EL TERCER TIEMPO
Hechos a la mediocridad
Ante el Barça, el Sevilla está siempre resignado a ejercer de sparring circunstancial y mediocre telonero
Sevilla - Barcelona: Lo inevitable alimenta la crisis (1-4)
![Hechos a la mediocridad](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2025/02/10/tercer-tiempo-daniel-RKwh000Bf8EMm0Ewnej4EuK-1200x840@diario_abc.jpg)
Íbamos los sevillistas anoche al Sánchez Pizjuán como quien va de turista a Nueva York y se permite disfrutar de un partido de la NBA en el Madison Square Garden. La distancia entre Sevilla y Barça resulta tan sideral que anoche ... nos conformábamos con ver algo de buen fútbol, aunque fuera del rival. Rogando, eso sí, que la escaramuza no fuera demasiado sangrante para nuestro equipo; con un cero a cinco, como el que encajó el otro día el Valencia, nos conformábamos. En ese cero a cinco del Barça al Valencia no hubo un solo sevillista que no tuviera una sensación premonitoria, como en esas películas de terror de grupos adolescentes en las que sabes que el gordito y la guapa tonta serán los próximos en palmar. Gordito o guapa tonta, el Sevilla se siente tan en el fango como el Valencia, y ante el equipo de Yamal y compañía está siempre resignado a ejercer de sparring circunstancial, de mediocre telonero.
Pero, como reza la madre de todos los tópicos futbolísticos, el partido había que jugarlo, y en el alma sevillista palpitaba un hilo de fe.
Pocos conciertos de rock hay tan legendarios como el célebre Festival de Monterrey. Corría el año 1967, y en la escena musical era el momento de los británicos Who. Tras ellos, actuaba un tal Jimi Hendrix, un prometedor guitarrista de color. Resultaba difícil que alguien superara el colofón del concierto de los ingleses: Pete Townshend acabó destrozando su guitarra, y Keith Moon reventó la batería. Nadie vio venir que Jimi Hendrix superaría con creces el espectáculo de los Who, haciendo arder su Stratocaster en el escenario y convirtiéndose para la historia en inesperado vencedor de aquel festival.
Frente al Barcelona, el corazón oculto del Sevilla soñaba con hacer un Monterrey. A sabiendas de la dificultad de la gesta, teniendo en cuenta que actuábamos con unos instrumentos cochambrosos, un batería manco y un guitarrista sin dedos.
Pero ocurrió que el Sevilla jugó un muy buen primer tiempo. Tan bueno como anómalo, como se demostró desde que el Barça, nada más empezar el segundo, volvió a adelantarse en el marcador. Jimi Hendrix guardó la guitarra y dijo hasta luego. Y eso que jugamos media hora con un jugador más. Incluso con desventaja numérica, el Barça fue capaz de aumentar la goleada. Gracias, en buena medida, a unos cambios que solo García Pimienta entendió.
Por cierto, que hasta al entrenador se le ha oído protestar en estas semanas. Para que García Pimienta, la pura imagen de la docilidad, haya levantado la voz quejándose de la falta de refuerzos, es que las cosas están rematadamente mal. La penúltima desgracia es la del nuevo delantero que se ha lesionado casi al aterrizar en San Pablo.
Cuando escuché que la lesión de Akor Adams era en el recto anterior de la pierna derecha, mi propensión escatológica me llevó a pensar en una suerte de desgarro anal o algo parecido. E identifiqué, como en el cinco a cero del Barcelona contra el Valencia, una premonición, una anticipación del daño. La rotura de Akor Adams no tiene nada que ver con el culo, pero el segundo tiempo del partido de anoche sí fue más de eso.
Refiriéndose a las nalgas, afirma Quevedo en «Gracias y desgracias del ojo del culo»: «Su sitio es en medio como el del sol; su tacto es blando; tiene un solo ojo, por lo cual algunos le han querido llamar tuerto, y si bien miramos, por esto debe ser alabado, pues se parece a los cíclopes, que tenían un solo ojo y descendían de los dioses del ver». Este Sevilla se parece a un cíclope por lo tuerto, pero además está manco y renquea. Como el más célebre de los cíclopes, Polifemo, es patoso e incapaz de doblegar a Odiseo, cuyo ingenio brilla hasta el punto de desgraciarle su único ojo. Así fue un poco ayer el Sevilla: un equipo tuerto que el rival convierte en ciego. Lo más triste es que a la afición, que abandonaba en desbandada el estadio en los minutos finales, ni siquiera se la veía triste. Nos hemos hecho demasiado rápido a la mediocridad.
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