FÚTBOL / MUNDIAL FEMENINO
Jorge Vilda suelta el aire
El seleccionador se enorgullece del trabajo de su equipo y de sus futbolistas tras un año en el que fue diana de todas las críticas
La prensa mundial se rinde ante el juego de España: «Una primera estrella merecida»
Toca Jorge Vilda el trofeo sobre el escenario del Estadio Olímpico, como si fuera una lámpara mágica, como si no se lo creyera del todo. Expandida la sonrisa que ha tenido tan constreñida en toda la concentración, como si temiera soltarse. Pero está feliz, manteado ... por el grupo aferrada la medalla para evitar que se desvaneciera. «Siento una inmensa felicidad porque hemos hecho felices a millones de personas», sus primeras palabras, estrella en el pecho.
No había sido así estos días. Cabeza alta, mirada directa, sonrisa de medio lado. Presenta una figura de entereza y confianza en sí mismo en su puesta en escena ante los medios. Con la mirada barre el escenario, situando a cada uno en su lugar, observando las compañías y las ausencias. Quiere, en todo momento, tener el foco en la persona que pregunta, gira hasta los hombros, no solo la cabeza. Como si quisiera prepararse de la mejor forma no para atacar, sino para defenderse del posible ataque.
Sabe de fútbol, y se nota en las preguntas que son sobre el partido. Análisis exhaustivo, pormenorizado y casi apasionado. Le gusta hablar de fútbol. Algo menos cuando las cuestiones se deslizan hacia otros barrios, y ha tenido varias porque la prensa internacional ha querido hurgar más de una vez en el caso de las 15. Pero se sabe el guion, mide las palabras, suelta el mensaje del futuro y termina pronto la respuesta. Un final que acompaña con un cambio de foco en los ojos para sentenciar que no seguirá hablando del tema.
Si bien la actitud paree mostrar cierta altivez, puede esconder mecanismos que el cuerpo y la cabeza abren por instinto cuando ya ha habido demasiadas heridas. Y no hay duda de que Vilda ha tenido unas cuantas en el último año. Se lo acusaba de mil cosas, más dibujadas en el imaginario colectivo que en el archivo de pruebas, pero, cansado de tanta diplomacia y cuando los ataques llegaron a su vida personal, se defendió. «No le deseo a nadie lo que estoy pasando. Reto a que salga cualquiera y diga que no ha habido respeto en mi comportamiento. En toda mi carrera».
Y lo defendieron. «Lo que hemos aguantado ha sido mucho. Que se ponga en tela de juicio a Vilda, que es un hombre trabajador, un técnico top mundial, que ha renunciado a otras selecciones que le ofrecían más dinero y se quedó en España. Ha seguido trabajando con su gente y no ha hecho caso a los que querían destruir», dijo Rubiales tras el pase a la final. Ayer Vilda quiso cerrar para siempre ese capítulo: «Si era necesario lo que pasó durante este año, lo damos por válido. Ha sido un gran año deportivo, aunque duro en la gestión. Es un orgullo el trabajo como entrenador y director deportivo por los éxitos, también de las inferiores».
Ha seguido trabajando con las que querían estar, y ha sabido exprimir sus cualidades. Las pone a ellas con el mérito, él se queda con el fracaso. «Hemos sido España gracias a las jugadoras que tenemos, creen en nuestro estilo, esencia, saben que pueden jugar así. Han estado extraordinarias». Ha aprendido a poner la otra mejilla con un mensaje bajo control. Y también a corregirse de posibles errores propios del pasado. En la Eurocopa de 2022, su apuesta en la portería no se encontraba en sus mejores condiciones tras un fallo que costó un gol, pero Vilda continuó con ella, no quería señalar a nadie. Para este Mundial tampoco ha querido hacerlo, y asume las culpas de la derrota ante Japón, pero en esa dicotomía entre la lealtad personal y las consecuencias de un 4-0 doloroso asumió riesgos y responsabilidades y encrucijadas que bien pudieron costarle alguna noche de dormir menos de esas siete horas que asegura cumplir a rajatabla.
Porque sentó a Misa, símbolo de ese equipo B que firmó lealtad hacia él y resultados estupendos para confirmar la revolución tras la renuncia de las 15, para sacar a Cata Coll, segunda portera del Barcelona, sin haber vestido nunca la camiseta de España en la categoría absoluta, sin haber jugado ni 200 minutos en la liga por lesiones y por falta de oportunidades con una Paños de nuevo titularísima. La apuesta sobre el terreno de juego salió de diez, tan alegre siempre Coll, tan precisa con los pies como atrevida por el aire. «El rendimiento en los entrenamientos era extraordinario, el puesto se lo ganó por merecimiento», explicaba sobre el cambio. No explicó lo que le costó hacerlo. Ni la conversación con Misa.
Vilda, lo confesó él, no era muy partidario de añadir un psicólogo, pero parece la única forma de que alguien que ha estado en el centro de las críticas, tan encendidas, durante tanto tiempo (y aun ahora) pueda superar tantísima animadversión. Daba igual lo que hiciera. Es posible que sepa que, aun con la copa en la mano, no todos serán aplausos.
Las jugadoras le cuelgan más el adjetivo de 'calmado' que el de 'gritón'. «En todo momento nos anima, no nos deja que agachemos la cabeza, siempre está apoyando», decía Eva Navarro a este diario. «No le pega gritar. Si tiene que dar un toque de atención lo da pero es un tipo calmado». Él lo asume: «De momento no tengo frases grandilocuentes. Intento estar lo más lúcido posible para saber qué tengo que decir en cada momento», explicaba sobre su forma de motivar. No, no es Hervé Renard.
«Son eternas»
Tampoco en el campo es de los más expresivos. Delega en Montse Tomé y el resto del equipo gran parte de los entrenamientos, aunque sí se pasea atento por todo el espacio. De vez en cuando explica algún ejercicio nuevo o da la salida para los esprints. Sabe de lo que habla y lo transmite de puertas para adentro. Para afuera se mantiene en pie casi todo el partido, y aunque gesticula, es más medido que explosivo, aunque se ha soltado, razones no le faltan en alguna celebración de goles. Como tras aquel zapatazo de Olga Carmona que metía a España en la final. Tras el abrazo grupal con su equipo, y los de las jugadoras un poco después, se paseó por la zona con cierto aire de querer evadirse cuanto antes. Para dejar espacio a las futbolistas, a las que ha arropado y halagado desde el primer día. Para saborear el éxito en la intimidad. «El otro día acabamos con el país de pie, lo sacamos a la calle. Ahora está disfrutando, con pantallas gigantes. Han hecho historia; ya son eternas, y han puesto una estrella en el pecho de la camiseta que es para siempre. Se ha hecho justicia y ha ganado el Mundial la mejor selección».
«El fútbol femenino iba muy rápido y ahora será una explosión. Tenemos ejemplos de Países Bajos, Inglaterra y en España. Las niñas están jugando al fútbol y esa es la mejor noticia», zanjó. Cierto alivio después de tanto contener el aliento.
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