Atletismo

Londres 2012: Bolt se impone a Blake en la final de los 100 metros lisos

El plusmarquista mundial bate el récord olímpico, con un registro de 9.63. Plata para Blake y bronce para Gatlin

Londres 2012: Bolt se impone a Blake en la final de los 100 metros lisos EFE

j. gómez peña

Hay un fenómeno que sucede cada cuatro años. Un rayo que va de la tierra al cielo. Pasó en Pekín, en 2008, y también ayer en Londres. Un fogonazo de una intensidad brutal, que ciega durante 9,63 segundos, tan cerca de su récord (9.58). El joven Bakle, el viejo Gatlin y el frágil Gay trataron de contenerlo sobre los cien metros rojos del Estadio Olímpico. Pero no se puede coger un relámpago con las manos.

Usain Bolt es un fenómeno. El hombre más rápido del mundo. Y ni siquiera corre. Vuela . Pasa siete de esos nueve segundos en el aire. A cuatro zanzadas de 2,7 metros por segundo. A 44 kilómetros por hora. A la velocidad de un rayo. “¡Usain! ¡Usain !¡Usain!”, coreó la grada con 80.000 voces. Bolt ofreció otra vez, cuatro años después, una soberbia demostración de poder. Un metro por delante de Blake (tremendo, con 9.75) y Gatlin (9.79). Fue un extraordinaria final y Bolt le puso otra vez su nombre: rayo. El mejor.

Todos los Juegos concentrados en apenas nueve segundos. La fuerza, la fragilidad, la ambición, los nervios, la gloria. Cabe todo en ese suspiro. Ocho toros a la puerta del encierrro. Comienza el show. Bolt coquetea con el público. Saca sus pistolas. Blake enseña las garras: es «La Bestia». Gatlin se muestra agresivo. Hace el gesto del saludo militar. No tiene carrera; tiene una misión. En las semifinales ha marcado el mejor registro (9.82). Caras asesinas, rostros de miedo. Puro instinto. Nunca un hombre se parecerá tanto a una bala como en los 100 metros olímpicos. Gatillo.

Suena la pistola. Y ocho proyectiles salen disparados. Entran en el túnel de su calle. Ya no oyen el bullicio de las 80.000 voces. Ya no piensan. Ya no funcionan como humanos. Son animales. Corre. Sálvate. Caza. Sólo cuando han cruzado la línea vuelven los sonidos, los aplausos, los latidos locos del corazón. Es entonces cuando al marcador los ordena. Y primero, el rayo de Pekín, el de Londres, Bolt.

“Psphhhhhh”, sonó en el estadio. Silencio. Flashes. La salida es siempre el problema de Bolt. El estadounidense Gay abrió el fuego. Blake y Gatlin se le pegaron. Bolt es más alto. No le gustan los tacos de la pista. Aun así arrancó bien. En seis zancadas y medio recorrió diez metros. Los tenía ya ahí. Y aceleró sobre su enorme piernas. Mediado la centena desplegó esa velocidad que nadie mantiene tanto tiempo. Los otros se apagaron mientras él resplandecía. Y empezó su espectáculo. Saludos, muecas. Chico jamaicano despreocupado y protagonista de una fantástica historia deportiva. El rayo de Pekín 2008 y el de Londres 2012.

De pequeño, su padre fue muy estricto con él por ser muy desobediente

Bolt tenía que correr rápido. Su padre, el tremendo Wellesley, sacaba el cinto enseguida. Es la costumbre en Jamaica. Un poco de cuero en la piel y que aprenda el mocoso a obedecer. Hasta que un día, tras otra trastada, Wellesley agarró el cinturón y salió a por el chaval. La madre, Jennifer, la que aún sigue haciéndole la cama a Usain cada vez que puede, le dijo a su marido: «Déjalo, no vas a cogerle». Ni él ni nadie.

Bolt nunca habla mal de su padre. Al revés. «Es bueno, nunca me dio con la correa en la cara» . Y le metió en el veneno del críquet, el deporte de Jamaica. La isla de la mezcla más explosiva. Hijos de un cóctel genético entre amerindios y esclavos africanos. Pueblos a los que los colonizadores hicieron correr durantes siglos. Bolt, de chaval, tenía ese mal: la inquietud. No paraba. Era incapaz de comer sentado. Hiperactivo. Liante. Ni siquiera en la barriga de su madre paró quieto. Venga a dar patadas. ¿Corría ya de feto?

Wellesley le compró una videoconsola. La única manera de tenerle quieto, a tiro. Eso y el críquet. Pero corría demasiado. En una carrera popular, disputada sobre hierba tardó sólo 50 segundos en patear 400 metros. Tenía 14 años. Con uno más ya le colocaron en la pista de un campeonato del mundo para medirse en 200 metros a atletas de casi 20 años. Su familia estaba en la grada. «Es la única vez que me ha podido la presión» , confesó. Se confundió de pie en los tacos de salida. Le temblaban las rodillas. Y aun así ganó con 20.61. El campeón del mundo juvenil más joven de la historia.

Tiene escoliosis y una pierna más corta que otra

Eso le llevó de su casa a Kingston, la capital. La noche, la tentación. Era una estrella. Y también un adolescente. Ah, las chicas. «Si les cierras la puerta, entran por la ventana», declaró años después Bolt sobre aquella época loca. Era desordenado, perezoso, tranquilo. Su habitación parecía un mercadillo. Como no estaba su madre, pues la cama sin hacer durante semanas. Pronto llegaron las marcas y, con ellas, las lesiones. Bolt está mal hecho. Tiene la espalda torcida, escoliosis. Y una pierna más corta que otra. Sus músculos crecieron desordenados, descompensados.

Fracasó en varios campeonatos y también en su debut olímpico, en Atenas 2004. Cuatro años después, tras aprender a convivir con su caprichosa espalda, pulverizó el reloj en los Juegos de Pekín 2008. Dijeron allí que ya era una leyenda. Bolt lo negó. «Aún no. Pero eso es lo que quiero ser». Y a eso vino a Londres tras otro periodo de lesiones y dudas. Pero necesita poco para disiparlas: apenas nueve segundos de oro . Sólo él y Carl Lewiss han ganado dos pruebas olímpicas de 100 metros de forma consecutiva. Se acerca a la leyenda.

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