SELECCIÓN ESPAÑOLA
Hasta Escocia se rinde
España, con juego fluido, acabó venciendo a una luchadora Escocia que llegó a poner en aprietos a la campeona

Escocia es algo nuestro, muy nuestro: las pintas, los castillos, los Mc todo, la épica, la heroicidad de Wallace, la valentía ... Suena a corazón de la humanidad, último resquicio ante la máquina y el mercantilismo. Así que un respeto para Escocia, donde casi nació el fútbol.[ Narración y estadísticas ]
Por todo eso, por la empatía que despierta, por lo bien que cae a todo el mundo, daba un poco de apuro verla así: vapuleada por unos cuantos pitufos reunidos que se dedicaban a esconder el balón, como aquel equipo argentino que se hizo famoso por llegar al vestuario rival antes del encuentro con un balón y decirles: «¿Veis este balón? Es nuestro y no lo veréis a ver más en el partido». Tanta chulería no era asunto nimio ni banal. No la veían y te metían unos meneos de aquí te espero. Es decir, lo mismo que España.
Los antepasados, la Flor de Escocia y 70.000 gargantas rugiendo sirvieron para que los escoceses se echasen encima de España con ínfulas amenazadoras durante... dos minutos. Fue coger el balón los enanitos del Bosque y se acabó lo que se daba. Ya no lo volvieron a ver.
En cuanto empieza la roulotte, el toma tuya mía, a los contrarios de los españoles les entra el pavor. Escocia empezó con un 4-1-4-1 y a medida que transcurría el encuentro iban reculando y reculando. Los cuatro de atrás fueron cinco al cuarto de hora y seis a la media. Una jugada, un metro más atrás y dos ocasiones más.
Cuanta más gente se metía atrás, más espacio y tiempo dejaban a Xabi Alonso, que es un peligro con la mente despejada y la bota derecha, que es un guante, dispuesta a encontrar huecos donde no los hay. Además, Iniesta durmió bien y eso es doblemente peligroso para el rival. Entraba Silva por un lado: una cuchillada. Entraba Iniesta por el otro: un costurón. Y todo olía a gol, a un roto de dimensiones casi históricas.
El caso es que por un centímetro aquí y otro allá, por veinte paradas de McGregor o cien despejes de los gigantes escoceses, aquello seguía a cero mientras Villa empezaba a morder la hierba, los palos, los dedos propios y la perilla, angustiado por la sombra, siempre alargada de Raúl. Hasta que la inercia general del partido y el peso de la lógica abrió un hueco en el 10-0, táctica de los escoceses, no porque quisieran, sino porque no les quedaba otra. Remató Sergio Ramos, un estilete por la derecha, y Whitakker metió una mano tan ingenua como clara. Y allí se fue Villa con tembleque en las canillas, pero no el suficiente como para no lograr su sueño.
Absurda complicación
Al igual que al principio del partido, Escocia cogió resuello en el comienzo de la continuidad y se atrevió a pasar del medio campo, gran heroicidad que... le costó cara. Fue adelantar dos metros su posición y España encontró huecos por doquier. Villa entró a trompicones, Cazorla también y al final, en el minuto diez, una serie de tuya mía en un ladrillo acabó con el balón en la red empujado por Iniesta con un toque muy suyo, de seda.
Parecía todo listo y lo malo es que España también lo pensó. «Esto está hecho», que es mala cosa incluso sólo intuirlo. Así que llegaron los fallos: el primero entre Piqué y Ramos (gran despiste fundamentalmente del madridista) que complicó el encuentro porque Naismith le cogió la delantera y estrechó el choque.
Lo impensable sucedió entonces. Un aturullamiento colectivo que acabó con un gol en propia meta de Piqué cuando el partido parecía decidido. Cuestión de confianza, excesiva, por supuesto.Hasta que llegó Llorente, porque España tiene más recursos que el resto. Centró Capdevila y allí llegó el ariete para poner las cosas en su sitio.
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