El baúl de los deportes
Un mensaje secreto de Ballesteros, un campeón poco alegre y un caddie a la fuga
De cuando hace 30 años, el golfista español José María Olazábal ganó el primero de sus dos Masters de Augusta
La cruel historia del 'Espetec volador', el campeón del mundo al que una vagoneta de carne sacó del atletismo
![Bernhard Langer pone la chaqueta verde de campeón del Masters a Chema Olazábal en 1994](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2024/04/11/7911156_20240411180520-Rjv56T2tZGzj3F3AIAjCpxL-1200x840@diario_abc.jpg)
Los grandes hitos del deporte están zurcidos con puntadas de historias adjuntas y complementarias. En este caso, el culmen está fechado el 10 de abril de 1994, cuando el éxito de un español quedó inmortalizado al día siguiente en las portadas de los periódicos. «Lección ... magistral de Olázabal: once años después del triunfo de Ballesteros, un golfista español vence en el 'Masters' de Augusta», tituló ABC.
En el interior del diario, la gesta del deportista vasco ocupa cuatro páginas: «José María Olazábal (Fuenterrabía, Guipúzcoa, 5 de febrero de 1966) dio la talla para la chaqueta verde del Masters: la gloria llegó también para Olazábal. Con un temple impropio de su juventud, impuso su mayor experiencia en el torneo para enfundarse el sueño de la chaqueta verde de Augusta. El primer 'Grand Slam' de su vida. Nada menos que el Masters, el más carismático de los cuatro gigantes del golf. Terminó en nueve bajo par, con cartulinas parciales de 74, 67, 69 y 69. Un golpe más que en 1991, cuando fue segundo de lan Woosnam por un fallo del español en el hoyo de clausura».
«Por fin campeón. Una chaqueta verde que es el premio más codiciado. Se lo ha ganado a pulso. Para llegar a este momento histórico en el que Bernhard Langer le imponía la prenda, José María Olazábal ha tenido que luchar en la última jornada contra sí mismo, contra su atosigante compañero de juego Tom Lehman, y contra Larry Mize en otro partido por delante. De los tres frentes salió airoso. El estilo de los campeones. Mentalizado para ganar, la clave estaba en la coordinación entre su cerebro y sus manos. Cuando los brazos obedecen a la mente, el Masters es mucho más fácil. Olazábal sabía que en esa comunión estaba la posibilidad de triunfo. Concentrado en todo momento, ha sido de lejos el mejor, el más sólido, el de menos errores. Todo torneo, y más en el de Augusta, no se gana por un recorrido excepcional, sino por la regularidad en cuatro jornadas. Empezó discreto para ser vigesimosexto, subió a quinto en la segunda jornada, a segundo tras la tercera y campeón en la cuarta. Todo ganado a pulso, con fe, sin que nadie le haya regalado nada… »
«…Ya no quedan dudas. Los que reconocían que Olazábal era muy bueno pero que le faltaba en el historial uno de los grandes, tienen ahora que ceder. El ondarribi, a sus veintiocho años, es la madurez del golf. Ha tenido la humildad de no subirse nunca al carro de la vanidad. De hecho, esta primavera, en Jerez, pidió a John Jacobs unas clases particulares y el maestro descubrió que necesitaba un swing más plano, metiendo menos el hombro. Y ahí empezó la escalada, con un segundo en Jerez, un primero en el Mediterrania levantino, un decimocuarto en el TPC americano, un segundo en Nueva Orleans y este primero del Masters. Siempre entre los primeros. Y una variante de juego, que sirve para otra plusmarca del Masters: el primer jugador que vence en Augusta con una madera metálica, esa que hace años no pretendía usar».
Olazabal se tomó con inusitada frialdad el que es uno de los más grandes logros del golf internacional y, por ende, del deporte universal: «No se dejó llevar por una euforia que hubiera sido lógica. Todo había acabado para Olazábal de la mejor manera, pero quizá ese golpe de metro y medio que se fue directo al agujero le quitó toda la presión sin añadirle una alegría desbordante».
«Apenas pude dormir»
«Recibió la felicitación de su rival, Tom Lehman, y su caddie le puso una mano en el hombro como signo de victoria. No hubo abrazos, ni alzó sus brazos al cielo. Simplemente, cerró su puño y realizó un arco. Era el arco de la victoria. Era el final, final feliz para José María Olazábal y para toda España. Veinticuatro horas antes, desde que Lehman completase su tercer recorrido con un bogey que le dejaba más cerca de Olazábal... A partir de ese momento, 'las horas transcurridas entre las dos últimas vueltas se hicieron muy duras de llevar'. El jugador notaba que volvía a acercarse a la victoria, como tres años antes, y 'en la noche apenas pude dormir, me costó conciliar el sueño', y por la mañana 'apenas me entraba el desayuno'. Así transcurrió toda la jornada. 'El día ha sido muy largo, con mucha presión, sobre todo al principio y al final del recorrido', manifestó en la primera entrevista realizada tras su triunfo».
Posteriormente, en varias entrevistas y reportajes en los que ha rememorado lo sucedido hace 30 años, el donostiarra ha dado nuevos y más precisos detalles de lo que hizo, sintió y vivió tras aquel enorme triunfo.
![Olazábal, feliz con chaqueta verde](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2024/04/11/7911154_20240411180538-U58573008618JEN-760x427@diario_abc.jpg)
«Cuando visualizas que ganas un grande, siempre te lo imaginas como un momento de júbilo, de enorme alegría, pero a mí me ocurrió todo lo contrario. Metí el putt del 18, cerré el puño y pensé 'por fin lo has conseguido'. Pero la sensación era más de alivio que de júbilo. De hecho, cuando Langer me puso la chaqueta, pasé por prensa y eso, en aquella época se hacía una cena con los socios del club con el ganador, y después de cenar cogí el coche para ir a la casa que teníamos alquilada», escribe él mismo en 'Marca'.
«Aparqué, era una noche estrellada, y me senté en el capó del coche a mirar las estrellas. Me sentía plano. Dentro de la casa veía que había un montón de gente esperándome, pero yo estaba a lo mío. Pensando: 'Acabo de ganar el Masters, que era la ilusión de mi vida, y no siento ninguna alegría de esas inmensas'. Entonces, por casualidad, salió Sergio (Gómez, su fallecido apoderado) de la casa. '¿Qué haces ahí?', me preguntó. Le dije lo que me pasaba. Que acababa de cumplir el sueño de mi vida y que estaba plano, que no era la alegría inmensa que yo siempre había imaginado. '¿Tú estás gil....? ¡Que acabas de ganar el Masters!', me contestó. Y nos echamos a reír».
Quién sabe, a lo mejor es que la victoria le pilló con el depósito de la sensibilidad en reserva. Quizás se le vació justo antes de comenzar el último recorrido, cuando al abrir su taquilla en el vestuario se encontró por sorpresa con una hoja de papel pegada con celo. En ella había un mensaje escrito por Severiano Ballesteros, su ídolo y amigo. Era el siguiente: «Fuenterrabía: tienes lo que has de tener para ganar. Con paciencia Io conseguirás. Eres el mejor jugador del mundo. ¡Mucha suerte!».
El abrazo con su amigo Ballesteros
Olazábal tiene grabado a fuego ese momento: «Me quedé un buen rato leyéndolo. No lo olvido. Desgraciadamente no conservo la nota, me la dejé en la taquilla y cuando acudí a buscarla, ya no estaba». En el 'Mundo Deportivo' se relata el emotivo encuentro de los dos amigos, y excelentes golfistas, aquel 10 de abril de 1994:
«Severiano Ballesteros, doble ganador del Masters en 1980 y 1983, llegó a las nueve y media de la noche a la casa que José María Olazábal, como suele ser habitual en los jugadores, había alquilado en Augusta. Pero en aquellos momentos el jugador vasco se encontraba cenando en el club con el 'chairman' y algunos socios del Augusta National. Tras hora y media de espera, Seve y Chema se fundieron en un fuerte, sentido y emocionado abrazo. 'Gracias por la nota', le dijo Olazábal al cántabro nada más cruzar el umbral de la puerta. Al vasco casi se le saltan las lágrimas cuando la leyó, horas antes de proclamarse vencedor del primer 'grande' de su vida».
«'Yo ya lo dije hace un año y medio. El futuro del golf no es Nick Faldo, sino José María Olazábal, y el tiempo me acabará dando la razón', afirmó un eufórico Severiano. Mientras los dos jugadores españoles veían repetidas las imágenes del gran triunfo de Chema en televisión, el cántabro siguió comentando el éxito de su gran amigo. 'La clave estuvo en la frialdad con la que supo afrontar el último recorrido y, por supuesto, en el fantástico putt del hoyo 15. Incluso después del gran eagle que consiguió, supo contener la euforia. Lo único que necesitaba esta semana era suerte, porque todos los golpes ya los tenía en la bolsa', afirmó el as de Pedreña... ».
«…Seve, que no cabía en sí de gozo y parecía que hubiera sido él el vencedor del Masters, también bromeó con Chema sobre el menú que iba a ofrecer el vasco en la habitual cena de campeones del próximo año. 'Qué, ¿ya sabes lo que nos vas a dar?', preguntó el cántabro. 'Me imagino que una merluza a la vasca en salsa verde, ¿no?', contestó el propio Seve ante las risas de los muchos amigos congregados en la casa del jugador de Fuenterrabía. Ambos se volvieron a fundir en un sentido abrazo, se hicieron fotografías juntos, sonrientes y dichosos…».
El otro protagonista secundario, pero siempre importante en la trayectoria de cualquier golfista, fue el caddie de Olazábal. Se llamaba Dave Renwick y falleció en febrero de 2016. 'El País' publicó el perfil de este peculiar escocés, nacido 62 años antes en East Calder, cerca de Edimburgo: «Fue el pelirrojo testarudo que, vestido con un mono blanco y una gorra verde oscuro, llevó los palos de José María Olazábal cuando el chico de Hondarribia (Fuenterrabía en euskera) ganó su primer Masters en 1994. Unas semanas después no se presentó en el Club de Campo de Madrid al Open de España, poniendo fin a una colaboración que había comenzado ocho años antes en Crans-sur-Sierre (Suiza) con la primera victoria de Olazábal, entonces un principiante de 20 años, en el circuito europeo».
«'Así fue', recuerda Sergio Gómez, agente del golfista español. 'Olazábal nunca despidió a un caddie: fue Renwick quien lo despidió a él. Decidió que se ganaría mejor la vida en el circuito norteamericano, donde las bolsas de premios eran más altas que en Europa, el alojamiento en moteles más barato y donde se necesitaba menos ropa, un par de bermudas y dos camisas, porque siempre se juega con buen tiempo, y se quedó a vivir en Estados Unidos'…».
«…Pocas semanas antes de morir, Renwick revivía en la prensa escocesa su relación complicada con Olazábal, las inevitables chispas que desprendía la relación entre un escocés muy cabezota y un vasco con mucho temperamento. 'No sé cuántas veces le dejé para volver después', decía Renwick, quien era capaz tanto de llegar tarde a un torneo, cuando su patrón se encontraba en el hoyo cuatro, como de hartarse a mitad de un recorrido, en Valderrama por ejemplo, y dejar tirada la bolsa en el hoyo 10. Y tampoco Sergio Gómez recuerda cuántas veces tuvo que ser él quien se pusiera el peto de caddie para cubrir la baja inesperada del escocés. 'Y llevándole yo los palos', dice Gómez, 'ganó José Mari el Lancôme de París en 1990. En aquella ocasión Dave falló por circunstancias trágicas'. Renwick no pudo presentarse porque estaba en la cárcel. La semana anterior a París, se había jugado en Irlanda y Renwick viajaba en coche a la capital francesa con cuatro caddies más. A unos kilómetros de Londres sufrió un accidente después de quedarse dormido al volante. Murieron dos compañeros. A él le condenaron a seis meses de prisión que debió cumplir. 'Pero ahí Olazábal se portó muy bien', recordaba Renwick. 'Cuando salí de la cárcel volví con él'. 'Y no solo eso', añade Sergio Gómez. 'Le guardamos y le pagamos el porcentaje que le correspondía por la victoria en París'».
Hablando de las herramientas con las que cargan los caddies por los campos de golf, la sorprendente serenidad con la que asumió Olazábal aquella victoria en el Masters de 1994 queda retratada en otra anécdota: «No me aferro a los palos con los que he ganado torneos. El 94 era la primera vez que se ganaba el Masters con un driver y una madera metálica, y no los tengo yo. Se los di a un amigo. Yo empecé con cuatro palos, una madera cuatro, un hierro siete y nueve, y el putt. La mayor pena que tengo es no haberme quedado con esos palos». Un lustro después, en 1999, el golfista gipuzcoano volvió a enfundarse la chaqueta verde del ganador en Augusta. Curiosamente, a la segunda sí lo celebró con el entusiasmo que se presume en todo hito deportivo mundial.
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