GRANADA - SEVILLA
Confirmado: Diego Alonso era gafe
Quique Sánchez Flores actúa como chamán y en unas horas cambia el aire a un Sevilla que aplasta al Granada (0-3) y logra el tercer triunfo liguero
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«El hombre que dijo "preferiría ser afortunado que bueno", tenía una profunda perspectiva de la vida. La gente teme reconocer qué parte tan grande de la vida depende de la suerte». Con esa contundente frase comienza la memorable ‘Match Point’, un certero golpe de ... Woody Allen en la conciencia que define a la perfección la esencia misma de la vida. Caprichosa, abierta constantemente a los vaivenes del azar y sujeta a dinámicas invisibles, la rutina se agarra demasiadas veces a simples cambios mentales por más que nos pongamos sofisticados y aludamos al trabajo bien hecho, la técnica, el orden y el control. Sin fortuna eso no vale de nada. Y ésta se cambia de acera cuando quiere... y cuando se la fuerza. El Sevilla ha ido a apretarle, a darle una vuelta de tuerca a los hados cuando peor están las cosas y ha contratado a su chamán para ahuyentar el mal fario.
Quique Sánchez Flores ha pasado un rato por la ciudad deportiva, se ha sentado cinco minutos en el banquillo y le ha cambiado por completo el aire al equipo. El ánimo. La cabeza. Porque obviamente no ha habido tiempo para entrenar ni medio saque de banda. El mérito táctico o estratégico es nulo a estas alturas. Pero el enésimo volantazo del club sí ha servido para modificar esa tendencia anímica imperceptible pero tan eficaz como una inyección de adrenalina. Salió por la puerta Diego Alonso, el equipo llegó a Granada, venció por 0-3 e hizo patente que el anterior entrenador era realmente gafe. No hay otra manera de entenderlo. ¿Tan malo era el uruguayo y tan bueno su relevo? ¿Tanto puede cambiar un equipo de la noche a la mañana? Misterios, destinos y fatalidades.
Sí, se trataba de un rival muy endeble, el segundo por la cola, pero tampoco llegaba el cuadro hispalense a Los Cármenes con mucho más que su enemigo: cinco puntos por encima y una racha pésima. Sin embargo, por arte de magia, por simple brujería, jugó mucho mejor, defendió bien, generó fútbol, se movió con orden, corrió, hizo goles y, lo más importante, volvió a ganar y a sumar tres puntos que le permiten no sólo respirar sino coger cierta fortaleza mental para seguir avanzando sabiendo que el cenizo se ha marchado. Lo que no es poco. Queda por ver qué tipo de solidez tiene el ‘efecto Quique’ y si el paso por el psicólogo tiene consecuencias duraderas, pero los primeros pasos parecen prometedores. «Devolver al Sevilla a la normalidad». Eso dijo el nuevo técnico. En ello se ha puesto. La primera, en la frente.
Con los mismos
Todo cambió pese a que el Sevilla era el mismo del día anterior, de la semana anterior, del mes anterior, incluso. Con una plaga de bajas idéntica, once lesionados y, además, Rakitic sancionado. Panorama calcado. Con un solo entrenamiento en lo alto, tampoco el nuevo responsable del banquillo tenía margen para mucho más que no fuera imitar a su desdichado predecesor. Por más que supusiera una discutible declaración de intenciones. De hecho, dispuso el mismo equipo con tres centrales, Juanlu y Pedrosa en los carriles y Soumaré como pivote. Suso ocupó el sitio de Rakitic. Lo que hay. Pero con eso, exactamente con lo mismo que en los partidos anteriores, el funcionamiento y el resultado fueron radicalmente opuestos. Transformación general. Los de Nervión controlaron el partido desde el arranque, con las ideas bastante más claras de lo que marca su clasificación y buenas combinaciones que le permitieron tener la profundidad deseada mediante los movimientos, sobre todo, de Suso. Precisamente del gaditano partió al cuarto de hora el primer gol, en una gran acción que remató con un pase cruzado al área para Pedrosa. El disparo del zurdo rebotó en un defensa granadinista, se envenenó y se coló por encima de Ferreira, aunque pareciera que En-Nesyri la hubiese rozado. Ese desvío del esférico se fue directo al fondo de la portería. ¿Hubiera ocurrido así la jornada anterior? ¿Y la anterior?
Con la ventaja en el marcador y neta superioridad en el juego, Ocampos lanzó un obús a la media hora desde veintiocho metros aprovechando que el meta local estaba adelantado para anotar el segundo de manera contundente y reafirmar la desaparición de los fantasmas. Todos jugaban mucho mejor mientras Quique animaba desde la banda. Asombroso. Pedrosa, crecido, estuvo a punto de hacer el tercero en el descuento de la primera parte con un lejano derechazo que repelió el larguero. El aire era tan distinto que hasta Sergio Ramos hizo el que de cabeza que tanto se esperaba. Fue nada más comenzar la segunda parte a saque de falta de un Suso sobradísimo que el camero conectó de tremendo testarazo para aplastar a un Granada hundido, impotente.
El partido era un eterno rondo sevillista sustentado en un eficaz juego de ayudas y desmarques tan simple como efectivo frente a un oponente diluido. Hasta Dmitrovic, en el 62, se lució con una parada salvadora con la pierna derecha a remate a bocajarro de Sergio Ruiz. Todos se querían apuntar a la fiesta y a la reivindicación personal frente al nuevo jefe, al hechicero, que en el minuto 70 metió en el campo a Rafa Mir y a Manu Bueno para refrescar al equipo. Hasta el VAR, ojo, hasta el VAR funcionó esta vez a favor y anuló una expulsión de Bueno que, cierto es, había sido muy rigurosa por plantillazo en un balón dividido. Si ese cambio en la sala de máquinas arbitral no es suficiente síntoma de que las estrellas se volvieron a alinear… Jugaron en los minutos finales Januzaj y Marcao, y ninguno acabó lesionado, al menos que se sepa. Quique ha llegado para el rescate y el primer combate, el moral, el del brujo, lo ha ganado. Queda tela por cortar, pero el hechizo inicial impresiona.
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