El baúl de los deportes
El forofo alcalde de Vigo que multó a un árbitro por «excitar al público de Balaídos»
Antonio Ramilo impuso 10.000 pesetas (60 euros) de sanción a Urrestarazu por su «actitud y modos» durante el Celta-Atlético jugado el 17 de febrero de 1974
Deporte y política son ingredientes que no deben servirse mezclados. Y mucho menos, agitados. Cuando confluyen poder e intereses personales –de cualquier índole- suelen darse episodios nada edificantes y, en no pocas ocasiones, casos inauditos como el ocurrido hace casi medio siglo en Galicia, cuando ... el alcalde de Vigo multó, por decreto, al árbitro que había dirigido el Celta-Atlético.
Y anunció la sanción mediante el siguiente comunicado oficial emitido por el Ayuntamiento vigués después de finalizado aquel partido de Liga: «Vistos los sucesos ocurridos en el Estadio Municipal de Balaídos con ocasión del encuentro de fútbol entre los equipos del Real Club Celta de Vigo y el Club Atlético de Madrid celebrado hoy, domingo día 17 de febrero de 1974, en el que la actitud y modos del señor colegiado, don Pedro Urrestarazu Elordi (Baracaldo, 25 de abril de 1930 – Bilbao, 22 de julio de 1994), han contribuido en gran medida a la excitación del público aficionado, con evidente riesgo de alteración del orden público, tranquilidad ciudadana, y de conformidad con lo dispuesto en la vigente ley de Régimen Local y preceptos concordantes de la de Orden Público, actuando en mi calidad de delegado del Gobierno en el término municipal, resuelvo:
Imponer al colegiado don Pedro Urrestarazu Elordi, árbitro del partido, la multa de diez mil pesetas (60 euros) por haber contribuido directamente a la creación de los incidentes registrados durante el desarrollo de dicho encuentro. De la presente resolución notifíquese a la Autoridad gubernativa, con expresión de que contra la misma podrá interponerse recurso de alzada, previsto en la vigente ley de Orden Público». Lo firmaba el «alcalde, delegado del Gobierno», Antonio Ramilo Fernández-Areal (Buenos Aires, 24 de mayo de 1928 - Vigo, 25 de enero de 2006).
«La multa no fue por anticasero, sino porque su actitud, claramente desafiante, provocó la reacción del público y la necesidad de que interviniera la Policía»
Antonio Ramilo
Alcalde de Vigo desde 1970 hasta 1974
El partido en cuestión comenzó a las 16:30 horas y correspondía a la jornada 22ª de la Liga 1973-74. El Celta llegaba en décima posición con 20 puntos, cuatro menos que el Atlético, cuarto clasificado y lejos del líder, el Barcelona (31 puntos) de Johan Cruyff. En el minuto 12, Eusebio, central colchonero, marca en propia puerta al intentar tapar un disparo de Castro, centrocampista gallego. Antes del descanso (minuto 33), el Atlético remontó. El empate llegó merced a otro autogol, en este caso del defensa local Rivas, y cinco minutos después Gárate firmó el 1-2. En la segunda parte, Luis Aragonés cerró el triunfo, 1-3, en un magistral saque de falta (m. 67).
Lluvia torrencial de almohadillas
Las crónicas difieren dependiendo de la condición, local o nacional, de los periódicos en cuestión. Los primeros se centran en el arbitraje, al que achacan la derrota del conjunto gallego; los segundos, sin obviar los errores del colegiado, abundan en el análisis futbolístico. Así, 'El Faro de Vigo' reseñaba un penalti no señalado a favor del Celta en el minuto 22, con 1-0 en el marcador: «Jiménez (delantero celtiña) entró desde la izquierda y Melo (defensa colchonero), dentro del área, levantó los brazos en cruz para hacer pantalla. El balón fue desviado por uno de ellos con meridiana claridad. La pena máxima era evidente pero el señor Urrestarazu la pasó por alto en medio de una gran bronca. Y la descarada parcialidad del trencilla pesó como una gigantesca losa en el posterior desarrollo del encuentro… Desde ese instante, como el campo estaba mal, Urrestarazu se inventó las infracciones que le vinieron en gana, dañando a unos y a otros, pero más a los gallegos».
«Calamitosa actuación del vizcaíno Pedro María Urrestarazu, que a punto estuvo de provocar un altercado de orden público -publicó 'La Voz de Galicia'-. Desde el pitido inicial, perjudicó de manera ostensible al Celta, cortando con imaginarias faltas sus aproximaciones al área de Reina y dejando sin sancionar dos clarísimos penaltis; un manotazo al balón de Melo en el primer tiempo, y derribo a Doblas dentro del área en el segundo. El público no dejó de abuchearle durante todo el encuentro, teniendo incluso que dar por terminado el partido cuando faltaba un minuto para el final y el juego estaba interrumpido a consecuencia de la lluvia de almohadillas. Su actitud en esos minutos finales, acercándose a la banda para cambiar unas palabras con el delegado de campo, manteniéndose acto seguido junto a la misma línea lateral del campo, aguantando el tipo en lo que podía interpretarse como desafío, lo que terminó por exaltar los ánimos, provocando una nueva y torrencial lluvia de almohadillas».
ABC tituló «El Atlético fue mejor sobre el barro». Y en el texto se lee: «No importaba que la cancha estuviera convertida en un barrizal, pues se confiaba en la capacidad de adaptación de! conjunto celeste. Pero en esta ocasión el triunfo fue para el Atlético de Madrid que se amoldó mejor a las circunstancias, aparte de que la deficiente actuación del árbitro perjudicó más a los vigueses y tuvo la virtud de exasperar al público, que a un minuto del final inundó el terreno de almohadillas, por lo que Urrestarazu, del colegio vizcaíno, optó por dar por finalizado el encuentro. Y no es que se pueda achacar a Urrestarazu la derrota del Celta, pero sí se le debe señalar como único responsable de los incidentes ocurridos a lo largo de los ochenta y nueve minutos de partido… El árbitro ya ha sido juzgado. Mal sin paliativos. Ni aplicó la ley de la ventaja, ni supo mantener las riendas del juego. Él solo se complicó las cosas en un partido que el Celta había empezado con buen pie».
Bajo el titular «El Atlético fue mejor», la crónica de 'Marca' decía: «Al margen de extrañas in-fluencias -no tan extrañas si añadimos que Urrestarazu escamoteó al Celta un penalti evidente, cuando vencía por el gol Inicial-, ganó de los dos equipos el de mayor experiencia y, ante todo, el que supo dosificar sus fuerzas, sobre un rectángulo cubierto de agua y lodo en el cual era verdaderamente imposible la práctica de un fútbol más académico, y hasta si me apuran, de sostenerse en pie. El Atlético peleó tanto o más que nunca».
En parecida línea, 'El Mundo Deportivo' tituló «El Atlético, más sereno, dominó el ímpetu del Celta». Tras profundizar en los detalles futbolísticos, el diario deportivo catalán informa sobre los incidentes: «el árbitro dejó de señalar un penalty cometido a Lezcano cuando se hallaba ya en el área chica, donde fue derribado. Se produjo el natural escándalo en Balaídos, con el lanzamiento de almohadillas al terreno de juego en señal de protesta por los errores del árbitro. Su actitud desafiante hacia el público culminó cuando a 2 minutos del final ordenó que no se sacase una falta porque en el campo había una sola almohadilla. Hubo entonces lluvia de ellas y el árbitro decidió dar por terminada la contienda».
«Un suspenso terminante para los tres árbitros -escribían en el 'As'- porque entre todos se encargaron de estropear un partido que había comenzado bajo los mejore auspicios y que ellos estuvieron a punto de convertir en una lucha callejera».
Árbitros no profesionales
Como se lee, la bronca final y la tormenta de almohadillas fueron considerables. «A falta de dos minutos para la conclusión se acentuaron las protestas del público hacia el colegiado, que con el juego detenido aguantó estoicamente y frente a la tribuna presidencial la caída de almohadillas –relata 'Marca-. Tras corta espera, Urrestarazu decide dar por terminado el partido y retirándose todos los protagonistas con la consabida dificultad». En ABC se publica un teletipo de la agencia Alfil que ofrece un sorprendente dato: «Antes de finalizar el encuentro los aficionados protestaron contra la labor del árbitro y lanzaron almohadillas al campo, en número que se calcula de unas 20.000».
Antonio Ramilo, aficionado celeste confeso, presenció todo lo sucedido desde su asiento de privilegio en el palco de Balaídos. En 1974, todavía bajo la dictadura de Francisco Franco, los alcaldes, designados a dedo por el gobernador civil, ejercían el poder en sus municipios a golpe de 'ordeno y mando'. Así que el señor Ramilo decidió erigirse en juez deportivo y sin pérdida de tiempo, todavía enfadado y en caliente, redactó el decreto en el que le imponía una multa al árbitro.
El importe de la sanción, 10.000 pesetas (60 euros), era algo más que simbólico teniendo en cuenta que entonces los colegiados no vivían del arbitraje. Se ganaban el sueldo ejerciendo a diario sus respectivas profesiones u oficios, y solo cobraban –emolumento por partido más gastos de desplazamiento- cada vez que eran designados. Sin ir más lejos, Urrestarazu solo dirigió 11 veces en las 34 jornadas de la Liga 1973-74. El salario mínimo en 1974 estaba cifrado en 6.700 pesetas (40 euros), y poco más que eso recibía un trencilla cada domingo que actuaba.
Tan insólita decisión política fue noticia en toda España, y el alcalde vigués intentó justificarla: «No, hombre, la multa no fue por anticasero. Cuando recogió una almohadilla, volviéndose al público, lo hizo de forma claramente desafiante. Esto provocó las demás reacciones: más almohadillas y la necesidad de que interviniera la Policía al abandonar el árbitro el campo».
Urrestarazu recurrió la multa pero, según desveló 'La Voz de Galicia', «se le había olvidado pagar 18 pesetas (11 céntimos de euro) en concepto de tasas. El caso es que no prosperó su recurso ante el Ayuntamiento de Vigo, por lo que el árbitro presentó alegaciones ante el Gobierno Civil de la provincia. Al mismo tiempo, el Comité de Árbitros amenazó con no designar árbitros para los encuentra que se disputasen en Balaídos. El asunto fue zanjado por el gobernador civil de la provincia (Pontevedra). El recurso del árbitro se basaba en la incompetencia legal del alcalde para multar, en que no se le había dado trámite de audiencia para alegar y, finalmente, en que la falta, de existir, no estaba tipificada en la Ley de Orden Público. El gobernador desestimó las dos primeras alegaciones, pero no la última por lo que decidió levantar la multa y zanjar la polémica».
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