alpinismo
Edurne Pasaban: «He perdido 14 amigos en la montaña, la vida me ha hecho resiliente»
Fue la primera mujer en subir los 14 ochomiles. Empresaria, filántropa y madre, con varios intentos de suicidio, hoy ayuda a empresas como coach
Salud mental y deporte: «Hablar de suicidio ayuda a prevenirlo»
![Edurne Pasaban, en el ascenso al K2, en 2004. En el recuadro, en la actualidad](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2023/11/21/pasaban1-RODEfBks2hICqLWtoHECEUP-1200x840@abc.jpg)
«Yo no creo que sea excepcional ni nada de eso, pero es verdad que la vida la he exprimido bien». Edurne Pasaban (Tolosa, 50 años) descarta para definirse un adjetivo que es el primero que se viene a la cabeza cuando expone sus ... recuerdos. Sólo por ser la primera mujer en ascender los 14 picos de más de 8.000 metros que hay en el planeta tierra ya es excepcional.
Haber hollado uno a uno esos mastodontes de nombres míticos, Everest, K2, Annapurna… fue, de algún modo, una casualidad. Cuando ella se enamoró de la montaña ser profesional no era una opción. «Yo empecé porque soy del norte, del País Vasco, ahí hay muchas montañas y mis padres me llevaron. Empecé en un club de montaña, conocí gente, pero nunca pensé que yo me dedicaría al deporte profesional o que haría 14 ochomiles», cuenta.
El montañismo es un deporte atípico. Un futbolista quiere ser futbolista de niño. No hay gimnasta que no empiece muy joven o atleta que de repente aparezca pasada la veintena. El himalayista puede llevar siete ochomiles ascendidos y no creer todavía que el objetivo de llegar a los 14 es real y que se puede considerar un deportista de élite. Lo normal en los deportes es tener una licencia federativa para competir, para subir montañas no necesitas nada así.
«Enseguida tuve la oportunidad desde muy joven, desde los 24 años, de ir al Himalaya. Fue un poco escalonado. Primero escalé en los Pirineos, luego los Alpes, luego los Andes, y al final te sale la oportunidad de ir al Himalaya y escalar montañas grandes y ochomiles porque te encuentras con gente en el camino, en tu vida, que se cruza», relata.
Durante mucho tiempo no fue más que una afición llevada al extremo. «Yo no empecé a pensar en hacer los 14 ochomiles hasta el séptimo». El año 2006 es el punto de inflexión, e igual el término se queda corto. Ha logrado la mitad del reto, pero siente el vacío. «Pasé una depresión muy grande, me cuestioné todo, pensaba que tenía 31 años y no me dedicaba profesionalmente a un deporte que exigía toda mi vida. Yo me entrenaba, pero tenía un restaurante, me dedicaba a la hostelería, cuando no estaba en el Himalaya estaba sirviendo mesas y haciendo camas en un pequeño hotel rural que tenía. Empecé a preguntarme: ¿pero qué estoy haciendo? Si esto no es profesional, nadie nos reconoce como deportistas, estábamos en otra galaxia». Ella, después de profesionalizarse por su cuenta, buscar patrocinios y atención mediática, consiguió ser una de las primeras deportistas no olímpicas en entrar en un programa de deportistas de élite del Consejo Superior de Deportes.
Salvar vidas
Aquella depresión conllevó intentos de suicidio, un tema que Pasaban no rehúye, también porque con su voz puede ayudar a otros. «Entonces no se hablaba de todo esto. Me di cuenta de cómo esto afectó a mi casa y a mí misma. Era totalmente desconocido y no sabes ni por dónde pillarlo. Era un tabú y nadie identifica qué es una depresión, qué es un problema de salud mental, siempre se dice, 'bueno, es que está pasando un mal momento, está triste, está no sé qué', pero no somos capaces de verlo».
Su propia experiencia la ha convertido en una activista del tema. «Por eso doy mi testimonio. Ahora es una de mis prioridades en mi vida, si puedo ayudar a una persona me daré por satisfecha, creo que podemos salvar muchas vidas», explica.
La montaña es un lugar duro, la propia Pasaban ha sufrido la amputación de dos dedos por congelación, pero se puede considerar una afortunada. «Mira, yo he perdido 14 amigos cercanos, son amigos con los que escalaba, y estaba con muchos de ellos cuando los perdí. Eso es muy duro, es durísimo. Ahora se habla mucho de resiliencia. Si tú preguntas si yo soy resiliente, mucha gente te dirá que sí. Pero yo no era así, la vida me ha hecho así. Por cosas que pasan en tu vida, por lo que he vivido en la montaña, por las pérdidas, por la depresión, por los intentos de suicidio, todo eso me ha hecho así».
Hoy toda esa experiencia vital le sirve para su trabajo. «Había hecho algún MBA, cuando terminé los 14 me formé como 'coach' ejecutivo y pude ver que quizá todos aquellos aprendizajes en la montaña se podían aplicar en el mundo empresarial. Al final, objetivos tenemos todos. Yo tenía como objetivo los 14 ochomiles y les intento dar las claves que a mí me ayudaron. Hablamos de cómo buscar la pasión por las cosas. De cómo afrontar las complicaciones. Intento conocer la empresa a la medida que se pueda, teniendo contacto anteriormente con la dirección para transmitirles mis claves para mejorar, por lo menos para estar mejor y motivados», cuenta de su trabajo actual.
Edurne es ingeniera de formación: «En mi casa todos han sido ingenieros, mi abuelo empezó con una compañía, una empresa familiar. El mundo de la gestión está en el ADN de nuestra familia. De hecho, a día de hoy, soy consejera. Nos dedicamos a las máquinas de cortado y bobinado de papel, un mundo totalmente diferente a la montaña».
Madre
Además de todo eso, de hecho por encima de todo eso, Edurne Pasaban es madre. «Lo tuve mayor a los 43 años. Yo siempre digo que es mi decimoquinto ochomil», cuenta. ¿Hasta qué punto puede cambiar a alguien la maternidad? tanto como para cambiar la personalidad. «Yo ahora el riesgo lo valoro diferente. Tengo más miedo. Ahora cuando entro aquí en el avión que aterriza en Bilbao y hay una turbulencia me pongo… ¡pero a ver, Edurne! Te cambia un montón, y creo que tiene que ser así. Ahora la adrenalina la vivo de otra manera».
Después de tantas idas y venidas, de ser en muchos sentidos una persona nueva, queda por saber qué queda de aquella montañera. Hay cosas que nunca se van. «La montaña es parte de mi vida. Ahora mismo estoy en un bosque increíble de 40.000 colores, esto es lo que hoy me da la adrenalina. Me da la fuerza para continuar», relata desde algún lugar del Pirineo.
Los himalayistas no se pueden reconvertir en entrenadores, en eso también son deportistas atípicos, pero hay modos de mantener el vínculo. «Tengo relación con el Himalaya, primero porque en Nepal tengo una fundación en la que nos dedicamos a la educación infantil. Tenemos 100 niños que les damos educación desde los cuatro años hasta que van a la universidad. Además es una relación constante, pero más para mí. Es decir, yo voy al año una o dos veces. Voy con amigos, voy a escalar montañas de 6.000 o de 7.000 metros. Y hasta ahí. Sin meter ruido. De otra manera». Lo que algún día fue su profesión, ha vuelto, una vez más, a ser un hobby.
Ya no es deportista profesional, en este capítulo de su vida es empresaria, coach, madre, filántropa… Una reflexión le queda en el aire para finalizar: «A veces pienso, ¿cómo pude haber estado tan mal? Tan mal para no querer estar en este mundo. Ahora tengo la crisis de no tener tiempo para todo lo que quiero hacer».
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