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París 2024

París sobrevive a los Juegos más difíciles

Juegos Olímpicos

La ambición desmesurada de los organizadores deja algunas estampas para el recuerdo y un alivio general por haber superado los desafíos de seguridad

La dulce despedida de la fiesta olímpica: «Hemos visto París como no la veíamos nunca»

Ambiente en la parisina plaza del Trocadero AFP
Pío García

Pío García

Enviado especial a París

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A París le interesaba ser París, que la gente se enamorara otra vez de París, que los espectadores de todo el mundo cayeran de nuevo rendidos ante París. Los organizadores no querían limitarse a meter los Juegos en estadios y pabellones, sino aprovechar la belleza teatral de las calles parisinas para que al asombro deportivo se uniese la emoción estética. Era una ambición desmesurada e incluso peligrosa porque los desafíos eran mayúsculos y el resultado incierto. Había que resolver problemas de seguridad, de organización, de planificación, de tráfico, de salud pública. A cambio, los atletas se convertirían en involuntarios agentes propagandísticos de la ciudad. Ningún vídeo turístico resultará nunca tan eficaz y evocador como dos esgrimistas olímpicos retándose a florete en los ampulosos salones del Grand Palais.

Los Juegos de París 2024 dejarán muchas postales para el recuerdo. La pista de voley playa ubicada en el Campo de Marte, a los pies de la Torre Eiffel, las pruebas hípicas en los jardines de Versalles o incluso el contrapunto polinésico del surf en Tahití han completado un brillante álbum de fotos y han colocado el listón decorativo a unas alturas difíciles de alcanzar por Los Ángeles, Brisbane o la siguiente ciudad en la que aterrice la antorcha. No obstante, aunque los escenarios no sean tan suntuosos, la idea de que los Juegos Olímpicos salgan de los estadios y ocupen calles y plazas públicas ha conquistado a los dirigentes del COI y será una tendencia creciente en las próximas ediciones, siempre y cuando se puedan resolver los desafíos de seguridad.

Los organizadores de París 2024 respiran aliviados. La coyuntura internacional, muy inestable, con varias guerras abiertas en todo el mundo y la perenne amenaza yihadista, elevaba el riesgo a niveles de sirena y lucecitas rojas, pero la situación ha ido ganando en tranquilidad a medida que se superaban los días. Los comienzos resultaron muy poco prometedores. El partido Argentina-Marruecos de fútbol, que se celebró el 24 de julio en el estadio Geoffroy-Guichard de Saint Etiénne, tuvo de todo: invasión de campo, robos en los terrenos de entrenamiento, quema de petardos... La policía se vio incapaz de contener a una muchedumbre excitada, lo que abrió inquietantes interrogantes en vísperas de la apertura oficial de los Juegos. París, sin embargo, estaba tomada por la Gendarmería y el ejército, con sus calles más céntricas extrañamente vacías.

La borrasca inaugural

La ceremonia inaugural estuvo a punto de sucumbir víctima de su propia ambición. La idea de que los atletas desfilasen en barquitos por el Sena, durante seis kilómetros, desde el puente de Austerlitz hasta la plaza del Trocadero, resultaba sugerente e innovadora, aunque los organizadores prefirieron obviar un insidioso detalle meteorológico: aquí suele llover. Los bravos galos de Asterix solo temían que el cielo se les cayera sobre sus cabezas y eso es exactamente lo que sucedió. Un aguacero impetuoso, para el que nada había previsto, arruinó buena parte del desfile. La escenografía creada por Thomas Jolly, aunque tuvo números brillantes y originales, dejó a los atletas en un segundo plano, extras empapados de una película cuyo único protagonista era París. Sin embargo, la ceremonia tomó un inesperado vuelo en su tramo final cuando ni la lluvia pudo arruinar la emoción de ver un apoteósico desfile de grandes deportistas unidos por la llama olímpica. El relevo entre Zidane y Nadal o el viaje en barco, con la antorcha, del tenista español, Nadia Comaneci, Serena Williams y Carl Lewis elevó los ánimos y permitió que el presidente del comité organizador, el expalista Tony Estanguet, retara a las borrascas: «Cuando se aman los Juegos, no te impresionan unas pocas gotas de agua».

El temporal se marchó al día siguiente, salió por fin el sol y los Juegos Olímpicos de París ocuparon la ciudad entera y algunos alrededores. Muchos franceses huyeron de su capital durante estos quince días. Había poco tráfico en las vías principales e incluso en el metro se viajaba con cierto desahogo. Los 45.000 agentes de la Gendarmería -a pie, a caballo o en furgoneta- se distribuyeron por todo el meollo urbano, con el apoyo del ejército y de algunos cuerpos extranjeros, como la Guardia Civil y la Policía Nacional, y consiguieron transmitir sensación de seguridad. Parecían tenerlo todo bajo control, como si su sola presencia bastara para aventar los miedos.

Aunque medir el éxito de unos Juegos por la cantidad de público que se reúne en las sedes quizá sea poco relevante en la época de la televisión y de las audiencias millonarias, en París hubo llenazos continuos, música a todo volumen, luces de discoteca, buen humor y animación constante en todos los deportes. En los pabellones sonaban clásicos de la canción francófona como Johnny Hallyday o Céline Dion, pero el estribillo de los Juegos, repetido por alguna razón hasta la saciedad, fue el 'Freed from desire' de la italiana Gala Rizzatto, coreado y bailado con entusiasmo por un público con muchas ganas de pasárselo bien. Después de los Juegos de Tokio, lánguidos y silenciosos, atenazados por el covid, en París se ha vivido un estrépito de gozo. Regresaron los aplausos, las ovaciones, los cánticos, los gritos, los besos sin mascarilla.

Las aguas turbias del Sena

Tanto como Mondo Duplantis, Léon Marchand o Simone Biles, el protagonista de estos Juegos ha sido el Sena. En él no solo se hizo el desfile inaugural, sino también el triatlón y la prueba de natación en aguas abiertas. La insistencia en que los deportistas se lanzasen de cabeza al río parisino, que lleva décadas contaminado y en el que se mueven corrientes impredecibles, sonó más a obtusa cabezonería que a brillante propósito. Los baños a lo Fraga de la ministra de Deportes, Amélie Oudéa-Castéra, o de la alcaldesa de la ciudad, Anne Hidalgo, apenas dos remojones, no rebajaron la inquietud de muchos nadadores, que seguían con preocupación los informes continuos sobre la presencia de bacterias fecales y demás organismos inmundos en el Sena. Las pruebas deportivas se hicieron, no sin suspense, pero el objetivo de habilitar zonas de baño popular en el río sigue siendo hoy una quimera.

Entre las volutas y los oropeles de la ciudad de la luz se esconden también pequeñas oscuridades. Las quejas de los atletas por la falta de confort o por la deficiente comida de la villa olímpica han sido frecuentes. Se hizo viral la chocante imagen del nadador italiano Thomas Ceccon, medalla de oro en los 100 metros espalda, durmiendo en un parque para huir del calor aplastante de su habitación. «Todo el mundo me dice que ha sido la peor villa olímpica de la historia», clamó. Biles lamentó el mal sabor del menú y el nadador Adam Peaty aseguró haber encontrado gusanos en su pescado. Un ataque especialmente doloroso para un país que presume con enorme convicción de ser el corazón de la gastronomía mundial. Los problemas del París del subsuelo, con escasas facilidades para las personas que van en silla de ruedas o sufren de las articulaciones, también se han hecho evidentes y resultan especialmente acuciantes en vísperas de la celebración de unos Juegos Paralímpicos, que tendrán lugar del 28 de agosto al 8 de septiembre.

La fiesta del deporte abandona ya Francia. El Louvre, los Inválidos, el puente Alejandro III, el castillo de Versalles y el Gran Palais recuperarán su inmóvil y centenaria majestad, pero, como en uno de esos álbumes familiares que guardan recuerdos insólitos y un poco bizarros, guardarán para siempre las imágenes de veinte días frenéticos de carreras, saltos, combates, aplausos, asombros, derrotas, lágrimas, medallas y banderas al viento.

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