Alpinismo
A la cima del Everest sin piernas
Amputado tras pisar una mina en Afganistán, Hari Budha Magar quiere pisar el techo del mundo y cambiar la visión que la gente tiene de las personas con discapacidad
Una ciudad a los pies del Everest

Por más que la ruta principal de ascenso al Everest se haya convertido en poco menos que una romería no quiere decir que la hazaña de pisar el techo del mundo sea algo que esté al alcance de cualquier persona. El esfuerzo técnico y ... físico para lograrlo es notable. Imposible para una gran mayoría de la humanidad, pero no para Hari Budha Magar, al que nada puede frenar en su intento por cumplir el sueño de toda su vida. Ni siquiera que hace trece años perdiera ambas piernas tras pisar una mina antipersona mientras patrullaba como soldado del ejército británico en Afganistán. Un incidente que le sirvió para cambiar radicalmente su forma de ver la vida y que le ha llevado a convertirse en una inspiración para millones de personas en todo el mundo.
Camino del campo base del Everest, a donde llegará en unos días, Hari saca unos minutos para atender a ABC. Después de años luchando por poder estar ahí, por fin ve en el horizonte al coloso que ocupaba sus sueños de niño. La montaña que imaginaba cuando era un niño feliz que caminaba descalzo durante kilómetros para asistir a la escuela en Nepal. Allí nació a finales de los 70, en el seno de una familia que se dedicaba a la ganadería y que le trajo al mundo en el establo donde guardaba a los animales. Aquello explica la precariedad con la que vivían en aquellos tiempos, lo que no impidió que Budha soñara en grande. Por su ventana veía el Dhaulagiri –la montaña donde estos días Carlos Soria persigue la gloria de su decimotercer ochomil–, pero era el Everest el que ocupaba su mente. Anhelo infantil que nunca pensó que podría perseguir y que ahora, cuarenta años después, tiene al alcance de la mano.
Lo ascenderá, eso sí, de una forma muy diferente a todo lo que imaginó. Porque entre aquella ilusión de un niño y su determinación actual han pasado muchas cosas. La más importante, la que le cambió la vida en 2010. «Cuando me desperté en la cama del hospital, estuve muchos días sin reunir el valor necesario para levantar las sábanas y mirar mis piernas», reconoce el alpinista, que tardó varias semanas en borrar de su mente toda la desolación que le invadió en aquellos momentos. «Solo tenía pensamientos negativos». Su recuperación física fue de la mano de la mental. Casi un año para aprender a caminar con sus nuevas piernas. Otros tantos meses para desterrar la desesperanza. Le costó tanto, porque en su país las personas con discapacidad están mal vistas. «En lugar de ayudarlos, se los arrincona. Un día, caminando por la calle, una mujer me dijo que por qué no me ponía pantalón largo. Que así parecería normal. Yo le respondí que para mí esto era lo normal», afirma.
Cambiar esa percepción de las personas con alguna discapacidad es lo que mueve desde hace años a Hari. Propósito que enarboló desde que se despojó de sus propios prejuicios y volvió a disfrutar de la vida. El deporte se convirtió en su mejor aliado para conseguirlo y el Everest, en su motor. Una meta que desdeñó durante años por falta de apoyo económico y que el Gobierno nepalí le negó cuando se decidió a perseguirla.
En 2017, los dirigentes de su país prohibieron que personas con alguna amputación en la pierna o ciegas pudieran subir al Everest. Aquello pilló al alpinista en pleno proceso para organizar su expedición y le sirvió de acicate. Unió fuerzas con diferentes colectivos y consiguió que la Corte Suprema de Nepal les diera la razón, revocando esa regla. Luego vino la pandemia y todo se alargó hasta este 2023. «Con este ascenso quiero inspirar a las personas con discapacidad para que vean que cualquier cosa es posible con la mentalidad adecuada, pero también mostrar al resto del mundo que no somos unos pobrecitos o miserables que vivimos de las ayudas públicas», explica.



En los últimos meses, Hari ha llevado a cabo un entrenamiento extremo, pues el reto que tiene por delante lo es. Los 8.848 metros más famosos del mundo. Un desnivel nunca antes alcanzado por una persona sin las dos piernas.
El alpinista calcula que ascender a la cima le llevará el triple del tiempo que a una persona sin discapacidad, por lo que el uso de oxígeno artificial se antoja imprescindible para él. De hecho, tiene previsto instalar un campo extra en la ruta y tratará de hacer más horas nocturnas de lo habitual, para aprovechar que la nieve esté más dura, pues a él le cuesta moverse sobre terrenos menos firmes. Además, ha desarrollado algunas tecnologías nuevas junto con las marcas que le patrocinan y que le ayudarán en esta aventura, como unos calcetines especiales que le permitirán mantener calientes sus extremidades en altura. «Han sido cinco años de preparación, con un entrenamiento exhaustivo. Estamos desafiando los límites mucho más de lo que cualquier expedición lo haya hecho antes», señala convencido de su éxito. Solo intentarlo ya lo es, pero él no se conforma. Nunca lo ha hecho.
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