esbozos y rasguños
Una anguila en el metro
«Es un retirajugadores: cualquier lateral que le cubra durante un partido corre el serio peligro de parecer un dinosaurio, aunque tenga 24 años»
Brasil descubre a Lamine Yamal en un intenso empate con España
![Lamine Yamal, en el partido ante Brasil](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2024/03/27/yamal32-RWxtt7BOgvGj9FG1rnb40zK-1200x840@diario_abc.jpg)
Todos hemos jugado alguna vez con Lamine Yamal. Sí, es ese chico en la playa de aspecto desgarbado, con brackets y algo de acné juvenil, que os miraba en silencio a ti y a tus amigos jugando un partidito de fútbol, sin atreverse a decir ... nada, y al que invitabas a meterse en la pachanga por pura compasión. Y luego te arrepentías enseguida de haberlo hecho nada más verle agarrar la pelota y escabullirse entre unos y otros, humillando contrarios a su paso con caños, regates eléctricos y una atrevida insolencia pese a su cuerpo escombro. Luego se despedía de repente y se iba con sus padres a comer una paella mientras tú tratabas de recuperar las constantes vitales y de no echar el bofe tras estar corriendo detrás de él. Lamine Yamal es un retirajugadores: cualquier lateral que le cubra durante un partido corre el serio peligro de parecer un dinosaurio, aunque tenga 24 años. Él va en technicolor mientras el resto parece atrapado en blanco y negro, como Norma Desmond. Se fue ovacionado del Bernabéu, algo que no pueden decir muchos.
El otro día me compré el libro de un periodista de 'The New York Times' sobre historias locas y absurdas en Manhattan ('That's so New York', de Dan Saltzstein). Cuenta, por ejemplo, el caso de una pasajera que se subió en Canal Street con varias bolsas de la compra. Al poco de sentarse, salió disparada de una de las bolsas una anguila enorme viva, que se fue escabullendo y deslizando entre el resto de atónitos pasajeros del vagón. La mujer, sin inmutarse demasiado, la consiguió agarrar de nuevo y la metió en su bolso como si le hubiera caído rodando una moneda de dos euros. Viendo a Lamine Yamal flotando por la banda del Bernabéu, serpenteando entre rivales, me venía esa imagen a la cabeza: es una anguila en el metro.
Pero ayer vimos otra anguila suelta en la línea 10, parada Santiago Bernabéu: Endrick. Salió al descanso y le dio tiempo en cuestión de cinco minutos a marcar un gol en su nuevo estadio, a celebrarlo con el público y a lesionarse. Solo le faltó pedirse una copa en Pachá para cerrar el arco de la carrera de un futbolista brasileño en Madrid, como si se tratara de una obra de microteatro o una de esas miniaturas históricas de Stefan Zweig. Por algún extraño motivo Endrick tiene un ligero aire a crooner de los años 40, alguien baqueteado por la vida, que ha contraído deudas con la gente equivocada por un mal soplo en una carrera de caballos y que canta canciones melódicas en un local con mucho humo. Puede que sea el pelo con algo de brillantina, el cuello de su camiseta XXL como las solapas de esa época o su actitud de atrevimiento. Pero tiene algo de eso. Y me gusta.
Al final quedó un amistoso divertido: con piques, detalles, goles, tanganas, penaltis injustos, una parte para cada rival y un propósito noble del que nadie pareció acordarse demasiado. Algo de la igualdad o no sé qué.
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