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PARÍS 2024

El privilegio de ver volar a McLaughlin

La estadounidense, que mide al máximo sus apariciones, elimina con un récord del mundo el anunciado duelo de los 400 metros vallas

Enrique Llopis se queda a un paso de la gloria olímpica

Sydney McLaughlin celebra su victoria en los 400 metros vallas EFE

Igor Barcia

París

Es un privilegio verla en la pista. En 2022 corrió cinco veces y el pasado solo cuatro. Por eso cuando Sydney McLaughlin (25 años) compite es un regalo para los aficionados al atletismo. Y si la estadounidense está motivada para dejar las cosas claras en los 400 metros vallas, el resultado es un récord del mundo que dejó a McLaughlin a un paso de esa barrera que parecía inalcanzable de los 50 segundos. Marcó 50.37 después de correr media final en solitario y de dejar atrás, muy atrás, a una Femke Bol muy valiente y que pagó su osadía de tratar de seguir a la estadounidense perdiendo la plata. En una final olímpica que se vendió como el gran duelo del atletismo femenino, el tercer enfrentamiento entre McLaughlin y Bol se saldó como en los anteriores, victoria aplastante de la plusmarquista mundial, que con la carrera resuelta apretó al máximo en la recta en busca de un nuevo récord (tenía 50,65), el segundo que ve el Stade de France en estos Juegos tras el de Duplantis en pértiga (6,25).

La escasez con la que se prodiga McLaughlin en el circuito mundial hace que las vallas sean cosa de otras atletas, como es el caso de la neerlandesa Femke Bol, que cada año da pasos adelante rompiendo barreras y acercándose a esa rival imaginaria que es la estadounidense, porque nunca la ve y desconoce realmente su verdadero nivel. Femke había bajado de la barrera de los 51 segundos esta temporada (50,95) y pensaba que eso le daba esperanzas de pelear por el oro. Pero claro, faltaba por saber qué versión se vería en París de la estadounidense, aunque se daba por hecho que estaría dispuesta a revalidar el título olímpico tras aquella enorme final de Tokio. Vista la de este jueves, se puede decir que la del Stade de France la ha superado con creces.

Sorprendió la puesta en escena de Femke Bol. De Sydney ya se sabe que corre de principio a fin, pero la neerlandesa es una vallista que siempre lo hace de menos a más, con un final muy potente. Pero anoche entró al cara a cara y por la calle seis intentó estar por delante de su rival, que pasaba las vallas como quien da un paseo, por la calle cinco. El desenlace llegó en la segunda curva. Allí McLaughlin ya había comido la compensación y la moral a una Fembe Bol al que por vez primera se le vio derrotada. Y de ahí hasta la meta, lo que se vivió fue un espectáculo, con la pupila de Bobby Kersee lanzada y llegando a soñar con esa barrera de los 50 segundos que anoche no cayó, pero queda pendiente para siguientes temporadas.

Es la confirmación de una vallista sensacional, de espíritu contradictorio, a la que no le gusta ser protagonista pero que con actuaciones como la de anoche atrae la ovación y la admiración de 80.000 aficionados que vibraron con cada zancada, con cada paso de valla. Criada en la pequeña localidad de Dunellen (Nueva Jersey), su padre Willie fue semifinalista en los 400 metros en los Juegos de 1984, mientras que su madre Mary fue corredora en la escuela secundaria, especialista en 400 y 800 metros. Y su hermano mayor, Taylor, ganó la plata en los 400 metros vallas del Mundial sub'20 de 2016.

«Sí que hay algo de presión a la altura del nombre McLaughlin», reconocía Sydney en una entrevista sobre esa saga familiar. «Todos practicaron otros deportes como fútbol y baloncesto», explicó su padre, «pero sabíamos que seguirían el camino».

Pero no todo ha sido sencillo para la vallista. Su enorme talento la llevó a los Juegos de Río de Janeiro en 2016 con tan solo 16 años, la más joven del equipo estadounidense en cuatro décadas, pero no estaba preparada para eso. En su libro 'Más allá del oro: huir del miedo a la fe' recordaba que no se clasificó de forma voluntaria para la final, porque sufrió un ataque de ansiedad y solo quería salir del estadio. La forma que ha tenido McLaughlin para solucionar esos problemas es abrazar la fe cristiana, y asegura que desde entonces le ha ido mucho mejor. «Mi fe ha sido como una gracia salvadora que me ha ayudado a comprender quién soy», afirma la atleta casada con el exjugador de la NFL Andre Levrone, Jr.

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