Un instante

La final, y de hecho todo el Mundial, iban sobre qué papel se reservaba Messi para la eternidad. Francia y Argentina eran parte del decorado. Sólo importaba él y su diálogo con la posteridad. Y allí estuvo el genio, subiéndose al altar para sentarse al lado de Maradona. Sufrió, lideró y venció. Ganar es la única categoría y perder es lo contrario de ganar y palidecen las mentiras del pensamiento débil y la funesta pedagogía moderna. Ayer Messi escribió su epopeya al modo de los héroes clásicos, que la corrección política prohibiría como referentes si pudiera.

Todo lo que ha hecho desde niño cobró forma y sentido cuando por fin consiguió ser campeón del mundo. Entre México 86 y ayer, entre Maradona y Messi se cosió un hilo de oro que fue fútbol y también una manera de entender la vida y la tensión trascendente. Por el mismo motivo, y a pesar del muy buen partido que hizo, Mbappé fue el gran derrotado. Y con él Francia.

Dos derrotas de la que muchos nos alegramos tanto como de la victoria de Messi por cómo los franceses se han convertido en el caballo de Troya del islamismo en Europa; y por cómo un jugador tan notable como Mbappé ha decidido tirar su carrera a la basura a cambio de montones de dinero de la más infame procedencia en lugar de competir en los equipos serios como hizo Messi cuando tenía su edad, y por ello creció como futbolista y ayer el mundo entero se inclinó ante su ya imborrable majestad.