SPORTING 0 - R. MADRID 1
Indemne en un terreno minado
Los blancos supieron ganar un partido que derivó por senderos peligrosos donde el fútbol fue olvidado
![Indemne en un terreno minado](https://s2.abcstatics.com/Media/201011/14/higuain--644x362.jpg)
Se suele decir que las ligas se ganan en esta clase de encuentros. Partidos norteños donde hace frío, el rival aprieta con todo lo que tiene y el equipo se aturulla por múltiples razones: no se ha dormido bien, el rival ha estudiado las flaquezas y los puntos fuertes o alguien... ha calentado el partido indebidamente .
El berenjenal previo de ambos entrenadores estuvo a punto de costarle caro al Madrid , porque el choque nació y transcurrió con afrentas no olvidadas que fueron trasladadas al terreno de juego. El Sporting, que se caracteriza por hacer un fútbol limpio, aseado, con mucho talento y buen criterio (balones rasos y excelente gusto), cambió el registro.
Fue quizás por el aguijón metido por Preciado («iremos al 300 por cien en vez de al cien por cien») o por la propia naturaleza del encuentro, pero lo cierto es que el Sporting salió con armas que no eran suyas : presionó, pegó, trabó el encuentro y el Real Madrid se acabó perdiendo.
Los blancos tuvieron quince o veinte minutos en los que mantuvieron firme la cabeza, principalmente porque Xabi Alonso ve donde no ve el resto. Entre el fango y las nubes, Xabi mantiene la cabeza en su sitio . Es en esta clase de choques donde los que saben hablar fuera del terreno de juego se hacen notar dentro de él. No se dejó llevar por lo abrupto del terreno ni por las minas plantadas por el Sporting y desahogó caminos que llevaban ante Juan Pablo, portero que mantuvo a los asturianos en el encuentro.
Luego sí, luego el Madrid estuvo obtuso, descentrado. Tiró al palo Higuaín y al equipo se le fue la azotea. Entró en el sendero que proponía el rival: pases confusos, faltas, golpes, protestas, balonazos a la nada, un rail que iba a ningún lado. El partido se puso feo, muy feo , de esos que uno mira con el ceño fruncido y la mirada sucia, con ganas de que se acabe tanta torpeza y aristas en cada jugada.
Cuando ambos equipos se fueron al vestuario, sobre el terreno quedó un mapa desolador. Empujones, gestos hacia la grada, codos por doquier, faltas y balonazos que caían con nieve. Todo menos fútbol, que desapareció en las brumas creadas por las palabras venenosas de la víspera.
Aparece el fútbol
Fue en el segundo tramo cuando los ánimos se calmaron. El Sporting se pareció más al Sporting y el Madrid al Madrid . En el cielo despejado y en la aparición del sol, el que más ganó fue el Madrid porque con fútbol puesto sobre el tapete es mejor que el Sporting. Simplemente porque tiene más talento entre sus filas. Y fue ese mayor talento el que acabaría decidiendo el partido.
Juan Pablo, que lo había parado todo y algo más, no pudo esta vez con el cabezazo picado y letal de Benzema, que para eso está. Llegó Higuaín, que también está para eso , para estar cuando tiene que estar, en el sitio en el que tiene que estar y en el momento en el que tiene que estar, y la metió dentro.
Y justo donde no había podido llegar el bueno de Juan Pablo, llegó el excelente Casillas, que es muy bueno . Había tenido un temblor de manos en una jugada anterior, pero en la siguiente dio dos puntos a su equipo. Fue en un cabezazo tremendo, cercano y potente de Barral, al que respondió el mejor portero del mundo con una de esas paradas que le configuran como tal.
A fuer de ser sinceros, el Madrid lo había merecido: más control del juego, más dominio, más llegadas y más ocasiones de gol ante un rival pujante, pero confundido, con un fútbol que traiciona su propia identidad, con muchas papeletas para perderse en el camino equivocado que, sólo por esta vez, había marcado Preciado. El partido se quedó sin tiempo para nada más. Bueno sí, para ver una galopada tremenda, poderosa, de Cristiano en el minuto 93 , con todos asfixiados menos él, que acabó con Botía en la calle. Fue lo de menos. Lo de más fue que el Madrid salió indemne de un partido en un terreno mucho más que abrupto, un encuentro que llevaba peligro intrínseco porque a veces las palabras llevan en sí mismas más pólvora que los borceguíes del mejor delantero.
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