El increíble y cruel drama de las mujeres afganas que desafían a los talibanes para hacer deporte
No pueden correr, ni siquiera andar, por los parques y ocultan a sus maridos que hacen ejercicio a escondidas
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Mujeres afganas intentan hacer ejercicio caminando por una calle de Kabul
La mayoría de las mañanas, después de rezar, Sanah, de 25 años, se une a varias mujeres de su barrio en Kabul, capital de Afganistán, para caminar por la calle principal antes de que se llene de tráfico. Lo hacen sin correr jamás y sin acercarse demasiado a los numerosos puestos de control de los talibanes.
Algunas de ellas podrían competir en diferentes modalidades, pero no pueden ni siquiera planteárselo. Viven en un país donde el gobierno talibán ha prohibido a las mujeres practicar deporte, así que hacen ejercicio en secreto simplemente para tener un mínimo de salud y tranquilidad mental.
«No podemos acercarnos al puesto de control talibán porque nos dicen: '¿Por qué estás fuera de casa tan temprano? ¿Adónde vas? ¿Por qué necesitas hacer ejercicio? No tienes por qué hacerlo, así que no lo hagas'», explica Sanah, nombre ficticio (al igual que el resto de testimonios) por miedo a represalias.
Las autoridades talibanes aplican una interpretación extrema de la ley islámica, y las mujeres son las más afectadas por restricciones que las Naciones Unidas han calificado como «apartheid de género».
En noviembre de 2022, el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio anunció que a las mujeres se les prohibía el acceso a parques y gimnasios alegando que esos espacios no cumplen el código de vestimenta que les obliga a cubrirse.
Anteriormente, los gimnasios ofrecían franjas horarias para mujeres y, si bien todavía existen algunos clubes de fitness informales exclusivos para mujeres, son escasos y acaban cerrando.
Sanah y una de sus compañeras, Latifah, de mediana edad, solían caminar por los grandes parques arbolados de la ciudad. La última vez que Latifah fue al parque cerca de su casa, poco después del veto impuesto a las mujeres en estos espacios, fue golpeada y echada a la fuerza, recuerda entre lágrimas.
«El doctor me dijo que tenía que hacer más ejercicio porque tenía colesterol alto e hígado graso, pero los talibanes no nos dejan ejercitarnos, ir al gimnasio o caminar al aire libre», dice.
A Sanah le gustaría ser instructora de yoga, así que practica dirigiendo al grupo de mujeres en la ejecución de ligeros ejercicios aeróbicos y de meditación tras la caminata bajo la amarillenta luz de la madrugada, a resguardo de miradas indiscretas en un balcón protegido. Es otra de las prohibiciones de los talibanes: las mujeres deben evitar asomarse a los balcones o ventanas de sus domicilios. Y para impedir que cualquier extraño pueda verlas es obligatorio que esas ventanas y balcones sean opacos. En esas indignantes condiciones, Sanah une el pulgar y el índice de sus manos en sus rodillas y dice suavemente: «Respirad hondo».
Expulsadas de su gimnasio, Rayan, de 19 años, y otras compañeras de boxeo visitan ahora la casa de una amiga y usan el poco equipamiento del que disponen para seguir practicando este deporte.
«Entrenamos menos, pero nunca hemos parado», afirma Rayan mientras mira un video suyo en el teléfono en el que lanza veloces puñetazos, un recuerdo agridulce de lo bien que boxeaba.
La práctica del deporte entre las mujeres ya estaba mal vista en la sociedad afgana antes del regreso de los talibanes al poder en 2021, pero ahora las restricciones son draconianas. Sacándose el pañuelo de su cabeza bajo el calor de Kabul, Bahar, exboxeadora de competición, explica que la situación dejó a otras mujeres como ella angustiadas, agotadas y decaídas.
«Pero cuando boxeamos, lo damos todo eso en ese momento. Incluso si solo entrenamos por unos minutos, para nosotras es una gran diferencia», dice la joven de 20 años. En sus manos todavía hay manchas de henna, colorante natural utilizado para realizar los tatuajes temporales que le dibujaron en su reciente boda, un ritual para traer buena fortuna al matrimonio. Su marido no sabe que sigue boxeando.
Muchas atletas mujeres huyeron de Afganistán después del ascenso al poder de los talibanes, cuyo gobierno no ha sido oficialmente reconocido por ningún Estado. Algunas todavía compiten a nivel internacional, como en los recientes Juegos Olímpico de París, pero entrenando fuera del país y bajo otra bandera.
«En Afganistán, el deporte femenino ha terminado. Si no se practica deporte femenino, ¿cómo pueden unirse al equipo nacional?», es el increíble argumento que sale por la boca de Atal Mashwani, portavoz del directorio de deportes del gobierno talibán.
Banafsha, cinturón negro del arte marcial chino wushu, expresa las sensaciones encontradas por la participación olímpica de mujeres afganas. La delegación de Afganistán en París contaba con tres hombres y tres mujeres. También había afganas compitiendo por el equipo de refugiados.
«Me hizo feliz que las mujeres no se hayan rendido todavía, que sigan comprometidas con sus objetivos -afirma esta deportista-. Pero me entristeció también. ¿Por qué no pueden ir a los Juegos desde su propio país?». Banafsha quemó su uniforme cuando los talibanes accedieron al poder. Ahora, «desesperanzada y desconsolada», apenas sale de casa y le cuesta motivarse para practicar.
Hasina Hussain Zada, que trabaja por la organización Free to Run (Libre para correr), dedicada al empoderamiento femenino a través del deporte, explica que los numerosos videos y clases en línea no reemplazan un entrenamiento en persona, en equipo o al aire libre. «Les decimos a nuestros participantes que piensen en ello como si fueran los tiempos del covid», dice la mujer de 28 años, que huyó a Canadá tras el regreso de los talibanes.
Desde 2018 trabaja con esta organización, que sigue respaldando a las mujeres para ejercitarse aunque «con precaución y discreción». «Intentamos cambiar mentalidades, intentamos darles esperanza», afirma.
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