El segundo palo

La sandwichera

Todo es posible aún en la comedia bufa con tintes valleinclanescos del caso Negreira, incluso que nos sigan dando las consabidas lecciones de 'valors'

Negreira, bonito pueblo

Florentinov

José María Enríquez Negreira, en una imagen de archivo ABC

Es una verdadera lástima que el ingenioso hidalgo don Rafael Azcona no haya vivido lo suficiente para poder asistir a los últimos coletazos del tardolaportismo porque a buen seguro que lo habría gozado. Aún no me imagino a la Policía Nacional incautándose de frasquitos con ... vello púbico como los que coleccionaba el marqués de Leguineche pero ya han aparecido sobres con la inscripción top secret y lo penúltimo que se ha sabido es que Negreira regaló a los árbitros sandwicheras y jamones.

Lo del jamón lo entiendo, sobre todo si se trata de un Joselito, pero no hago más que darle vueltas a lo de la sandwichera. ¿Era un mensaje subliminal, una clave? ¿Había clases? Quiero decir, ¿un internacional recibía por ejemplo una sandwichera con grill mientras que a un recién ascendido se le hacía entrega de una simple tostadora con el espacio justo para introducir la rebanada de pan Bimbo? ¿Era un modo de decirle al novato eso de «algún día tú también recibirás una sandwichera con sellado automático, hijo mío»? No me parece baladí lo de la sandwichera, lo digo en serio, de todos es sabido que el diablo está en los detalles. Tírese del hilo.

Escucho atentamente al periobarcelonismo, que ahora anda más preocupado por encontrar cierta paz espiritual y catalanista después de la auténtica faena que ha supuesto el hecho de no haber tenido más remedio que sacar a la luz el scoop, y temo sinceramente que el escándalo del pago por parte del Barça de siete millones de euros al número dos del Comité Técnico de Árbitros acabe pasándole factura al Real Madrid, que la UEFA no invite a la Champions al vigente campeón de Europa y que Rubiales descienda a Segunda a los blancos.

Todo es posible aún en esta comedia bufa con tintes valleinclanescos, incluso que nos sigan dando las consabidas lecciones de 'valors'.

Veo a mucha gente, demasiada para mi gusto, empeñada en deformar la realidad con matemática de espejo cóncavo, como diría Max Estrella. Si al Madrid le hubieran pillado con el carrito del helado a mí me embargaría a estas horas una insondable sensación de bochorno y de profundísima vergüenza, no daría crédito, exigiría las cabezas de los responsables en bandeja de plata y asumiría las consecuencias después de pedir perdón. No veo esa reacción del otro lado y me produce gran tristeza pero se me pasa rápido en cuanto pienso en… ¡la sandwichera!

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