Esbozos y rasgunos
El túnel de las palomas
«Como buen agente doble, Sergio Ramos ha logrado sacar de quicio a propios y extraños al mismo tiempo: sevillistas, madridistas, antimadridistas, aficionados del Liverpool y a toda la población de Egipto»
Pura raza de Nervión para plantarle cara a Bellingham
![Sergio Ramos, en el partido de este sábado](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2023/10/21/ramos_20231021213720-RGZHeypNnxw5LXIjZ0qNa8J-1200x840@abc.jpg)
Decía John Le Carré que todas sus novelas, en algún momento dado, han llevado por nombre el provisional título de 'El túnel de las palomas' mientras se encontraba escribiéndolas. Remite a una escena que le fascinó desde la niñez. Cada vez que su padre ... le llevaba a Montecarlo para poder apostarse hasta las pestañas en el casino, pasaban un rato siempre por el club deportivo. A sus pies se encontraba un espléndido mirador con vistas al mar desde el cual los socios aficionados a la caza podían disparar a las palomas. Esas aves habían sido criadas y mantenidas en los tejados del casino y se soltaban luego por unos túneles que se extendían bajo el mirador por donde iban revoloteando, buscando la salida, hasta que salían a la luz del Mediterráneo donde esperaban los socios apostados con las escopetas. Las que lograban salir vivas o levemente heridas, terminaban volviendo mansamente al palomar del tejado. Y el ciclo empezaba de nuevo, volando en círculos.
A Le Carré (David Cornwell era su nombre real) le fascinaba y perseguía este recuerdo de su infancia. No obstante en esa imagen están presentes muchos elementos y símbolos que aparecerán luego en las páginas de sus novelas: las vidas subterráneas, las pequeñas traiciones, el abandono del nido, las salidas que luego no resultan tales. Pero tal vez lo que más le fascinaba a Le Carré fuera el hecho de que las palomas acababan volviendo a sus jaulas, incapaces de detectar el peligro. O tal vez, justo lo contrario, resignadas al mismo.
Hay varios futbolistas en los que pensaba viendo 'Volando en círculos', el documental recién estrenado sobre la vida de Le Carré (dirigido por el gran Errol Morris) entre espías, libros y túneles de palomas. Uno de ellos podría ser Sergio Ramos. Tiene mucho mérito su carrera porque en no pocas ocasiones, como buen agente doble, ha logrado sacar de quicio a propios y extraños al mismo tiempo: sevillistas, madridistas, antimadridistas, aficionados del Liverpool y a toda la población de Egipto. Esto resume bastante bien su trayectoria: un jugador al que nunca le pesó demasiado lo que pudieran pensar de él. Muchas veces brilló, otras patinó. Pero en esas ocasiones en las que pudo tropezar, siempre se recompuso enseguida. Porque si algo supo hacer con maestría Sergio Ramos fue manejarse bien en el túnel de las palomas, en la oscuridad, donde los demás se desorientan, se rinden o tratan de dar media vuelta. Saliendo una y otra vez con valentía al encuentro de la luz, decidido, aunque afuera le estuvieran esperando con las escopetas cargadas los rivales, la prensa, los socios de su propio equipo, un ejército de tuiteros, los biris, los que odian El Hormiguero, los que no perdonan su no renovación, los fans de Salah y los que creen que nunca debería volver a la selección española. Fuego amigo y enemigo. Sin dejarse cegar por el brillo del exterior, sin asustarse por el ruido de los disparos.
Y al igual que ocurría con esas palomas, a veces nunca supimos qué pensaba realmente Sergio Ramos. O por qué hacía lo que hacía. Y tal vez por eso siempre nos fascinó como jugador. Porque, al igual que John Le Carré, sabemos identificar la madera de un buen personaje. Y porque en este juego de espejos que es el fútbol nos inventamos los enemigos que necesitamos en cada momento.
Contra el Real Madrid en el Sanchez Pizjuán, algo que no se veía desde la 2004/2005, Ramos hizo un gran partido: salvó un gol sobre la línea y a punto estuvo de marcar otros dos tantos. Hasta pudo marcar de cabeza al Madrid en el minuto 93. Eso sí habría sido volar en círculos.
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