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QUÉ FICHAJES AQUELLOS... de jesús gil

Futre, los «negritos» y tal y tal...

Las peculiares, en fondo y forma, contrataciones de futbolistas marcaron el mandato del exagerado presidente del Atlético

Jesús Gil, presidente del Atlético y alcalde de Marbella, entrega a Futre la copa del trofeo Ibérico 1991 efe
Ángel Luis Menéndez

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El 'chiste' bueno, buenísimo, del amplio repertorio de Jesús Gil y Gil (El Burgo de Osma, Soria, 12-3-1933 − Madrid, 14-5-2004), presidente del Atlético de Madrid de 1987 a 2004, fue el primero: Paulo Futre, un zurdo portugués muy cotizado tras haberse proclamado campeón de Europa con el Oporto en 1987. Tras ganar el título continental, Futre se hallaba en Milán para fichar por el Inter. Gil, candidato a la presidencia del Atlético, se presentó en su hotel, le ofreció un cheque en blanco y al día siguiente volaron juntos hacia Madrid en un avión privado. Esa misma noche, mientras los otros tres aspirantes al sillón colchonero acudían a la tele para participar en un debate electoral, el polémico empresario −fue encarcelado en 1969 tras un derrumbe en su urbanización de Los Ángeles de San Rafael que mató a 58 personas− se llevó al astro luso a una discoteca de Madrid, donde ambos fueron aclamados por los aficionados rojiblancos que el propio aspirante había convocado allí.

El Atlético llevaba una década sin ganar la Liga y no se había clasificado para jugar en Europa, pero un Porsche amarillo, un chalé con piscina y 100 millones de pesetas (600.000€) convencieron a Paulo. Y su llegada persuadió a muchos socios. Artífice principal de la victoria electoral de Gil, Paulo se convirtió en líder y leyenda del club. Fue su mejor fichaje: «Si me fueran los tíos, Futre sería mi novio».

Dos años después, el presidente colchonero presenta a un nigeriano, Abbas Lawal; un senegalés, Limamou Mbengue; un brasileño, Maximiliano de Oliveira; y un congoleño, Bernardo Matias Djana. En efecto, parece el comienzo usual de un chiste malo. Malísimo. Trata de cuatro «promesas» por cuya contratación conjunta Gil pagó 2.800 millones de pesetas (16 millones de euros). ¿A quién? A sí mismo. O sea, a una empresa suya: 'Promociones futbolísticas'. Lo que hizo Gil fue saldar una deuda que tenía con el Atlético por dicho importe fichando a cuatro falsos futbolistas profesionales. El título del 'chiste', también de dudoso gusto, sería el del nombre oficial de la investigación policial: «caso Negritos». El final judicial fue una condena de 18 meses de cárcel y el pago real al club de los 16 millones.

En 1993 aterriza en Madrid al marfileño Serge Maguy. ¿Referencias? «Lo he visto yo y punto», dijo el rumboso presi rojiblanco. «Mi nivel es el de Maradona», abundó el propio futbolista. Gil tenía intereses empresariales en Costa de Marfil y el jugador llegó avalado por el entonces embajador de su país en España, previo pago de 100 millones de pesetas (600.000€) a su club de origen. Jugó ocho partidos de Liga (470 minutos)… y al año siguiente regresó a África.

Resultó más graciosa, y eso que todavía no existían las redes sociales ni el verbo «viralizar», la costalada que se pegó Marcelo Sosa, apodado 'el Pato', durante su presentación como jugador colchonero en 2004. Tras dar dos toques con la cabeza −melena al viento y teñida de rubio chillón−, se dispuso a patear con la pierna derecha, pero apoyó mal el pie izquierdo y se desplomó de culo sobre el césped del Vicente Calderón. Una alegría de vídeo para los telediarios de la época. Con todo, más dura fue la caída de su reputación balompédica durante el resto de la temporada. Jugó 27 discretos partidos y al acabar el curso se fue a Osasuna.

Hubo más, muchos más: los brasileños Moacir, Tilico o Frascarelli, el colombiano 'Tren' Valencia, el israelí Nimni, el ucraniano Dobrovolski, el italiano Torrisi, el bosnio Bogdanovic, el uruguayo Pilipauskas… y tal y tal (muletilla habitual de Gil en sus alocuciones).

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