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COPA DEL REY

Ozil pone brillo en el pase a la final

El Madrid llega a la final de la Copa del Rey después un partido opaco jugado por los blancos ante un Sevilla valiente pero escaso de ideas

AFP

JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

Suele ser tradición que tras un desastre como el sucedido en Pamplona, el Madrid arrase con el que viene después, que acaba pagando los platos rotos. Pues ya no. El Madrid se dejó la garra en los jirones rotos que tiene por pulmones, que ante el Sevilla le duraron cinco minutos no más. Un periodo de intensidad, ardor y pujanza que, sin embargo, no llegó a más .[ Narración y estadísticas ]

El Sevilla ha jugado lastrado toda la temporada por la falta de un cerebro en el medio campo, un jugador de talento que diera pausa, toque y primor a la fábrica donde se cocina el pastel del futbol. Ese es Rakitic, que llegó desde el Schalke para darle al equipo de Manzano más fútbol. Justo a tiempo para el Sevilla, justo a destiempo para el Madrid, que empezó a pasarlo mal con la circulación de balón del Sevilla.

En otras circunstancias, sin ir más lejos hace un mes, el equipo de Mourinho habría ahogado ese ir y venir del esférico con una presión asfixiante, pero aquí el único asfixiado es el Madrid, un equipo en el que se ven clara muestras de cansancio en determinados jugadores: Di María, Ozil, Xabi Alonso y hasta Cristiano. Esa falta de chispa equilibró el partido porque el Madrid llegó a base de arrebatos, de inspiraciones individuales, que las tiene y muy buenas, pero le faltó frescura en las ocasiones que tuvo, que no fueron un asunto baladí.

El Sevilla peleó la posesión del balón, pero tuvo menos mordiente arriba, un poco lastrado al jugar poco por los costados, el fútbol al que está acostumbrado. Cortadas las alas, el equipo de Manzano maniobró bien en la medular, pero se atascó en los tres cuartos de cancha.

La pelea se fijó en la zona ancha. Muchas pérdidas de balón de los blancos, imprecisos en la muralla sevillista, y romos los andaluces arriba, sin llegar Navas, atado por la pinza creada entre Xabi Alonso y Arbeloa. A veces la lucha se sentía en el aire, una pelea sorda y tensa como la cuerda de un violín, que acababa sonando desafinado ante el rumor sordo de los tacos destructores, crecientes y poderosos sobre los arquitectos de ambos equipos, con la salvedad de Ozil, siempre brillante, siempre diferente.

Jugadores tocados

De ambos fue el Madrid el que llegó más y mejor, con mucho peligro. Se movió bien Benzema por fuera, entrando y saliendo, enlazando con Ozil y Di María, pero el equipo acusa el estado de forma de Cristiano, que lleva tres o cuatro partidos abatido en su pelea consigo mismo. Un jugador que languidece cuando no encuentra la red. Lo intentó siempre porque es un luchador, pero se le notó lastrado por unos músculos resentidos y con la gasolina justa para ir tirando, no más.

No subió el Madrid los quilates de su juego en la segunda parte, ni tampoco el Sevilla, los dos guardando el resto para los últimos minutos. Aún así, también fue el equipo blanco el que más llegó, apretando los dientes y empujado por un público que, asustado por el cariz que tomaba el asunto, despertó alentando y subiendo de nivel a los suyos. Manzano se la jugó entonces. Quitó a Rakitic y metió a Luis Fabiano, valiente el jienense, todo a una porque el Madrid cada vez tenía más huecos a las espaldas de la zaga sevillista, con peligro en alguna galopada de cualquiera de las balas blancas.

Al final fue el genio de Ozil el que decidió la lucha. Una buena conexión con Khedira y el turco alemán que definió con una clase y elegancia que vino a ser lo mejor del partido. Un toque de color a un encuentro mate.

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