijo como bético transformado. Hace un año, el número 15 del Sevilla lo defendía un tal En-Nesyri, contra quien despotricábamos partido tras partido. Cuando Akor Adams, el nuevo delantero, saltó al campo en el minuto 80, al ver su dorsal, quien más quien menos se acordó con nostalgia del marroquí. Toda su energía no se ha destruido, sino que se ha transformado en una suerte de duelo generalizado en el sevillismo: nadie pudo imaginarlo, pero qué felices éramos entonces.
Kafka captó como nadie el verdadero espíritu de la transformación en su obra maestra breve, La metamorfosis. Siempre pensamos que Gregor Samsa despertaba tras un sueño intranquilo convertido en un escarabajo. Pero de la pluma de Kafka nunca salió a qué especie de insecto se refería. Con la llegada de Akor Adams, el sevillismo estaba esperanzado en algún tipo de transformación, de metamorfosis. Es cierto que resulta complicado que eso ocurra cuando los cambios en el banquillo no se activan hasta los últimos minutos de juego (tengo una teoría: García Pimienta retrasa tanto los cambios para que, si mete la pata, haya menos minutos para que nos demos cuenta). Pero lo cierto es que nadie percibió ningún cambio. Tampoco nadie en el Sevilla tiene muy claro qué tipo de ser vivo es este equipo: cucaracha, escarabajo pelotero, gusano de seda o cochinilla de la humedad, no hay quien se entere.
No diría que ayer merecimos ganar. Aunque el belga tuvo en sus pies, avanzado ya el descuento, la ocasión del Lukygol salvador. Pero de haber ganado, todo habría seguido igual, solo que con el ánimo un poco menos triste y sumando tres puntos en lugar de uno. Frente al Barça en casa el próximo domingo, el lunes amaneceremos y, viendo a lo que juega este Sevilla, no quedará ninguna duda: ahí sí despertaremos tras un sueño intranquilo transformados en un insecto. Despachurrado, para más detalle.
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