Cortita y al pie
España ya tiene la flor, encarnada en dos vascos
La selección encuentra un nuevo héroe y algunos límites
Italia - España en directo

España tuvo primero que esperar el gol, luego recuperó el carácter y contra Suiza llegó la flor, la suerte del campeón, la del que se lo trabaja desde planos visibles e invisibles.
España, que había fallado los cinco últimos penaltis, llegaba a la tanda final ... contra Sommer, que había parado al infalible Ramos y a Mbappé. Y España empezó perdiendo pero se sostuvo en las paradas de Unai Simón, otro acierto de Luis Enrique, un portero con ángel, y remató la faena con la zurda mortífera y con silenciador de Oyarzabal. Qué clase. Qué futbolista. Dos jugadores vascos llevaban a semifinales a la España más vibrante que se recuerda.
La suerte ya apuntaba, la predisposición del azar. Hubo fortuna en el positivo de Perisic, y en la ausencia de Xhaka. Pero Suiza es un señor equipo, una selección-equipo, y su entrenador, Petkovic, un virtuoso que reaccionó a la baja de Xhaka organizando un 4-2-3-1 concienzudo en el que Shaqiri tapaba a Busquets, Embolo a Alba y los pivotes cegaban a los interiores españoles. Era una presión relojera, de una enorme precisión, que solo se superaba puntualmente con la verticalidad personal y por fuera de Ferran Torres (origen remoto del primer gol), algún envío de primeras de Pedri a Sarabia, expandiendo el juego, y algunos, muy pocos entendimientos entre Busquets y Pedri a un solo toque. Salvo eso, y fueron acciones aisladas aunque esbozaran una cierta mecanización, España tenía dificultades. Había problemas generales en la salida de la pelota, y muy concretos en Pau Torres, tímido en el primer pase y reacio a subir con la pelota en los pies.
Con el paso de los minutos se hizo evidente que España tenía problemas en el uno contra uno para la superación del rival y se percibía la superioridad física de los suizos. Estaban revelando algunos límites de España y adueñándose de la posición, que no de la pelota.
Suiza era un negativo perfecto de España, pero no más. Y España aún no fallaba, no tenía errores. Toda la estudiada presión suiza, tan bien ejecutada, no le forzaba deslices graves. El resultado de todo era un tenso equilibrio y una prudencia rayana en el miedo extendida en cada jugador, en cada acción.
España sufría, era un sufrimiento mudo. Su centro del campo había sido ensombrecido, y progresivamente maniatado, sofocado, pero Luis Enrique no tocó nada. Aquí asomó otro límite del equipo. El sistema es inmutable. El 4-3-3, incuestionable. Pudo haber metido un doble pivote, reforzar el mediocampo, pero el seleccionador se mantuvo fiel al Busquets-Pedri-Koke. En esos minutos en los que alargó quizás demasiado las cosas llegó el empate suizo, producto del error individual que España no había tenido hasta entonces.
Pero tras el gol, Luis Enrique tampoco alteró su media. Su fe es absoluta. Tiene ese punto del que apuesta todo a una idea (y en ese apostar se invoca al azar). Alteró los extremos, ‘interiorizándolos’, haciendo que acudiesen al auxilio de la media. En España había fallado lo que iba a ser su mejor virtud. Suiza cortocircuitó el toque español, su fluidez, su circulación.
Tras el gol, hubo una reacción temperamental de Alba, importante, y el fútbol se llevó a un triángulo con él, Pedri y Olmo incidiendo por vericuetos interiores. Sucedió eso y la expulsión suiza, definitiva, porque se descuajeringó el reloj de su presión. España ya tuvo su clásico toque coral.
Eran once contra diez, y pronto doce contra diez porque entró Llorente. España se volcó en la prórroga, y Suiza se prensó. España ahí comenzó un acoso tocado, un acoso hilado que se desmoronaba en sucesivas ocasiones de Olmo, Oyarzabal o Gerard. Un apogeo de su fútbol.
Empezó a tomar protagonismo la figura de Sommer, el portero dispuesto a pararlo todo. Su perfil acrobático, un poco irritante, adquiría un relieve fatalista. Parecía estar entrando en calor para parar luego los penaltis.
En la prórroga fue valiente Luis Enrique, quitando un defensa para meter a Thiago. Quitó también a Pedri, su jugador fetiche. El talismán ahora estaba en la puerta. Cuando España falló el primer penalti, la cara del míster era un poema. ¿Acaso no creía Luis Enrique en lo que estaba por llegar? ¿Desconocía las fuerzas que ha puesto en marcha? España estaba perdida, se veía en su semblante, y entonces apareció Unai Simón para sostenernos y revivir en los niños españoles el mito de Arconada (¡vistámonos todos de él! ¡Recuperemos aquel traje suyo!). España llega a su quinta semifinal de Eurocopa y ahora, con gol, carácter y suerte, le queda refinar el toque.
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