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Fútbol

Olga Carmona saca a bailar a España en la fiesta de la selección en Sevilla

Crónica de ambiente

De las banderas blancas y verdes se pasó a la enseña nacional, con la que más de 32.000 personas apoyaron a la absoluta y a la sevillana en la consecución de la Nations League en la Cartuja

Olga Carmona: «Yo sí estaré siempre agradecida a Jorge Vilda»

Varios aficionados disfrutan de la previa del España - Francia de la final de la UEFA Nations League EFE
Ignacio Liaño Bernal

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España es una familia unida que anima sin fisuras a su selección en este celebrado Día de Andalucía. De las banderas blancas y verdes en este 28 de febrero se pasó a la tonalidad rojigualda en un igualitario sentido de pertenencia. La razón del fútbol también es común. Porque son ellas en verdad las que conforman no sólo el tejido social de nuestra gente, nuestras casas; nuestro acento más redondo, sino que explican la historia de quienes fuimos para saber bien hacia dónde vamos. Es imposible encontrar a ninguna persona que vaya sola a disfrutar de España. Compruébelo por sí mismo. Niños y mayores se cogieron de la mano este miércoles con el sabor de toda una plateada final internacional, y apoyaron una misma causa sin cesar. La de una selección española que en agosto se coronó con justicia mundial en Australia y Nueva Zelanda y ahora se proclama campeona de la UEFA Nations League tras vencer a Francia por 2-0 con goles de Aitana y Mariona en una Sevilla que ya es historia para ellas y para todos.

Las zonas aledañas del recinto cada vez que hay un evento de estas características en esta pequeña ínsula son un reguero de juegos infantiles. Como una cofradía de pintiparadas caras descubiertas que siempre está por formar. Esa recuperación semanal de la infancia, que escribía Javier Marías. Pequeños parques improvisados en los que va a imponerse la victoria del azahar, también en el parque de Sevilla Este en el que aprendió a fintar un bendito día como hoy Olga Carmona, la niña que colgó los tacones de bailaora para atarse dos botas y hacernos campeones del mundo con un golazo el peor día de su vida, por más que aún ni lo supiera. Olga nos dio todo el mismo día que se quedó sin nada, y lo hizo bailando. No cabe en su gol más arte ni en su casa mayor tristeza. En la víspera del duelo ante las francesas, hay quienes juegan al pilla pilla persiguiendo aparcamientos invisibles. Y quienes pintan los colores rojo y amarillo de todos en las sonrisas nunca fingidas de los que apenas llegan al medio metro. Los de la talla por edades. Ellos son la causa y el futuro de una sociedad que ve en este deporte todo lo que representa la final en un escaparate como es la Nations League: competición y alegría. La capital andaluza volvió a ser testigo de los 32.657 aficionados que poblaron el estadio cartujano, con una nutrida presencia de jóvenes que sueñan con tener la calidad de Aitana, nuestra balón de oro. Llevar la diez de la mejor jugadora según la FIFA, que es española y lleva el nombre de Jenni Hermoso. Marcar como Salma o Athenea. Ser por un segundo Alexia.

Lo de menos cuando uno viene a cubrir a la selección es siempre el adversario. Y no se dice con el ánimo de infravalorar a un equipo muy trabajado como el de Hervé Renard, que batió a una compleja Alemania en semifinales (2-1). Porque cuando un equipo se proclama campeón del mundo tiene que estar pendiente sobre todo de su propio espejo. De saber qué potenciar y aprender siempre con actitud de aspirante. Ocurre que la Cartuja ha visto crecer a las campeonas que en su día buscaban un billete Mundial, otrora Europeo, y ahora lucen con su estrella el orgullo de saberse las mejores del planeta. Igual que Johannesburgo, el Sydney Football Stadium terminó significando un punto aparte en la vida de quienes creen que hay deportes que lo cambian todo. También en el reconocimiento de la valía, independientemente del género.

Un seguidor porta la bandera de Andalucía en los aledaños del estadio de la Cartuja, entre una nube de camisetas rojas María Guerra / ABC

Una ceremonia a la altura de la gran final

Coger fuerza con algún tentempié era la premisa de los miles y miles de aficionados que se apostaron a las afueras del coliseo sevillano para vivir la previa de la cita definitiva. Los franceses eran minoría y respetaron esa superioridad con un gran sentido de la deportividad. Libertad, igualdad y fraternidad. Otro día será. Bajo el puente de la SE-30 no se sabía si había más niños o vuvuzelas. Porque se llevan a sus labios el mismo son de una ciudad que nació con vocación de tocar la corneta. A diferencia de otros eventos descontroladamente masificados, no se registraron problemas en el acceso ni en el graderío de quienes fueron a apoyar a la selección de Montse Tomé. Confluyeron en cuestión de minutos muchos autobuses desde distintos puntos de la península, especialmente desde singulares puntos de la región. Todo el mundo quería apoyar a las internacionales a conseguir el objetivo, como el equipo femenino del San Fernando, que iba sosteniendo cual sábana la enseña nacional. Conforme la tarde iba cayendo, y el espectáculo iba trasladándose al campo, los abrigos fueron ganando terreno a las propias camisetas rojas. De ahí al tronío de los himnos se constató una lucida ceremonia de organización en la que los niños y la música volvieron a ser los protagonistas. La embajadora con el trofeo bajo el brazo era nada menos que Virginia Torrecilla, de quien la Cartuja ha robado un pedazo bien grande de su corazón. Ella lo sabe. Y luego trajo el balón doña María Luisa Gálvez, la abuela de Olga, nada menos, dentro de la campaña 'Pioneras de vida', en la que se homenajea a las verdaderas promotoras de igualdad bajo el amparo de la Federación española. Ahora sólo faltaba que la sevillana saliera a bailar y aguara esa maravillosa melodía que es La Marsellesa, que sonaba a marcha de Gómez Zarzuela.

«¡España! ¡España!», clamaban desde la Cartuja, donde volvió el respetable a ser ese número doce que colabora en que la iniciativa la llevaran las españolas, que para eso estaban en casa tras vencer a Suecia (2-1). La primera ocasión la firmaba Salma y los presentes se recrearon en el uy en cabezazo posterior directo al palo de Irene Paredes. Por poco. Alzaban los flashes de los móviles para convocar la cita con el gol, y así sería. Tenía que ser la sevillana Olga quien tocase para Jenni, se desmarcara, ganase línea de fondo de la defensa gala y viera llegar la sombra de Aitana, quien hacía el 1-0 para que la Cartuja estallase de júbilo. Hasta el punto de que el público hizo la ola en varias ocasiones. En ese mar de cariño, Olga salió a bailar y con ella salieron todos los seguidores que vibraron con el segundo de los oles, sin g, que anotó Mariona para volver a ser campeonas. Se encarrilaba la final tras un gran arranque español en la segunda mitad y se certificaba la soberanía absoluta de un territorio, el sevillano, ya para siempre ligado a la historia de esta selección. Campeona selección de la UEFA Nations League.

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