Juegos Olímpicos
Mucho aceite, menú insípido, carne cruda: la receta fallida de la Villa Olímpica
Los atletas esperaban «mucho más» de la gastronomía francesa en los Juegos y se les atraganta el menú del restaurante
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![Un camarero atiende en la villa olímpica](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2024/08/04/villa-RWlNCei9nl0iXnI2TD91MSN-1200x840@diario_abc.jpg)
En el Carrefour de la Villa Olímpica hace fresco, la fruta brilla barnizada en las cestas y los melocotones parecen de peluche. La nadadora de 400m Waka Kobori se dobla hacia delante sobre ellas como si acercara la cara a un ramo de flores. « ... Es lo que más me gusta de aquí», se lee en el recuadro del traductor de Google cuando muestra la pantalla. Waka apenas habla inglés, pero a su lado, Shiho Matsumoto sí, y completa su sentencia añadiendo la pizza, y lo dicen sonriendo como lo haría un niño cuando le pillan metiendo la mano en la caja de galletas. ¿Cómo se alimentan estos cuerpos de puro cartílago sobre los que la fuerza de forma distinta? Esa pregunta dan ganas de hacérsela a todos los atletas olímpicos que entran en el supermercado, y no solo porque sus cuerpos, al caminar, parece que hunden el suelo por el que deambulamos todos, sino porque la comida de la Villa Olímpica ha sido noticia ante las quejas desde que iniciaron los Juegos. La propia Simone Biles le echó pimienta al caldo al decir en rueda de prensa que era insulsa. ¿Tan malo es lo que comen?
«Nosotras no hemos pasado hambre», dicen Waka y Shiho. Se llevan dulces franceses en paquetes que tiene más valor el envoltorio que lo que hay dentro. ¿Cómo han llevado el sabor de la comida europea? Y el traductor, a su ritmo, devuelve la respuesta por escrito, y con ello, la clave de esa felicidad nipona: «Hemos traído nuestra propia comida», y muestran las fotos de unos sobres de sopa misho y de un arroz japonés que hacen con agua hirviendo. Al ver los dulces de chocolate que se llevan, es posible pensar que se les van a deshacer, porque entre las críticas de estos Juegos está que en vez de haber aire acondicionado, en las habitaciones hay ventiladores. Pero en su caso, los chocolates no corren peligro, porque la delegación nipona también en eso ha sido previsora y ha traído sus propias máquinas para refrigerar. «Son así», dice Shiho señalándose por encima de la rodilla para indicar el tamaño de la máquina gracias a la cual no han pasado calor.
Porque si las quejas por la comida han sido mediáticas, las del calor le hacen el coro. El nadador italiano Thomas Ceccon lo dijo bien claro al terminar su prueba de 200m: «No hay aire acondicionado, hace mucho calor, la comida es mala. Esto no pretende ser una excusa ni una coartada, todos estamos viviendo las mismas situaciones y estamos en las mismas condiciones, pero es algo que probablemente mucha gente no sepa y es justo contarlo». Y precisamente de Ceccon habla su colega nadador Raekwon Jibril Noel, de Guyana, mientras se abre Cornetto de chocolate. Es mediodía y rondan los 28 grados a la sombra en la Villa Olímpica; nadie está tumbado al sol.
«Lo peor no es el calor sino que tienes que estar siempre con las ventanas abiertas», dice, y solo hay que mirar el río que pasa a escasos metros, con su agua verdosa, para adivinar el tamaño de los mosquitos que deben deambular por las habitaciones, frotándose las patas ante los cuerpos hercúleos que tienen a su disposición. Jibrin nadó en La Defense los 400m el pasado día 27 y aún le dura la sonrisa, a pesar de que la comida «no es buena». Lo que hace es irse a un food truck (situado en una zona ajardinada con cojines en el suelo, hamacas, la pista de petanca y música relajante donde a veces hay prácticas de yoga) donde pide una hamburguesa «que está buenísima». La muestra de que algo en el restaurante no funciona bien es que nunca hay colas, «y para la hamburguesa, siempre hay una fila larga», dice. ¿Qué le pasa a la comida? ¿Por qué las quejas? «Tengo varios amigos que ya no comen en el restaurante, que se compran comida y la hacen en la habitación (los deportistas disponen de un microondas, el que usan Waka y Shiho para hacer su propia comida). Para mí lo peor es la carne y el pescado porque lo ponen excesivamente crudo y a veces no hay quien lo coma. Pero los postres… no he tomado postres tan buenos en mi vida como aquí».
Estar en París compitiendo traía consigo la promesa de una comida a la altura de la fama de la gastronomía francesa, y sin embargo, en la Villa, la receta se les ha atragantado. Simone Biles y su compañera de equipo Hezly Rivera criticaron en rueda de prensa que lo que toman «no es comida francesa», y que si bien hace su función, le falta sabor y es insulsa. Según el Comité Olímpico Internacional, el restaurante sirve 40.000 comidas al día a 10.500 atletas, pero esas cifras iniciales no son ni por asomo las actuales, y no solo porque muchos atletas hayan dejado la Villa tras haber competido, sino por deserción. Y eso que la puesta en escena de la cantina, que permanece abierta las 24 horas al día y tiene capacidad para 3.500 comensales, presumía antes del inicio de los Juegos de una selección de chef Michelin a la altura de la cita.
Alexandre Mazzia (tres estrellas), Akrame Benallal (una estrella) y Amandine Chaignot (famosa en París por ser la reina de los coquetos bistró) fueron los elegidos por el grupo de catering Sodexo para alimentar a los atletas. Según Le Parisien, cada uno de los tres chefs desarrolló 14 recetas, siguiendo ciertas reglas: evitar especies de pescado en peligro de extinción y la remolacha cruda, por ejemplo, favorecer la cocina sostenible y ofrecer platos que puedan atraer a atletas de todas las culturas. La propuesta que se han encontrado los deportistas a diario es un bufé de comida caliente, el bufé de ensaladas, una sección de parrilla, un apartado de quesos y panadería, así como un bufé de postres y todo tipo de frutas. Pero el menú no ha satisfecho a los paladares.
Esta vez es una atleta libanesa la que responde: «Lo peor de todo es el arroz, tiene una textura que no hay quien lo tome», dice mientras amontona en la mano más de una decena de tabletas de chocolate de distintos. «¡No, no son para mí, son para llevar de regalo!», se interrumpe ante la mirada de asombro de quien la entrevista. «Mañana vuelvo a Libia y es un día muy importante porque me dan las notas y sabré si puedo elegir la carrera que quiero», explica mientras coge más tabletas: «Quiero ser médico nutricionista». ¿Y qué cambiaría una futura nutricionista de la comida que sirven a los olímpicos? «Creo que tiene que ver con que usan demasiado aceite de oliva, le quitaría eso. La comida no es tan mala como parece al escuchar a algunos deportistas, pero me esperaba mucho más».
Caja registradora
En la caja registradora, varios deportistas alemanes llevan en las manos comida que tumbaría a un adolescente. Y como ellos, el resto de clientes vestidos con chándales internacionales: bocadillos, comida precocinada para cocinar en microondas, ensaladas, baguetes, zumos. Pero ni un refresco en la fila para pagar, que en ese momento, a las dos de la tarde, es de nueve 'comensales'. El dependiente del Carrefour pasa los pedidos; pasa también el pedido de la periodista, que cuando va a pagar no puede porque en la Villa solo se acepta VISA. Y ahí se queda, apartado en la caja registradora el sándwich olímpico y plastificado y el zumo que promete energía y que muchos deportistas llevan en la mano como una alegoría.
Afuera, el río verde augura mosquitos por la noche y es posible pensar con envidia en las ventanas cerradas de las japonesas. En la zona de la pantalla siguen sentados bajo sombrillas los deportistas y sus equipos, pero antes de poder descubrir qué están proyectando, suena un grito: «¡Madame, madame!». Ver correr a una atleta de maratón hacia uno es una impresión inexacta, es un error del algoritmo. En la mano, Hana Burzalova, de 20 años, lleva el sandwich plastificado y el zumo. «Es un regalo, toma», dice. Y no, ella no pasa calor porque en Eslovaquia ahora mismo hace mucho más calor que en Francia, y la cama está bien porque está prometida y comparte apartamento con su futuro marido, también atleta, «y no», concluye sonriendo, «no iba a consentir que te fueras de aquí con hambre». Y sentadas en el prado, es posible descubrir el verdadero sabor olímpico.
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