todo irá bien
Un premio a la alegría
«Ambos entrenadores quedaron quirúrgicamente retratados en su filosofía; y también quedó claro de qué parte está el interés del buen fútbol»
La principal diferencia entre Barcelona y Atlético es filosófica y se manifiesta en sus entrenadores. La lectura barcelonista es que Simeone no espera ganar nada pero tiene miedo de perder todo, y que para Flick el único miedo es no intentarlo con suficiente arrojo ... y está tan convencido de lo que hace que la esperanza no deja espacio a la zozobra. Así llegaron ayer al Metropolitano: Simeone venía de perder como siempre y Flick de confirmar la candidatura abierta de su equipo a todos los títulos en juego. El Atlético estaba cansado y el Barcelona, eufórico. En las casas de apuestas lo que más barato se pagaba era la victoria visitante.
La lectura atlética es que Simeone es la más letal criptonita para el Barça, aunque sólo sea momentáneamente como anoche, con su defensa ordenada y agobiante, sus contras letales y esa tendencia del equipo de Flick a amontonarse cuando se achican los espacios, lo que le lleva a ser ineficaz y a desesperarse. Esta impaciencia al Barcelona sólo se la sabe crear el Atlético, y ayer no dejó de hacerlo inutilizando sistemáticamente el aparato ofensivo azulgrana y aprovechando la casi única oportunidad que tuvo en toda la primera parte.
Más allá de este o de cualquier otro resultado, el entrenador del Atlético de Madrid tendría que educar a su hijo Giuliano en la elemental nobleza de no fingir agresiones que no existen, sobre todo en la era del VAR en que todo se aprecia a cámara lenta las veces que sean necesarias; y no lo digo por deportividad o sentido de la justicia sino porque para un padre siempre ha ser particularmente triste ver a su crío haciendo el ridículo en público.
La duda en el descanso, tal vez una duda sin demasiado sentido teniendo en cuenta su inequívoca trayectoria, era si en el segundo tiempo comparecería el Simeone retráctil y perdedor de los octavos de la Champions o uno más propositivo —pero altamente improbable— con la lección de la cobardía aprendida. Otra duda menos obvia y de pronóstico más reservado era si el cansancio del miércoles haría mella en los jugadores frente a un Barça más descansado. De lo que no había duda, en cambio, es de que Flick saldría a por el partido, sin conformarse en ningún momento ni siquiera con el empate. Filosofía del fútbol y de la vida.
No hubo demasiado sorpresa en cuanto al Cholo, que como era de prever siguió a lo suyo. El inmediato gol de Lewandowski tras el segundo de Sorloth dio la medida de un Barça que nunca se rinde, confirmada por el empate de Ferran. Era un premio a la filosofía alegre, festiva del fútbol y un castigo a la mentalidad raquítica, mezquina de Simeone, que reaccionó al empate poniendo a tres centrales para asegurar la mitad del botín y los dos goles con que respondieron los de Flick fueron mucho más que una victoria y tres puntos. Ambos entrenadores quedaron quirúrgicamente retratados en su filosofía; y también quedó claro de qué parte está el interés del buen fútbol.
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