El centro de todas las miradas en Copenhague
Todas las miradas han estado puestas en Alberto Ruiz-Gallardón desde que el domingo de la semana pasada hizo su maleta roja y se trasladó a Copenhague para convertirse en el anfitrión del resto de la delegación madrileña. Días después se sumaron los Reyes, el presidente del Gobierno y otras autoridades, pero el alcalde de la capital siguió siendo el centro de atención. Sus gestos, sus comentarios y sus expresiones eran escrutados como termómetro de la situación.
Cuando Río arrebató el sueño olímpico a Madrid, después del subidón de entusiasmo que habían provocado las caídas de Chicago y Tokio, el alcalde compartió un vino con la delegación madrileña.
Por los corrillos empezó a circular la famosa anécdota del conde de Romanones, a quien todos los académicos le habían prometido su voto para ingresar en la Real Academia Española y, a la hora de la verdad, no le votó ninguno. Parecía que el «¡Vaya tropa!» era lo que mejor definía la situación. Gallardón, sin embargo, siguió, y sigue, con su discurso político, respetuoso, de buen perdedor, crecido incluso ante la adversidad.
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