Juego de despachos
Árbitros a la gresca, tribus polarizadas y el espíritu de Negreira: la noche en que el Madrid puso el fútbol patas arriba
La falta de castigo a la corrupción arbitral termina de desquiciar un ecosistema alterado por la aparición del VAR
Louzán explora fórmulas para esquivar al Gobierno
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Los árbitros más inteligentes llevaban muchos meses alertando de los peores efectos del VAR: la desorientación de los colegiados sobre el césped, huérfanos de la autoridad definitiva que representaron tradicionalmente en el fútbol (incluso cuando no eran profesionales). Lo que nadie se esperaba es que ... esa desorientación se agudizase en la habitación climatizada de la sala VOR, coordinada por exárbitros que pitaban cuando no existía el VAR (pero sí estaba Enrique Martínez Negreira) y parecen los únicos seres humanos incapaces de comprender la gravedad de la patada recibida por Mbappé el sábado pasado en Cornellá. El principal efecto de la carta del club presidido por Florentino Pérez no es calentar el derbi, como afirman muchos antimadridistas: es el cierre definitivo de esta etapa de aturdimiento. Ahora estamos todos ya definitivamente indignados: los colegiados, el Madrid, sus clubes rivales, Tebas, la Federación, los aficionados y los periodistas, como pudo comprobar cualquiera que escuchase la radio nocturna en la tensa noche del lunes.
El balompié español había explotado en un trillón de clics a media tarde, confirmando la influencia planetaria del club blanco y el carácter utópico de la bienintencionada pacificación emprendida por Rafael Louzán. La polarización de las diferentes tribus vuelve a extremarse: los madridistas muy contentos, los antimadridistas muy ofendidos, Tebas desenfrenado y los árbitros desnortados y crecientemente divididos. Unos quieren ir a la huelga, otros quieren cargarse a Clos Gómez (director del VAR) y Medina Cantalejo, el presidente del Comité Técnicos de Árbitros (CTA), que subsiste en una cueva desde sus aplausos emocionados a Luis Rubiales en aquella infame Asamblea del 25 de agosto de 2023.
Se conocían sobradamente ya entonces los pagos (siete millones de euros) efectuados por el Fútbol Club Barcelona al vicepresidente de los árbitros durante veinte años: un juez había visto indicios serios de «corrupción sistémica» en ellos. Ni hubo sanciones entonces (o gestos, dado que el caso está judicializado), ni los ha habido después. En un país crecientemente acostumbrado a la impunidad, el 'caso Negreira' pasó a ser un asunto de barras de bar y tertulias radiofónicas sin conexión con la rutina deportiva: se podía seguir jugando a la pelota como si no hubiese pasado nada.
La alianza estratégica entre Real Madrid y Barcelona por la Superliga europea forzó al club blanco a mantener entonces un silencio estruendoso mientras aficionados, cronistas y opinólogos se desgañitaban en reclamación de alguna consecuencia ejemplarizante. Muchos de los árbitros que ejercen responsabilidades hoy habían tenido relaciones no sólo con Negreira padre, sino con Negreira júnior, Javier, apodado «el hijo del jefe», que llevaba a los árbitros en coches de lujo cuando acudían a pitar al Barça. Nadie les obligó a dimitir; los colegiados se 'bunkerizaron' en un ejercicio de resistencia y autocompasión.
Los árbitros siguieron recibiendo críticas todos los lunes, y algunos observadores destacados pedían una reestructuración total del sistema, para aproximarlo al modelo británico (donde los árbitros no dependen de la Federación, sino de un órgano independiente con participación de la Premier; no obstante, las polémicas allí también son semanales). La pelea a muerte entre la Liga y la Federación hacía imposible, sin embargo, cualquier consenso razonable. Los voceros del Madrid seguían exigiendo alguna reprimenda pública al Barça, pero el club calló. La excesiva carta del lunes destila todos los mensajes abortados de estos años de silencio. El Madrid se ha enfadado últimamente con casi todo el mundo, menos con el equipo que pagó veinte años al vicepresidente de los árbitros. Una represión contra natura que sólo podía desembocar en algún estallido.
La carta va dirigida a Rafael Louzán, pero fue respondida por Javier Tebas: un precedente de la posible 'florerización' del gallego, o quizá una señal de que el presidente de la Liga (y vicepresidente de la RFEF) no confía en la higiénica absolución del Supremo tras su reunión de mañana. La frágil paz del gallego infatigable se confirma ahora tan utópica como la posibilidad de que el Madrid mencionase la palabra 'Negreira' en su misiva.
Los árbitros españoles sólo han pitado una final internacional relevante en la última década y muestran dificultades para adaptarse a los frecuentes cambios de criterio en torno al VAR, la novedad que vino a solucionarlo todo, pero que posiblemente lo ha empeorado aún más: los árbitros reciben órdenes de dirigentes que nunca usaron el VAR, y el VAR les ha quitado poder. En el último mes, habían sido descalificados ya, como mínimo, por el entrenador del Osasuna, Mallorca, Las Palmas y Atlético de Madrid, además del inefable Joan Laporta. Pero el hecho de que el Real Madrid desborde los límites de su canal televisivo genera un escándalo de una dimensión extraordinaria. Ya no hay marcha atrás: ante la ausencia de un liderazgo que respondiese de forma constructiva a todas esas críticas, ni restaure un poco de credibilidad a la competición, el misil demorado hacia el CTA hace que la modernización sea ya inevitable. Se requiere algún tipo de castigo, y una renovación, para poder seguir confiando. No hay otra forma de abordar la crisis. Pese a los excesos retóricos de una carta durísima, no parece ser el Madrid el responsable de «erosionar la credibilidad del fútbol», como denuncia la RFEF en su comunicado de respuesta.
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